Sesgo racial de la educación elitista en Bolivia
En 2017, investigué los requisitos de ingreso de seis colegios de élite, tres de Santa Cruz (Santa Cruz International School, Colegio Alemán y Lycée Français de Santa Cruz) y tres en La Paz (Colegio Alemán, Saint Andrew’s School y Franco-Boliviano). Junto a otros varios establecimientos, estos colegios educan a los niños de las clases superiores del país. Son “elitistas” porque están orientados a dotar de prestigio social a quienes ya lo poseen, una circularidad que estos establecimientos no ponen en cuestión y que, por el contrario, aseguran por medio de la aplicación de un conjunto de mecanismos que paso a mencionar:
Alto costo: Los colegios investigados me informaron —con grandes reticencias— que cobran cuotas de entre $us 485 y 600, siendo lo normal que las cuotas sean 10 por año. La rebaja de este precio para una familia que tenga dos o tres hijos en el mismo colegio es mínima. Para garantizar la plaza que necesitan, los niños deben ser inscritos desde los cuatro años, lo que significa que sus padres pagarán la colegiatura por 14 años (abonando al final entre $us 68.000 y 84.000 por hijo). Ninguno de estos colegios ofrece becas para estudiantes bolivianos.
Umbrales de acceso: Los colegios requieren de los niños que quieren cursar el kínder un determinado “grado de madurez” que verifican evaluando la familiaridad del niño con un idioma extranjero y su habilidad para socializar, todo lo cual exige que las familias de proveniencia de los estudiantes posean capitales culturales occidentales y eurocéntricos. La selección de postulantes da prioridad a los niños de familias “conocidas”, hijos de exalumnos y/o de amigos de la comunidad educativa (vecinos del barrio en el que el establecimiento se encuentra, por ejemplo), todo lo cual asegura la ya mencionada circularidad o, para llamarla de otra forma, la “endogamia” de la educación elitista. Como es lógico, estos colegios se hallan ubicados en barrios acomodados; luego, prestan servicios a quienes habitan en ellos, que también son acomodados. En algunos casos éstos constituyen la tercera o cuarta generación que se educa en el mismo lugar, etc.
Los umbrales no solo determinan el acceso a los establecimientos, sino también la posibilidad de actuar dentro de las redes compuestas por los padres de los estudiantes de la “comunidad educativa”, actuación que exige capitales sociales y simbólicos específicos.
Barreras de acceso: Se realizan evaluaciones de la madurez de los pequeños de seis años. Éstas sirven para detectar a los candidatos con un menor potencial de adaptación a las exigencias y características del colegio. Aunque se niegue formalmente, es inevitable que en estas evaluaciones intervengan consideraciones de orden social: que se note el tipo de vestimenta, la forma de hablar, el fenotipo racial, etc. de los niños y sus madres o padres. Como la ciencia social sabe desde hace mucho, ninguna observación es totalmente inocente. Los evaluadores no responden a criterios objetivos sino a las políticas de sus establecimientos. Éstos tienen un interés económico muy claro: mantener su alta consideración entre las capas superiores de la sociedad, conservarse “prestigiosos”. Aunque deben actuar con equidad entre las distintas familias demandantes del servicio, también deben consagrarse especialmente a satisfacer las demandas de las familias iguales, es decir, de los padres y los niños que ya están previamente integrados al medio social en el que funciona el colegio, y disminuir su sensibilidad hacia las necesidades de las familias diferentes. Así, cuando algunos niños de estas familias son admitidos tienen más posibilidades de sufrir problemas académicos. Cuando aparecen, los “Quispe y Ticona” no son los más populares ni los mejores alumnos.
Así, la educación elitista reproduce el sesgo racial que ya tienen las clases superiores de la sociedad. La educación es un mecanismo de transmisión de la herencia social; por esto funciona como el medio fundamental de enclasamiento de los niños y jóvenes herederos (herederos de la clase o del estatus), y no se encuentra al alcance de los sectores sociales tradicionalmente desheredados, como los indígenas y mestizos indigenizados.
Fernando Molina es periodista