Voces

Tuesday 19 Mar 2024 | Actualizado a 03:46 AM

Adictos al precipicio

/ 12 de agosto de 2020 / 02:32

Somos adictos al precipicio. De cuando en cuando alguien —sin conocer la historia de los Balcanes, España o Ruanda— pinta en una pared dos terribles palabras: guerra civil. Y un signo de exclamación de cierre. Nota mental uno: ¿por qué ya nadie escribe el signo de exclamación de apertura? De vez en cuando, el poder se hace gas y reina la anarquía. ¿Quién manda? Nadie manda. ¿Quién se cansa? Todos nos cansamos. Bolivia es una camiseta verde sobre una cancha del mismo color. Entonces no hay azules ni “pititas”, no hay cambas ni collas, no hay “autoconvocados” ni “resistencias”. ¿Y si fuésemos tan solo la letra de una canción del Papirri? Uno trata de seguir las noticias en los canales mentirosos, leer los periódicos que casi ya no se imprimen, engancharse a las tóxicas redes sociales y termina hastiado, deprimido, con ganas de gritar: “maestrito, pare que me bajo en la esquina”. Pero antes suena una melodía en la radio: “Ch’enko total, ch’enko total, a ver cómo digieres la paella conceptual». Bolivia somos todos, todos contra todos. Nota mental dos: ¿Por qué el pinche Netflix eligió el relleno de papa?

Somos adictos a la (auto)flagelación. Somos como esas enfermedades donde el propio organismo se ataca a sí mismo. El sistema inmune se vuelve loco y conspira contra el cuerpo que lo acoge. Nota mental tres: ¿alguien sabe algo de aquella señora que salía en el Canal Siete por las tardes con la venia del exvicepresidente para hablar contra las vacunas?

Somos adictos al riesgo. Es nuestra particular manera de ser rebeldes insaciables, con o sin causa. Somos de ese tipo de personas que para sentirse vivas necesitan jugarse el pellejo constantemente o de cuando en cuando, como ahora. Así confrontamos frustraciones, justificamos fracasos (propios y ajenos) y eludimos los problemas reales para experimentar esa rica sensación que solo te da la adrenalina. O una caja de cervezas.

Somos adictos al vacío. Ayer estábamos al borde del abismo, hoy tratamos de dar un paso hacia adelante. No somos Suiza, no queremos ser ni en pedo la aburrida Suiza. Diagnóstico: estamos todos locos. Y esquizofrénicos: vivimos en realidades paralelas (auto)fabricadas para no salir jamás de nuestra zona de confort. Siempre tenemos la razón, todos defendemos la democracia y todos gritamos lo mismo: abajo la tiranía, la tuya, no la mía.

Los “pititas” creen haber hecho una “revolución”. El Poder Ejecutivo cree que manda. El Legislativo nos engaña con leyes que no se cumplen. El Electoral nos “salva” y cambia la fecha de las elecciones de acuerdo a picos que se mueven misteriosamente. Los movimientos sociales bloquean para adelantar todo… dos semanitas. Los “ciudadanos” hacen de policías. Los militares juegan a la guerra y nos joden los oídos con sus aviones caza sobrevolando la ciudad. Y a lo lejos hay un “varita”con barbijo dirigiendo el tránsito en una calle vacía. Nota mental cuatro: Al fondo del “Pacheco” todavía hay sitio.

Tenemos un presidente fuera del país que todavía se cree presidente y tenemos una presidenta con un pie fuera de Palacio que se pregunta todos los días cómo llegó a sentarse sin casi votos en esa maldita silla. Tenemos un ministro de Defensa que quiere ser Bolsonaro. Tenemos un candidato que se quedó paralizado en el pasado y sigue soñando con cabildos, amenazas y cartas. Tenemos aviones y helicópteros salidos de una mala copia de Mad Max escoltando un convoy que viaja por carretera llevando oxígeno de una punta a otra del mapa. No tenemos ministerio de Culturas ni de Deportes. Tenemos a Marinkovic de ministro de Planificación del Desarrollo. A lo lejos veo a Tuto con una vieja pegatina de los noventa en la solapa que dice “Tuto Banzer; mi amigo, mi diputado Chito Valle”. Y al fondo alguien escucha al viejo Pinochet diciendo en 1973: “La democracia, que siempre hemos respetado, será custodiada por las instituciones armadas, para impedir que pueda ser violada”.

Somos, al fin y al cabo, un país difícil de entender, imposible de no amar. Somos un poema de Urzagasti. Uno que dice así: “el pánico que siente el ser humano / ante sus anónimos semejantes / se transmite de una generación a otra / como virus de una escuálida memoria”.

Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.

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Más cerca del cielo

Ricardo Bajo

Por Ricardo Bajo

/ 9 de marzo de 2024 / 10:40

“¿Están listos? 90 minutos, 4.150 metros de altura. Estamos más cerca del cielo. ¡¡11 de ustedes, miles de nosotros!! Bienvenidos al estadio más alto del mundo”.

Los jugadores del Club Nacional de Football llegan al Estadio Municipal de El Alto y leen esos mensajes dibujados en la entrada del vestuario visitante. El fútbol se juega con la cabeza.

El miedo dio sus frutos en el primer partido contra los peruanos de Sporting Cristal. Táctica que gana no se toca. El capitán uruguayo, Diego Polenta, dice que si tiene que morir (en la altura) que sea con la camiseta de Nacional.

El fútbol es la continuación de la guerra por otros medios. Polenta es el símbolo de la hipérbole futbolera. Dice eso porque sabe que no va a jugar en Villa Ingenio.

La caravana de Always Ready sube desde un hotel de Sopocachi hacia la cancha. Nacional (de Montevideo) llega sobre la hora al aeropuerto de El Alto, se topa “casualmente” con una trancadera infernal por la feria de la 16 de Julio y descansa en el hotel Europa del centro paceño. En un ratito van a tener que volver a subir. Baja, sube, sube, baja. ¿Están listos?

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El reloj de Lavallén

Al paso del autobús de la “banda roja” minibuseros hacen sonar sus bocinas y los peatones saludan con el brazo y el puño a los jugadores. En El Alto el entusiasmo popular trepa por las nubes. El Always es un (creciente) fenómeno social, que trasciende lo deportivo.

Es el símbolo de una ciudad emergente. Es la viva imagen de un pueblo valiente, el alteño, vilipendiado hasta el cansancio, orgulloso de su impronta trabajadora y sus raíces aymaras. El fútbol es algo más que 22 tipos en calzones.

La psicológica esta vez juega en contra. Los “players” de Always Ready mueven con parsimonia la pelota. La altura no gana partidos ella solita. El fútbol no se abre por las bandas. Diego Medina y Adalid Terrazas están irreconocibles.

El “Chino” Recoba ha metido atrás a su equipo, se defienden bien juntitos con línea de cinco y cuatro hombres al medio (luego incluso pasará a línea de cuatro al fondo). En la cancha donde (supuestamente) no hay oxígeno lo que falta son los espacios. La “banda roja” tendrá la pelota, fabricará chances (y las fallará), se desesperará ante la complicidad del “referee” con las pérdidas de tiempo del rival y se enojará harto con los groseros errores arbitrales (el inexistente “off side” y la mano no cobrada).

El “score” dice al final que Always Ready ha ganado a un histórico del fútbol por uno a cero. La sensación es agridulce. Se esperaba (las malas costumbres) una goleada para viajar tranquilos al Uruguay. Son casi las once de la noche.

Hace frío y cae una espesa niebla sobre la ciudad de El Alto. No estamos más cerca del cielo, caminamos entre las nubes.

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Un grito en el silencio

Crónica de una noche de delirio gualdinegro

Enrique Triverio y el resto del plantel de The Strongest en El Prado paceño

Por Ricardo Bajo

/ 28 de noviembre de 2023 / 07:00

“Al Prado, al Prado”. Ha terminado el partido y las masas gualdinegras caminan desde Miraflores al centro paceño. Los hinchas se abrazan, lloran en los últimos minutos de partido, piden la vuelta. Se ha sufrido hasta el final, como manda el Antiguo y el Nuevo Testamento gualdinegro. La alegría contenida -como la bronca acumulada- explota.

El Siles está repleto de hinchas del club The Strongest. Como hacía mucho tiempo no se recordaba. 

El Prado se inunda de amarillo y negro. Camisetas de todas las temporadas, auspiciadores que incluso uno había olvidado. En el túnel del Nudo Villazón hay una caravana de carros. Están ansiosos por entrar al pasillo entusiasta del Prado. Son las nueve de la noche y todavía faltan dos horas para que llegue el equipo bajo la lluvia, bajo el diluvio.

La Gloriosa Ultra Sur 34 llega caminando, cantando, haciendo sonar vientos y percusiones. Entra por la calle Batallón Colorados. Más tarde llega la muchachada de la Recta Inmortal. La barra toma por asalto el centro de la fuente del Prado. Entonces parece que estamos otra vez en el Siles. Los carros bajan y suben por el Prado a una velocidad pasmosa. Todos se quieren detener en el epicentro del delirio. Tocos tocan bocina. Todos sacan banderas que llevaban demasiados años guardadas/olvidadas en el armario.

Unos amigos llegan montados sobre una camioneta. Portan un feretro celeste con la foto de Marcelo Claure. La gente se arremolina, todos quieren la foto. “Un minuto de silencio, psssss”. Unos cuates se roban el feretro hacia el centro de la fuente. Es el oscuro/celeste objeto del deseo en la fiesta gualdinegra.

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Un campeón imperfecto

Don “Rena”, el dueño del Gigante Kurmi, está abrigado hasta el cuelo con chalina poderosa. Su hermano y su hijo (el Brujo) han viajado al concierto de Pink Floyd en Buenos Aires y han perdido el vuelo de regreso. Lo lamentarán por el resto de sus vidas. La caravana de carros es un goteo incansable.

Una saya llega con tambores, cajas y sonajas y el entusiasmo sube y baja de las nubes. Qué manera de soñar. “Condorcito, quisiera ser”.  Hay gente de todas las edades y bengalas. Hay disfraces y máscaras. Homero vende donas. Hay abuelitos y abuelitas que rememoran la Guerra del Chaco. Cincuentones que me hacen recuerdo de la final del 77 en Cochabamba. “Don Tigre” se pasea con una bandera de otros tiempos. Vuelven los abrazos que nos debíamos, las lágrimas que nunca supimos llorar.  Hay muchos niños y niñas. Son los tigres del futuro, los que recordarán dentro de un par de siglos que madre y padre les hicieron stronguistas para siempre en aquella noche bajo la lluvia, bajo el diluvio. Hay murga, como aquella murga del “Chino” Riveros de hace cien años.

Todos quieren saber si va a llegar el equipo. Son casi las once de la noche y tras dos horas de cánticos y más canticos, algunos vuelven a sus casas. “El equipo está entrando por la Camacho en un bus de dos pisos, avisen a todos”. Muchos siguen a lo suyo, el festejo es de la gente. Dos changos y dos chicas están trepados sobre el techo de la parada del bus. Es una atalaya para divisar al Strongest fuerte que saber jugar/ganar. “Detener amores es pretender parar el universo”, canta Silvio. El mundo Tigre no se cansa ni se rinde; el mundo Tigre no se para.

Los vendedores ambulantes de cerveza tratan de sortear a la muchedumbre. “Paceña, Burguesa, Paceña Burguesa”. Hay trago de todos los colores, hasta de colores que uno no sabe ni como se llaman. “Servite, hermano”. Me invitan chela de gente que ni conozco. No hay demasiados puestos de anticucho.  La noche es fría y la llovizna es pertinaz, como el sentimiento gualdinegro. Entonces el famoso bus de dos pisos (de la carrera de Turismo de la UMSA) aparece sobre el horizonte. Como las caravanas en los “western” salvajes.

Viscarra está subido en lo más alto, al frente. Es el guarda valla del “ajayu” stronguista. Es el cancerbero de todas nuestras ilusiones. Viscarra está tan eufórico como la hinchada ahí abajo. Ni siquiera se ha cambiado. Está con el corto del partido. Y bebe cerveza a dos manos, con dos latas llegando a su garganta. Se para, se levanta, agarra banderas que llegan volando desde abajo.

Hay cánticos para todos. Junior Arias tiene la bandera de Uruguay como capa. “Uruguayo, uruguayo”.  Cuando la saya logra abrirse paso y se coloca frente al bus, grita la hinchada: “Que baile Jusino, que baile Jusino”. Y el capitán baila saya sobre un bus de dos pisos bajo la lluvia. En la parte trasera, Ursino bota latas de cerveza a la gente. Una tras otra. El capitán Wayar tiene una sonrisa dibujada que tardará días y noches en desaparecer. Nadie se acuerda de su roja ni del gol fallado por Junior. El ex presidente Héctor Montes está en lo más alto junto a Viscarra, Jusino, Castillo y Arias. Su padre, don Héctor, viaja en la parte baja, sentado. Hasta en eso, el Tigre es de otra galaxia. Cuatro entrenadores, dos presidentes. El actual mandatario, Ronald Crespo, se ha quedado en el Siles.

El bus del equipo va a tardar más de una hora en recorrer apenas cien metros. Triverio, aclamado como el que más, no va a salir de su asiento bajo techo. Es el goleador impasible, como el “hombre tranquilo” de la película de John Ford. Ha dejado de llover, diluvia. Nadie se mueve, todos quieren una polera firmada, una fotografía que se quede grabada en la retina para siempre.

Las pilas de Viscarra no se agotan. La policía aparece sobre las once y media de la noche al final del Prado. Abren paso y el bus dobla la plaza del Estudiante y se pierde por la avenida 6 de Agosto en Sopocachi. Sobre la alta madrugada, sobre las camisetas mojadas, sobre la alfombra de botellas y latas vacías, alguien grita en el silencio de la noche: el maleficio ha terminado, carajo.

(28/11/2023)

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Y el rugby volvió a La Paz

El sábado se enfrentaron los ‘cóndores’ de La Paz R.C. con Universitario Rugby Club de Cochabamba. Se jugó un partido luego de cinco años.

Partido amistoso de rugby entre La Paz R.C. con Universitario Rugby Club de Cochabamba, en la cancha de Alto Irpavi

Por Ricardo Bajo

/ 19 de junio de 2023 / 07:25

Quince hombres gritan: “¿quiénes somos? La Paz. ¿Quiénes somos? La Paz, Rugby, Rugby, Rugby?”. Cancha “Mario Mercado” de Alto Irpavi, soleado (y frío) sábado de junio. Hace cinco años que no se disputa un partido de rugby quince en La Paz.

La desafortunada división del rugby paceño en dos equipos (La Paz Rugby Club y Cobras/Wara Rugby Club) trajo la desaparición del deporte de la pelota ovalada en la sede de gobierno.

La Paz se quedó postergada mientras otros departamentos como Santa Cruz, Tarija y Cochabamba veían como crecía y crecía el incipiente deporte del rugby en Bolivia.

El amistoso del sábado pasado enfrentó a los “cóndores” de La Paz R.C. con Universitario Rugby Club de Cochabamba. “No somos aún un equipo formado, estamos en desarrollo”, dice el entrenador de La Paz R.C., Francisco “Paqui” Leñero.

El marcador final (lo de menos) dijo que el amistoso terminó 5-54 para la visita. Los “osos” -liderados por el medio apertura, Pablo Escalante- lograron nueve “tries” (dos de Andrew Carballo) contra uno de los “cóndores” paceños (en un hermoso “try” del incombustible Juan Luis Coronado Paz, “Churqui”).

La nueva generación de “rugbiers” paceños (donde destaca el “wing” Benjamín Sotelo) augura la resurrección de este deporte en la ciudad. La Paz R.C. invita a todos los interesados a sumarse a sus prácticas: los jueves por la noche (20.15) en las canchas (A5) de la avenida del Poeta y los sábados (15.30) en el complejo de la Gobernación de Alto Irpavi (cancha “Mario Mercado”). Todos son bienvenidos: flacos, gordos, altos, bajos, rápidos y pesados. El rugby es el deporte más democrático del mundo.

Lea también: Nacional Potosí es nuevo puntero de la Libobásquet

En octubre, La Paz será una de las sedes del campeonato nacional de rugby seven (a siete) que arranca el próximo fin de semana. En 2024, La Paz Rugby Club aspira a volver a disputar el torneo nacional de la modalidad a quince que este año disputan ochos equipos (cinco de ellos, de Santa Cruz). La Federación Boliviana de Rugby, integrante del Comité Olímpico Boliviano y miembro de Sudamérica Rugby, nació en mayo de 2009.

(19/06/2023)

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Matilde, la sembradora de fueguitos

Matilde Casazola pasó cuatro días en La Paz. Recibió un hermoso homenaje del colectivo Nosotras Somos, leyó su poesía, cantó y calentó la fría noche paceña

/ 21 de mayo de 2023 / 06:07

Matilde extraña su guitarra cuando viaja. Tuvo una duda hace unos días: meter más ropa de abrigo o meterla a ella, de nombre “Estrella”. En la cordillera había caído una nevada, ella se queda en la casa de las rosas, esperando(la). Cuando pasa cerca del Illimani, en el vuelo Sucre-La Paz, el “Tata” está escondido detrás de las nubes y la enigmática niebla. “Debe estar enojadito”, piensa Matilde. De repente, todo se abre. Esa mañana el Illimani deja su enfado a un costado. Matilde está de regreso en la ciudad. “Las montañas nos hablan, solo hay que saber escuchar”, me dice toda convencida.

Matilde Casazola cree que La Paz de antaño tenía más poesía. Camina el centro para reconocer los viejos lugares donde fue feliz de la mano de un viejo amor. Baja con cuidado las empinadas calles y sus resbaladizas gradas. Se cae. No es nada grave. Tratando de mirarlo todo, de captar el último detalle evaporado, rueda para abajo en una cuesta del carajo. Está alojada en San Pedro (“un barrio que todavía conserva su ajayu”); en la casa de una querida amiga que ya partió, la pintora orureña Haydeé Aguilar Fuentes, la que ganaba todos los premios en acuarela en los años setenta.

Matilde aprovechará sus cuatro días en La Paz para encontrarse con amigos y amigas. Hace años que no ve a Emma Junaro. “Ella es la primera que hizo un disco con mis canciones”. La verá el viernes doce por la noche en el concierto del colectivo Nosotras Somos. La escuchará cantar dos de sus más hermosas canciones. Tomará cafecito con Luis Rico, se encontrará con su editor, Marcel Ramírez. Almorzará el sábado con las chicas del homenaje en casa de Sibah, brindará con ellas. No verá a una querida vecina del barrio con la que compartió exilio en Francia, Silvia Peñaloza, otra gran pintora. La próxima será.

La Casazola alista nuevo disco y libro. Sabe que nadie lanza ya canciones en álbum pero reivindica ese antiguo hábito de poner un disco y sentarse a escucharlo, tema por tema. El nuevo trabajo no tiene nombre aún. “Es como bautizar a una wawa, tengo varias alternativas”.

Lo que sí puede adelantar son los títulos de dos canciones inspiradas en mujeres bolivianas: Domitila y Aguerrida mujer (en homenaje a Juana Azurduy). La primera es una cueca. La ha cantado solo una vez. Fue en presencia de la gran Domitila Barrios. “Fue después de tumbar la dictadura de Banzer con su huelga, no me acuerdo donde fue pero estaba Anita Romero. Nunca la grabé, ni siquiera la canté de nuevo. Nunca volví a ver a Domitila”.  Estarán también sus primeras canciones que nunca grabó: la zamba Flor de romero y el yaraví Cinco lágrimas.

Matilde se pone nostálgica en esta noche de domingo en la confitería Eli’s del Prado, otro lugar de su ciudad del recuerdo. Se acuerda de los viejos amigos y amigas de la Peña Naira de Pepito Ballón, de Ricardo Pérez Alcalá, de Inés Córdova, de Lorgio Vaca, de Ernesto Cavour, de Violeta Parra y del gran amor de su vida, Gilbert “El Gringo” Favre.  De “la Violeta”, recuerda —más de medio siglo después— sus faldas anchas, su rostro libre de maquillaje, su tez morena de brava gitana, su voz profunda. A ratos, cuando escucho a la Matilde (“Pochita”, para los amigos), me parece oir de nuevo a Violeta. Mujeres de fuego, que diría Silvio.

El libro que va a presentar en la feria de agosto en La Paz es el tercer volumen de sus obras completas en poesía, bajo el sello de 3600. Incluye poemarios agotados. Son cinco: La carne de los sueños, Jardín de claroscuros, Moradas transitorias, Las catedrales subterráneas y Estampas, meditaciones, cánticos, este último de prosa poética.

Matilde (aún) escribe a mano. Ya (casi) nadie lo hace. Antes, lo pasaba a máquina de escribir; ahora lo hace a la computadora. Tiene cuadernos gruesos llenos de poesía. Es una vieja costumbre familiar. Su mamá Tula también tenía uno. Matilde lo leía a escondidas; así descubrió la obra del catalán Jacinto Verdaguer. Ha musicalizado uno de sus poemas para el nuevo disco, junto a un soneto de Carlos Murciano, un poeta amigo andaluz/gaditano, vivo aún con sus 91 años.

En la mañana del viernes, en el día del concierto/homenaje, Matilde aprovecha para estar en el hall del Ministerio de Culturas para el lanzamiento del videoclip de Rosario Peredo y las Jatun Waritas del tema de Willy Claure Desde el jardín de la Casazola, grabado parcialmente en su casa de Sucre. Matilde no le dice que no a nadie.

Por la noche, el tributo arranca en el Cine Municipal 6 de Agosto con una interpretación colectiva de Cuento del mundo. En el escenario están las cinco mujeres (solo falta Emma) de Nosotras Somos: Sibah, Tere Morales, Marisol Díaz Vedia, Valeria Milligan (“Imilla”) y Alejandra Pareja.

La primera solista es Marisol. Cantará tres temas: el huayño Anochecer (“Camino del monte yo me iré / la luna allá arriba comienza a brillar, / los cerros azules parecen sonar, / botitas de sombra, gotitas de sol, / yo no te he olvidado, siempre ando con vos”); Si has dado tu corazón; y el bailecito Yo cortaba las flores. Marisol se confiesa: “Matilde ha forjado nuestro camino con su poesía y su ejemplo”. La homenajeada —que viste de negro con una linda chalina sobre su cuello— se levanta para agradecer. Lo hará incontables veces. Perderé la cuenta de las veces que se levanta y se sienta en su butaca de primera fila. Hay huecos vacíos en los asientos reservados a las “autoridades”.

La “Imilla” canta El milagro y La sonrisa de piedra. Sibah, una de las organizadoras, está conmovida y pide que Matilde cuente una anécdota alrededor de ese bailecito llamado El lucero de tu pecho. Ha servido ese tema para parir otro suyo, Fuerza de luz. La octava del tributo es Viento pasajero. Sibah repite esta estrofa: “Ay, cariño engañero, / fuiste viento pasajero, / árbol en sol parece eterno / pero es cierto que hay un invierno”.

La novena es Rosa de tiempo. Sibah se la dedica a su madre Betty, presente en la tocada (y a todas las madres y mujeres). “Pueden sacar pañuelitos”. El instrumental Descanso en el arroyo es ejecutado con maestría por el joven charanguista Álvaro Quisberth. El ensamble dirigido por la pianista Melanie Lagos (con Jocelyn Alarcón en el fagot, Tefa Mariscal en la batería, Andrés Herrera en la guitarra, Víctor Aliaga en el saxofón y el maestro Einar Guillén en el piano) está a la altura del sentido homenaje.

El intermedio sirve para que Matilde suba por primera vez al escenario del 6 de Agosto. Recibe un ramillete de flores. “Estoy feliz, esto es una emoción hermosa para mi obra, para mi poesía. Ustedes son parte de mi canto”. Recita el primer poema, su primer poema que no tiene título, aunque sea conocido como A veces quisiera. Habla Matilde y todos escuchamos: “A veces quisiera perderme en el viento / y que nada quede de mí / pero bajo mi ventana / un hombre silbando que pasa / me corta las alas del sueño. / Y pienso que es bueno quedarse / que soy en la tierra / mejor que volando en el viento / y pienso que puedo dormir en tus campos / que puedo llorar por tu llanto / y bordar cascabeles de lluvia / al tomar la guitarra en mis manos”.

El presidente de los residentes chuquisaqueños en La Paz hace entrega de un reconocimiento. Y Matilde regala otro poema, es su primer poema. Lo dice de memoria. “Me acuerdo de todos los poemas de mi adolescencia. Mi vida ha sido invadida por la poesía, desde niña; es un mundo que me encanta habitar, es un alimento que me acompaña”, me va a decir dos días después tomando un jugo de papaya con brazo gitano en el Eli’s. La señora que la atendía hace medio siglo ya no trabaja en la confitería. Matilde chequeará de reojo a Humphrey Bogart cuando nos vayamos.

Entre el público del homenaje hay viejos amigos (Cergio Prudencio, que también ha musicalizado sus poemas, entre ellos) y espectadores de todas las edades, regiones, gustos musicales y clases. Matilde une a todo el pueblo boliviano. Matilde es Bolivia con sus cuecas, bailecitos, taquiraris, vals y huayñitos. “El mejor pago que una puede recibir es el abrazo de la gente, ver gente llorando con tus canciones”.

Tras el descanso, donde nadie se mueve de su asiento, Alejandra Pareja—joven y talentosa soprano— canta Detrás de la niebla y Quimera. Con Tere Morales sobre las tablas, la temperatura se eleva, afuera hace frío. ¡Qué bueno que Matilde trajo ropa de abrigo! Mi corazón en la ciudad, el taquirari De tu hermosura y La estrella nos ponen a todos a dar palmas con el corazón. “He visto muchos hombres arrastrándose en la senda / cansados de pelear y de esperar / el sol de la justicia y la verdad / he visto muchos hombres abrazados a su sombra / mordiendo amargo pan/ yo le dijera, hermano yérguete / acá tienes mi mano, apóyate”.

Cuando irrumpe Emma Junaro en el escenario, ya estamos todos derretidos de cariño. “Para mí, Matilde es el amor, ese amor audaz y valiente que en su tiempo se atrevió a romper esquemas, a abrir una puerta, por la cual tiempo después me tocó pasar de la mano de Fernando Cabrera y hacer ese disco que mirándolo en la distancia, realmente para ese tiempo, fue un atrevimiento. Matilde es la semilla, el jardín, las flores. Estamos viendo florecer ahora lo que es el trabajo, la verdad y la sinceridad, el amor; no hay otra palabra”, dice la Junaro antes de atacar Tanto te amé”y Como un fueguito. Amor y desamor son las caras de la misma Matilde.

El público que llena el cine/teatro municipal se conmueve con las dos interpretaciones. Guarda un silencio que sobrecoge, algunos filman con sus celulares. Emma Junaro, de impoluto traje largo blanco y lentes, acompaña su voz con la mano izquierda como batuta. Matilde se vuelve a parar y lanza besos.

Entonces las seis mujeres (Emma, Sibah, Alejandra, Marisol, “Imilla” y Tere) junto a Matilde cantan De regreso. Antes Sibah y Tere Morales le han regalado/colocado un lindo poncho color vicuña con reborde tejido de blanco, como ese Illimani que se abrió ante su presencia cuando llegó. Después, Matilde habla emocionada hasta las lágrimas: “Yo creo que tengo el privilegio del sembrador, de ver como va creciendo su trigo, su maíz, su papita. ¡Qué maravilla poder ver mis versos, escuchar estas canciones de cada una de ustedes y de todos estos músicos maravillosos que me han hecho pasar una noche inolvidable junto a todos ustedes! Es un privilegio poder ver crecer estas bellísimas flores y decir: algo había sembrado”, dice nuestra Matilde.

Cuando arrancan los primeros acordes y letras (“Desde lejos yo regreso / ya te tengo en mi mirada / ya contemplo en tu infinito mis montañas recordadas…”), el público se levanta, algunos lloran. Cuando una canción es asumida por la gente, cuando una letra y unos acordes parecen contar tu historia, la tuya, la de muchos, esa canción se vuelve inmortal. Ya no es de Matitlde, es del pueblo. “Yo no logro explicarme con qué cadenas me ata / con qué hierbas me cautivas dulce tierra boliviana”. El “lara laira larara” es entonado por cientos. “Esta canción la llevo siempre en el alma, siempre estaremos regresando a nuestra Bolivia. Muchas gracias a todos”.

Cuando algunos ya huyen hacia sus casas, Matilde no se resiste a bajar y toca La espina, un huayño. Es el colofón perfecto para una noche hermosa de amores y agradecimientos. Matilde toma una guitarra que no es suya (es la de Andrés Herrera), no la afina. La hace suya en unos segundos. Su voz es un portento, su rasgueo intimida. Usa la guitarra como percusión, toca con el alma. Nos canta lo que quiere y lo que no quiere. Nos dice dónde desear escapar. “Ay, palomita viajera, si tuú supieras de mi gran dolor / volando me llevarías hasta donde está mi amor / hasta donde está mi amor”, termina susurrando. El 6 de Agosto se cae, se muere de ternura. Afuera ya no hace tanto frío. Matilde, la sembradora, ha calentado esta noche gélida de mayo con sus fueguitos. Tanto te amamos.

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Piraí, el mago de las seis cuerdas

Esta es la crónica de la última presentación en La Paz de la gira del guitarrista Piraí Vaca, ‘Lado B. Rock en la sangre’

Por Ricardo Bajo

/ 30 de abril de 2023 / 06:40

Uno sale de las tocadas de Piraí Vaca con una doble satisfacción: el gozo/asombro ante el talento/virtuosismo puro del guitarrista cruceño y la sensación mágica de haber aprendido algo de música, de cuerdas, de afinaciones. Y no importa si uno entiende poco, mucho o nada de pentagramas y do/re/mi/fa/sol. Los “shows” del “profe” Piraí son democráticos. Son para todas las personas: para las sibaritas de las guitarras hechas a mano con madera amazónica/boliviana; para las entendidas en púas y uñas; para el fanático rockero o el amante de las cuecas; para las que acuden como imantadas por el carisma del maestro; y/o para las que son maravilladas por primera vez.

El escenario (del Teatro Nuna) tiene tres guitarras, una silla y un atril. El aforo está completo en noche de domingo. Es un público variopinto: veteranos y veteranas (viejos son los trapos); adultos contemporáneos; changos y changas; gentes de acá y gentes de allá. Piraí viste un abrigo negro largo, “jeans” lavados/rotos, camisa negra. Su pelo y su barba de candado bien cuidada han sido hace rato asaltadas por las canas. En la oreja derecha, un arete juega travieso con las luces del local, como un brillante.

Piraí no toca, conversa sus conciertos. Tiene el don de convertir sus actuaciones en noches íntimas de café. Enceguecido por los focos y subido a las tablas, inmediatamente estrecha/acorta esas barreras con charlas “interruptus”. Pareciera que le habla a cada uno de los espectadores. Pareciese que estamos todos y todas sentados en el “living” de su casa. 

A ratos toca de pie, a ratos se sienta. De vez en cuando agarra sus lentes. Con la guitarra entre sus brazos, se mueve, se balancea, acompaña el movimiento. Parece que danza. No sé por qué pero me recuerda al personaje de Al Pacino bailando con Donna el tango Por una cabeza de Gardel en Perfume de mujer.  Sin mediar palabra, como en un atraco a guitarra armada, arranca con The Scientist de los londinenses Coldplay. Es una canción que habla de desamores, de volver a iniciar la vida, de olvidar los errores cometidos, de la ciencia del amor. No es una casualidad que sea la elegida para iniciar la tocada con la guitarra electroacústica. 

PROMOCIÓN. En el estudio de LA RAZÓN, Piraí Vaca fue entrevistado por la directora Claudia Benavente.

Piraí

Piraí “explica” el tema después de tocarlo, después de que todos hayamos sentido la batería, las percusiones, el bajo, el piano, la guitarra en cuatro acordes. Después, nos cuenta que usará a lo largo de las dos horas siguientes, siete u ocho afinaciones. Estrena cuerdas nuevas y tiene miedo que se rompan. La vez anterior que tocó en el Nuna se quebró una y Piraí —ni corto ni perezoso— dijo a la audiencia —siempre cómplice— “¿me esperan un ratingo? Voy al hotel que está acá cerquita y vuelvo”. Y la gente esperó. Y Piraí volvió. El mago tiene cuerda para rato.

El segundo tema también es de Coldplay. Se llama Yellow. Los arreglos también corren a cargo del guitarrista brasileño Daniel Padim. Piraí se confiesa. Sus conciertos son pequeños espacios de confesionario. “Yo sabía de la existencia de Coldplay pero no mucho más. Ahora me he vuelto fan, me gustan mucho sus canciones, tienen cosas hermosas”. Gracias al diamante en bruto de Piraí podemos escuchar a toda la banda inglesa; dan ganas de tararear: “Look at the stars / look how they shine for you / and all the things that you do”. Nadie canta, nadie susurra siquiera. Solo hay aplausos emocionados y algún que otro “bravo” que baja desde las gradas. 

Antes del tercer tema, Piraí nos habla de las cuerdas de acero/metal que no resisten tanto como las de nailon. “A veces las cuerdas se vuelven locas y se rompen”. Es la primera vez que imagino la vida y pasión de las cuerdas. Se pueden volver chifladas, se pueden quebrar; son como nosotros. Los primeros reconocibles acordes de Nothing else matters de Metallica nos devuelven a los noventa.

Piraí cambia de guitarra; toma la clásica como Johnny Guitar agarró su fusil. Se coloca sus lentes. Se va a poner seria la cosa. Es el turno de uno de los desafíos de la noche. Es Bohemian Rhapsody de Queen; arreglos de Piraí Vaca. Arranca y se detiene. Algo no ha sonado como debiera. Nadie se ha percatado. Solo él. Piraí es perfeccionista; no por nada se formó en la escuela cubana durante seis años. “Era que la afine”. Y va de nuevo. 

El tema de Freddie Mercury es complejo, inusual para ser una canción rockera, se parece más a una rapsodia clásica. Que de una guitarra y media docena de cuerdas pueda salir una ópera de ensueño se hace casi imposible. Es un reto, es el Everest. De esos que encara Piraí durante meses, de esos laberintos/entuertos de los que sale victorioso, con una sonrisa siempre. Podemos escuchar la introducción “a capela” en si bemol, la balada, el solo de guitarra, la parte operística, el “riff” rockero y la coda/final. Podemos degustar, como por arte de magia, la guitarra eléctrica de Brian May, los colores del bajo de John Deacon, la batería de Taylor, los coros.

El solo de guitarra de Bohemian Rhapsody ha sido considerado el vigésimo mejor de todos los tiempos. Es el tercer sencillo más vendido en toda la historia del Reino Unido. “Mama mia, mama mia, mama mia, let me go”. Cuando terminan los seis minutos de ejecución y sus constantes cambios abruptos de estilo, tonalidad y “tempo”, Piraí se para y abre sus alas. Agradece los aplausos, ahora más entusiastas que nunca. Entonces Piraí respira, se desahoga y nos la charla: “Es diabladamente difícil, meter todas las voces, que suenen todas las estructuras y texturas, escribir los arreglos primero y luego poder tocarlos”. La “Rapsodia Bohemia” —Piraí no lo dice— es una canción de redención de un pobre chico. “Nothing really matters to me / any way the wind blows”.

En el Teatro Nuna, una niña del público se dirigió al escenario para regalarle una vaca de peluche

Una vaca de peluche a Piraí Vaca.

Rowdy Cazón y Ricardo Bajo

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Antes del descanso del guerrero, suena Thunderstruck de AC/DC. Es el trueno que coloca el punto final de la primera parte. La interpretación con la guitarra clásica deja a toda la platea “atónita”. Con el “riff” inicial de Angus Young dan ganas de corear y gritar “¡thunder! ¡thunder!”. La guitarra se convierte literalmente en una potente “bata” metalera. Pocos mueven la cabeza. 

Cuando termina el mítico tema de los escoceses/australianos, Piraí regala una  “Master Class” de arreglos e imaginación; de cómo liberar la mano derecha; de cómo encontrar el “swing”, el “power”; de cómo lograr que el tema no sea una anécdota. “Juego con una ilusión pues hago sonar notas que no están”. A estas alturas todos sabemos que estamos frente a un mago. Uno que inventa pasajes/paisajes. Uno que hace aparecer y desaparecer sonidos, uno que dobla al cantante. Todos escuchamos instrumentos que no existen sobre el escenario. Piraí es un brujo. Y sabe que lo más importante de una canción es su espíritu.

En el vestuario, Piraí rompe una cuerda. Es una réplica del “trueno”. En el intermedio, como en el fútbol, la gente aprovecha para comer y beber. Salen pizzas calientes, se destapan cervezas frías. Pocas, la verdad. La mayoría toma agua y coca-cola. 

El segundo “set” arranca tierno con Love of my life de Queen, la melancólica canción de Freddie Mercury para el amor de su vida, Mary. “No conocía ésta de Queen pero ahora que hice el arreglo, son solo cuatro notas, cada día me gusta más”. Piraí nos cuenta un secreto: primero escribe lo que hace el cantante, la melodía; luego el resto.

La séptima de la noche nos lleva de la mano hacia el Hotel California de los Eagles; arreglos de Vaca y del brasileño Lucas Imbiriba. Piraí tiene de nuevo la acústica pegada a su corazón. Usa la guitarra para poder comunicarse sin articular palabra. Se toca los dedos, se cambia las protecciones, pega y despega. Cuando interpreta, pareciera que nada de lo que tiene entre sus dedos le pertenece, ni siquiera sus dedos. Parafraseando al gran B.B. King, Piraí es feliz entre seis cuerdas. Solo tiene un pudor, pudor a cortarse los dedos. Solo tiene una idea entre ceja y ceja, atacar a las cuerdas. 

La octava es Phoenix rising del canadiense Calum Graham. Es un malabarismo. Es el Piraí más brutal, más encendido. Es “finger style” puro y duro, como si sus dedos veloces/feroces tocaran un piano. “Cuando interpreto esto, siento renacer, como un ave Fénix”. Como Chavela Vargas, Piraí sabe que el mundo sería un lugar mejor si lo llenásemos de violines y guitarras en vez de tanta metralla. 

Cuando comienzan a sonar los primeros acordes de Stairway to Heaven de Led Zeppelin, brotan los aplausos. Antes, el maestro ha dedicado la canción a Ramiro Tarifa. “Es un tema monumental, Ramiro la ponía en el carro durante nuestras giras y me andaba fregando para que la toque pero no estaba convencido hasta que encontré una versión que me gustó”. No es casualidad que sea la última para cerrar la tocada: es la búsqueda de esperanza, sentirse sin brújula y encontrar la vida, la escalera al cielo. No importa lo que diga o deje de decir Robert Plant sobre la confusa letra, Piraí nos guía hacia la emoción. 

En el programa de mano aparece Another one bites the dust de Queen. Es un error. Tengo la sensación de que la quería tocar pero algo falta aún. Otra vez será.

Cuando Piraí amaga con retirarse para volver, una niña sube al escenario y le entrega un regalo en una bolsita y una vaca grandota de peluche. “Ahora somos dos vaquitas”, bromea. La platea sonríe.

Entonces llega el turno de las peticiones. Una changa pide una de Coldplay; otros, la de ACDC. No toca ninguna de las dos. Piraí se sale del libreto y se arranca con Munasq’echay de Los Kjarkas. La noche anterior alguien ha pedido esa y ha funcionado. ¿A quién no le apetece que un charanguito se cuele en la fiesta? Luego, para rematar, toca de nuevo Bohemian Rhapsody. 

Son las 22.45 de la noche y afuera en la calle no hay nadie, ni siquiera minibuses hay. Piraí sale de entre las cortinas. Espera una larga fila de admiradores y admiradoras, más ellas que ellos. Firma CD y programas de mano. Con cada persona se detiene a conversar, sin prisa, sin pausa. “La última vez que te vi fue en Londres”, le dice Karen. Piraí agradece. Es pura coquetería. Se saca fotos con todos. Charla con la niña que le ha regalado la vaca grandota de peluche. Los hechizos del mago han hecho su efecto. Los conjuros del brujo están ocultos entre las seis cuerdas que descansan sobre el escenario. La liturgia ha terminado.

Texto: Ricardo Bajo

Fotos: Rowdy Cazón y Ricardo Bajo

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