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Tuesday 19 Mar 2024 | Actualizado a 00:40 AM

Santa Sofía: retorno controvertido al Islam

/ 8 de agosto de 2020 / 11:20

La primera vez llegué casi a pie a Estambul junto a un puñado de condiscípulos del London School of Economics, allá por 1960 cuando esa bella ciudad mitad asiática, mitad europea no contaba ni con medio millón de habitantes. Desde entonces soy visitante reincidente de la metrópoli turca donde inefablemente rindo reverencia a Aya Sofia, la soberbia basílica construida por Justiniano en 537 a.C. para el culto ortodoxo en la antigua Constantinopla. Luego, sería convertida en catedral católica de 1204 a 1261 durante el periodo bizantino que, ante la caída de esa capital imperial ocupada en 1453, por Mehmet, el conquistador, es transformada —a su vez — en mezquita hasta que en 1934 Mustafá Kemal (Attaturk) instaura la República impulsando un proceso de modernización que también toca a Aya Sofia al adaptarla en museo acorde con su concepción del Estado laico. Así fue como por 86 años esa joya arquitectónica era visitada por millones de turistas y en ese marco fue declarada por la UNESCO como patrimonio de la Humanidad, considerado como símbolo de la tolerancia mutua entre el mundo cristiano y el Islam.

Por ello, la decisión del presidente turco Recep Tayyip Erdogan adoptada el 10 de julio pasado de revertir ese sacro lugar como mezquita para la comunidad musulmana, ha provocado un tsunami de protestas en todo el planeta, comenzando —obviamente— por su tradicional enemigo griego, portaestandarte de la Iglesia Ortodoxa, pasando por Rusia cuyo clero es ávido partidario de Putin y por Francia que emitió enérgico reclamo. Amén de otros países cristianos e incluso, musulmanes.

En cambio para Erdogan, la medida es histórica, cuando proclama  que “Turquía se ha desembarazado de una vergüenza, la resurrección de Aya Sofia es un presagio para la liberación de la mezquita Al-Aqsa en Jerusalén “. Preludio de conflicto con Israel.

Por su parte la Unión Europea y particularmente la UNESCO han advertido su desacuerdo con la medida. En efecto, siendo Aya Sofia un sitio declarado como patrimonio de la Humanidad y habiendo Turquía suscrito la convención respectiva, la soberanía que invoca Ankara no tiene lugar y dará origen a agrias disputas dentro de esa Organización.

Inútil anotar que Erdogan con ese paso ha fortificado su influencia en los círculos más conservadores de su país, desplazando al kemalismo más proclive a forjar una imagen pro europea y occidental. Hoy, está claro que para Erdogan el Imperio Otomano será el modelo de la Turquía moderna, al conmemorarse el centenario del Tratado de Sevres (10 de agosto de 1920) considerado por los turcos, como una profunda humillación. Paralelamente, Erdogan acaba de suscribir un memorable pacto de alianza con Faiez Serraj, jefe del gobierno del acuerdo nacional (GAN) en Libia, connubio que cambiará el balance estratégico en el Norte de África y en el Mediterráneo oriental. Con ese convenio se institucionaliza la intervención militar turca, presente ya en Tripolitania para mitigar los avances del Mariscal Khalifa Haftar, fuerte en Cirenaica, en la guerra civil que se libra allí. Sin embargo, la ambigüedad de su política externa muestra que su pertenencia a la OTAN no le impide dotarse de armamento militar en Rusia. Aquellos vaivenes no ayudaran a la sempiterna aspiración de Turquía de devenir algún día miembro de la Unión Europea.

No obstante, Erdogan tiene una baza en el ajedrez geopolítico: su trato con los europeos de contener la avalancha migratoria africana que les preocupa, no como un gesto romántico del versátil sultán, sino por los miles de millones de euros que recibe por ese servicio.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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El otoño de los patriarcas

Carlos Antonio Carrasco

/ 16 de marzo de 2024 / 14:50

Con el dramático aumento de esperanza de vida, pareciera que la caricatura del patriarca retratada por García Márquez hubiese adquirido la tonalidad de irrefrenable epidemia en todos los confines del mundo, principalmente en los Estados Unidos con la aproximación de los comicios presidenciales en los que dos ancianos se disputan el cargo. Cualquiera que sea el ganador, Donald J. Trump tendría 82 al término de su mandato (2028) y Joseph R. Biden 86, conjetura que está provocando agria polémica en ambos bandos y que ha dado paso a remembranzas etéreas en la historia. En efecto, el legendario Dwight Eisenhower murió a los 78; Franklin Delano Roosevelt a los 63 y el simpático Ronald Reagan a los 93 años, dejando su pasantía en la Casa Blanca a los 79.

El debate se encandila acerca de cuán viejo es ser viejo para ejercer el cargo y en su caso los efectos colaterales que conlleva el peso de los años, citándose como riesgo para la seguridad del Estado, la perdida parcial de la memoria, lo que causa más hilaridad que conmiseración, como los recientes gafes en que incurrió Biden al confundir al presidente de Egipto con el de México o aquellas de Trump que llamó al mandatario húngaro como si fuera de Turquía. Sin embargo, otros casos más allá del Atlántico son mayormente patéticos si recordamos al argelino Abdulaziz Bouteflica, que gobernó desde su silla de ruedas hasta cumplir 82; también el tunecino Habib Bourgiba (84) o el actual mandamás de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas (88); el presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang (81), sin contar la lista de octogenarios que se aferran al poder: Sabah al Jaber Sabah (91) en Kuwait; Emmerson Mnangagwa (81) en Zimbabue; Nangolo Mbumba (82) en Namibia; Paul Biya (91) en Camerún; Alaassane Ouattara (82) en Costa de Marfil; Alexander van der Bellen (80) en Austria; Michael D. Higgings (82) en Irlanda; Sergio Matarella (82) en Italia; George Vella (81) en Malta, y dejaremos de lado al papa Francisco (87 ), anclado en el Vaticano. Naturalmente, la paradoja es que la esperanza de vida en África, donde abundan las gerontocracias, es de 62 años, mientras que en Europa está fijada entre 77 y 83.

En Bolivia, la experiencia histórica bajo la veterana batuta no fue tan mala desde Tomas Frías (1874-1876), de 79 años, con impecable ejecutoria, hasta Víctor Paz Estenssoro, cuyo cuarto periodo salvó que “Bolivia se nos muera” cuando cumplía 82. Y, entre los presidentes más jóvenes, excepto el venezolano Antonio José de Sucre o el beniano Germán Busch, tampoco podría resaltarse en aquellos ni su brillo heroico ni alguna preclara inteligencia.

En lo que atañe a la conservación de una buena memoria, valga decir que el acopio de nombres y lugares en los octogenarios es geométricamente muy superior que en los adolescentes o en los treintañeros, por la simple razón que en los años vividos los viejos debieron recoger multitud de datos para almacenarlos en su cerebro, cantidad —obviamente— menos importante en los más jóvenes. Por lo tanto, el riesgo en los ancianos de no recordar será siempre mayor.

Muy atinadamente, Biden se defendió diciendo que “la cuestión que enfrenta nuestra nación no es cuán viejos seamos, si no cuán viejas sean nuestras ideas”.

Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro
de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.

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América Latina, entre Milei y Bukele

/ 2 de marzo de 2024 / 06:46

Argentina, el segundo país sudamericano más grande (2,78 millones de km2) y El Salvador, el más chiquito centroamericano (21.041 Km2), democráticamente, regalaron al mundo, en periodo carnavalero, dos singulares ejemplares que, desde ese Macondo donde abunda el realismo mágico, exporta espacios preferentes en la prensa planetaria: Uno es el bonaerense Javier Milei (52), figura televisiva de frondosa melena felina, ojos azules, sonrisa fácil, solterón sin hijos pero con cinco perros adoptados. Economista de ideas extravagantes tan libertarias y pro-capitalistas que incluso sorprendió al auditorio monetizado en Davos. De emociones radicales, al decidir convertirse al judaísmo, siguió viaje a Israel para frotar su naso en el muro de las lamentaciones de Jerusalén y ofrecer su modesto concurso al primer ministro israelí para reforzar el genocidio que se opera en Gaza. Sin esperar la ceremonia de su propia circuncisión según manda el kabbale, guardose el sagrado texto hebraico en la faltriquera y armado de una caja de alfajores cordobeses, acompañado de su hermana Karina, como todos los caminos conducen a Roma, imploró audiencia a su compatriota el papa Francisco, de quien antes se había referido como al “hijoeputa que predicaba el comunismo”. Cristianamente, el ilustre jesuita al perdonar su arrepentido lamento, le obsequió una estampita de Mama Antula, la primera santa argentina canonizada ese mismo día. Al retornar a Buenos Aires, Milei lo hizo en vuelo comercial, donde una vez a bordo estrechó manos con todos y cada uno de los atónitos pasajeros. Terminada esa inusitada luna de miel, en la capital lo esperaba un congreso adverso que derrumbó gran parte de sus pretendidas reformas con el apoyo de miles de piqueteros bulliciosos que harán difícil que termine pacíficamente su mandato presidencial.

Entretanto, en el istmo centroamericano, a sus 42 años de edad, Nayib Bukele era nuevamente elegido presidente de El Salvador, por abrumadora mayoría (85%), junto a un parlamento totalmente controlado. De padre palestino, lleva en su ADN la habilidad y la astucia de los vendedores de alfombras mágicas en los bazares orientales y esa ventaja, trasladada a su profesión de publicista, le sirve para atraer millones de militantes a su partido Nuevas Ideas. En su primer periodo presidencial (2019-2023), en una economía ya dolarizada, implantó el bit-coin como otra alternativa de moneda corriente. Pero, sobre todo, impuso el  “estado de excepción” para atrapar y encarcelar, sin juicio previo, a más de 76.000 pandilleros que agrupados en la Mara Salvatrucha y la Mara 18 aterrorizaron diversas colonias salvadoreñas durante 30 años, contabilizando 120.000 asesinatos. Gran hazaña que convirtió a El Salvador de ser el país más inseguro del mundo a la antípoda de excelsa seguridad. Sus detractores acusan a Bukele de irrespeto a los derechos humanos y —sin excusas— los delincuentes encerrados en una moderna cárcel, semidesnudos, con solo alimentación básica, sin derecho a visitas, ni teléfono o comunicación alguna con el exterior, languidecerán hasta su muerte en esas condiciones, bajo la inculpación de su pertenencia a las maras, comprobada por los ostensibles tatuajes que portan y que constituyen la única e irrefutable evidencia de los crímenes cometidos. En su segunda entronización, Bukele prometió dos batallas más: acabar con la burocracia superflua y encarcelar a los corruptos en prisión idéntica a la de los pandilleros. Con ese atractivo programa su popularidad suma y sigue, con tal éxito que el Ecuador azotado por el asedio de los narcotraficantes imita abiertamente aquel modelo, y otras naciones de la región y el mundo alaban los éxitos logrados.

La región latinoamericana enfrenta el dilema de esos dos modelos, al medio de mandatarios anodinos los unos y peligrosamente populistas, los otros. Y, para colmo, ambos fenómenos fueron ovacionados por la Convención Conservadora Americana bajo el alero personal de Donald Trump.

Carlos Antonio Carrasco
es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia
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Kennedy-Paz Estenssoro

/ 17 de febrero de 2024 / 07:37

A la una de la tarde de aquel fatídico 23 de noviembre de 1963 (hace 60 años) llamé de urgencia al presidente Víctor Paz Estenssoro (VPE), despertándolo de su tradicional siesta, para comunicarle que John F. Kennedy había sido asesinado. El jefe quedó atónito y apenas balbuceó “¿es oficial la noticia?” Cuando le repliqué que el embajador americano Ben Stephansky era mi fuente, se cortó la llamada y esa tarde VPE no vino a Palacio, pues hacía justo un mes que se había cumplido la visita de Estado, donde el flamante difunto lo recibió con todos los honores, iniciando además una relación de notable afinidad. El mandatario boliviano había preparado meticulosamente cada momento del programa de viaje establecido, comenzando por formar equipos de trabajo para todas las ocasiones. En la elaboración de los borradores de discursos sobresalían Augusto Céspedes y René Zavaleta. En la misión de avanzada a Washington, viajamos dos semanas antes, Ted Córdova Claure para los afanes de prensa y Carlos Antonio Carrasco para los arreglos protocolares. En la comitiva de acompañamiento figuraban el ministro de Economía, Alfonso Gumucio Reyes y el general Alfredo Ovando Candia, comandante del Ejército, entre otros.

El avión presidencial aterrizó en Williamburg, donde esperaban cuatro helicópteros que nos transportaron al día siguiente hasta el Rose Garden de la Casa Blanca. Al nomás pisar césped, vi por primera vez a pocos metros la inolvidable silueta de JFK, vestido de traje gris rayado, camisa blanca y una corbata club tie de líneas azules. Alto, con los hombros un tanto volteados hacia adelante, avanzó hacia nosotros pausadamente junto al embajador Enrique Sánchez de Lozada, mientras esperaba el descenso del helicóptero de VPE, con quien se confundió en cordial abrazo. Al día siguiente, JFK ofreció un almuerzo en la Casa Blanca, con solamente 50 cubiertos, lo que permitió la fluida conversación presidencial. Por la tarde VPE brindó entretenida conferencia de prensa con afilados periodistas ávidos de conocer la diferencia del boliviano con el cubano Fidel Castro. En la tercera jornada, correspondió a VPE reciprocar a JFK con otro almuerzo ofrecido en su honor, en la residencia de la embajada junto a una centena de comensales entre senadores, congresistas, ministros y el vicepresidente Lyndon Johnson. Previamente, en la antesala se procedió al usual intercambio de regalos, ocasión en que el presidente americano no pudo evitar el brillo de sus ojos al abrir el paquete: se trataba de dos auténticos incunables conseguidos en un convento de Sucre, pues era coleccionador apasionado de esas joyas. A los postres, noté que JFK volteaba el menú al dorso y que VPE escribía algo en él. Más tarde supimos el intenso interés que JFK manifestó por el reclamo marítimo de Bolivia y que pidió a VPE le explicase en un diagrama el diferendo con Chile. Con las balas asesinas de Dallas, se esfumaron muchas aspiraciones bolivianas y, al cabo de un año, VPE, a su turno, fue víctima de un golpe de Estado que lo expelió al exilio.

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Qatar: Pionero afortunado del ‘soft power’

/ 3 de febrero de 2024 / 06:42

En mis clases universitarias en Paris, en el marco de la enseñanza de relaciones internacionales, para explicar con el ejemplo el alcance del “soft power” (poder blando) en el ejercicio de las vinculaciones diplomáticas, ningún otro caso más emblemático que Qatar, aquel pequeño enclave de 11.586 kilómetros cuadrados de desierto árido bordeado de playas y dunas colgadas sobre el golfo Pérsico que limita enteramente con Arabia Saudita, su poderoso vecino. Con una población de 2. 2 millones de habitantes, de los cuales únicamente 300.000 son nativos, su ingreso per cápita esta calculado en 83.900 dólares (contra por ejemplo 44.400 en Francia). Su poderoso emir es Tamin ben Hammad Al Thani que a sus 44 años dirige la diminuta potencia, fuerte de su fortuna personal estimada en 2.500 millones de dólares (Forbes). Su gobierno ha tenido la habilidad de invertir sagazmente los réditos de su riqueza petrolera (alrededor de 475 billones de dólares) en rubros que le retroalimentan en influencia política, cultivo de su imagen en el mundo y mas que todo convertirse en mediador imprescindible en los conflictos que sacuden la paz y la seguridad interestatales. Muy criticado por no siempre observar escrúpulos morales, parece importarle mas obtener sus objetivos, sin detenerse en la calidad de los medios que emplea en esos afanes. Qatar, generoso en coimas, provocó la caída de aquella italiana, vicepresidenta del Parlamento Europeo, a quien las autoridades belgas le confiscaron varias maletas con dinero en efectivo. Igualmente, logró ser la sede del campeonato mundial de futbol (2022) seduciendo a los barones de la FIFA y hace dos semanas el senador americano Robert Menéndez, conocido por corifeo de Qatar, fue convocado judicialmente para explicar el origen de algunas dadivas detrás de ciertas actuaciones congresales. Pero. entre las acciones que ayudaron a Qatar a transformar su riqueza petrolera en poder político alrededor del planeta, está haber acogido en su seno, la base militar estadounidense que controla el perímetro de los países del Golfo Pérsico, montar una línea aérea de alcance global, poseer el famoso elenco futbolero “Paris Saint Germain”, alimentar la red televisiva Al-Jazeera que propala en árabe y en inglés los puntos de vista qatarís sobre la actualidad mundial. Todos esos elementos juntos reposan en un singular logro de soft power que sin un solo disparo convierte a Qatar en un mediador único e inefable en la solución de conflictos que, de otra manera, no tuvieran otra opción que la lucha armada. Valiosa contribución a las potencias occidentales a quienes ofrece puentes imprescindibles para la negociación de paz o simples arreglos de modus vivendi para el cese de hostilidades. Tales fueron y son los casos de enfrentamientos de terceros con Irán, Rusia o con entidades no-estatales como HAMAS, Hezbolla en Líbano o los talibanes en Afganistán.

Indudablemente, esa ductilidad diplomática despierta celos y suspicacias en sus vecinos igualmente ricos pero carentes de visión o apetito geopolítico. Así es como en 2017, la coalición adversa conformada por Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Bahrain y Egipto rompieron lazos con Qatar acusándolo de favorecer al extremismo islámico, llegando los saudíes al extremo de cortar el acceso marítimo del tramo que lo une a la península: es decir, un bloqueo aparentemente letal que luego se resolvió.

Y, ahora, en la guerra que libra Israel contra HAMAS en la franja de Gaza, tanto los judíos, como sus aliados occidentales acuden presurosos a Doha, en procura de la sagacidad qatarí para llegar a acuerdos que liberen a los rehenes aún en poder de HAMAS, para abrir vías de tránsito de suministro de alimentos y combustible para la asediada población de Gaza o simplemente medicinas para los cautivos.

De esta manera, Qatar juega en la liga mayor de las grandes potencias, inflando su imagen de amigable componedor en enredos asimétricos.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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Europa y la bomba migratoria

Otra faceta singular sobre este problema fue la salida del Reino Unido (Brexit) de la Unión Europea

Carlos Antonio Carrasco

/ 20 de enero de 2024 / 07:54

Hace cinco años, el escritor francés Michel Houellebecq publicó su novela Sumisión, en la que la presión musulmana aprovechaba el sistema democrático y usando las fisuras de la textura electoral, logra mediante alianzas circunstanciales hacer elegir a su candidato Mohammed Ben Abbes, presidente de la República, sometiendo al pueblo a la modalidad que pregona en su credo religioso islamista.

Lo que hace un lustro parecía una quimera, hoy en 2024 se torna en una posible realidad en varios países de la Unión Europea, donde el factor de la migración se ha convertido en el principal tema del debate político-electoral.

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Y las alianzas non sanctas protagonizadas por la extrema derecha muestran ya sus frutos, comenzando por la victoria de Georgia Meloni en Italia, a la que sigue Geert Wilders en Holanda, mientras ocurren violentas manifestaciones en Irlanda, paralelas a las guerras de las pandillas en Suecia, la irrupción de la AfD (Alternativa para Alemania) como segunda fuerza partidaria, el probable triunfo de la FPO en la elecciones venideras de Austria e igual pronóstico para el Frente Nacional en Francia, son todos los ingredientes del espectro de la extrema derecha en el viejo continente. El común denominador de este vertiginoso ascenso del extremismo se explica por el temor a la inmigración ilegal que se agolpa en las fronteras para entrar al territorio europeo a como dé lugar, sin respetar las legislaciones vigentes y que una vez instalados se constata su difícil integración en la comunidad nacional de migrantes que preservan sus propios valores religiosos y culturales, provocando inefable ruptura con el resto de la ciudadanía que debe afrontar grupos identitarios contrarios a los ritos constitucionales. Por lo tanto, el electorado, sintiéndose impotente ante la falta de acción concreta de contención a la migración irregular por parte de los partidos tradicionales, vuelca sus esperanzas en las formaciones radicales, particularmente de la derecha. Por ejemplo, cuando la excanciller alemana Angela Merkel acogió a un millón de refugiados sirios, fue motivo principal para el viraje popular hacia la AfD (Alternativa para Alemania), que la empujó a la cima de la preferencia electoral. En Francia, el fortalecimiento del Frente Nacional de Marine Le Pen se debe a que 70% del pueblo galo desea que la ley migratoria sea más rígida para evitar la entrada de indocumentados, siendo ese el elemento principal en el reciente cambio del gabinete ministerial. Incluso en los países escandinavos, pese a una fuerte tradición de recepción salamera a los demandantes de asilo político, la situación ha cambiado y hoy, la primera ministra danesa Mette Frederiksen declaró sin ambages que “la inmigración no-occcidental es el más grande desafío para Dinamarca”

Otra faceta singular sobre este problema fue la salida del Reino Unido (Brexit) de la Unión Europea, debido principalmente a la fluidez migratoria del continente hacia las islas británicas. Sin embargo, siete años después, la tendencia persiste y Londres se vio obligada a pactar con el gobierno de Rwanda un acuerdo para deportar hacia ese país africano a todos los demandantes de asilo que lleguen ilegalmente a sus costas. Igual preocupación es la prioridad principal en las elecciones a realizarse en 2025 en Irlanda, aquella tierra que acogió gentilmente a una masiva ola de refugiados ucranianos y que ahora deplora el impacto económico y cultural que esa modalidad implica, en el mundo laboral y en la escasez de vivienda.

(*) Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia

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