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Tuesday 19 Mar 2024 | Actualizado a 03:44 AM

El ‘Mallku’, el factor inesperado

/ 12 de agosto de 2020 / 02:36

Bolivia vivía en 1899 una guerra civil que a momentos se hacía cruenta y lacerante. José Manuel Pando, hombre de ideas liberales, buscó el derrocamiento del gobierno conservador de Severo Fernández Alonso. Liberales y Conservadores fueron entonces los protagonistas de aquel episodio desgarrador que fue la Guerra Federal. Buscando mayor fortaleza bélica, Pando se alió con el Movimiento Indígena de Pablo Zárate Willka, el temible Willka, como era conocido. Una coalición para enfrentar a la “Oligarquía del Sur” que representaba el Partido Conservador. Tenían intereses diferentes, para Zárate Willka se trataba de asegurar el rol del indígena en el futuro de la República liberal que estaba conformándose.

El 28 de marzo de aquel año, posiblemente preocupado por las matanzas en Coro y Mohoza, Pablo Zárate Willca escribe la Proclama de Caracollo, en ella expresa una idea de respeto recíproco necesario para la convivencia en la nueva República por venir: “Tan lo mismo deben respetar los blancos y vecinos a los indios porque son de la misma sangre e hijos de Bolivia y que deben quererse como hermanos y como indianos”. Ramiro Condarco Morales, autor de la conocida obra Zárate, el temible Willca, señala con acierto y puntualiza: “El debido respeto no solo como persona sino también como sujeto de derecho a la dignidad, a la vida, al progreso material y a la tierra”.

La novela Aluvión de Fuego de Óscar Cerruto, publicada en los años 30 del siglo pasado y como un presagio de lo que estaba por llegar, incorpora una pieza de precisa descripción del momento político de entonces: el Manifiesto de las Nacionalidades Indígenas del Kollasuyo. En sus extensos pasajes sintetiza la crudeza de la relación del indio con el blanco, “¿qué queremos los indios? Algo muy lógico y natural, que se nos devuelva nuestra condición humana”. Sin respeto recíproco la igualdad queda degradada a un simple anuncio retórico y, en consecuencia, la libertad es anulada. Sin libertad ni igualdad, la Patria no puede ser regenerada. La regeneración del país equivalía en esos tiempos a una idea actual de refundación del Estado.

Después de 121 años, los odios raciales señalan que el respeto recíproco fue apenas un delirio momentáneo. Las fuerzas sociales vuelven a colisionar y hoy, el país nuevamente exterioriza la vena iracunda de un racismo que se pretende ocultar. Miles de bolivianos que ejercen su ciudadanía y acción de peticionar, marchan, bloquean y resisten la fecha modificada inconsulta e impensadamente por el Tribunal Electoral. En medio de la pandemia y la polaridad de odios, la protesta es señalada de irracional y los insultos abarrotan las redes sociales. La palabra indio, asociada a los peores y más humillantes adjetivos, se escribe con nombres personales y muchos otros disfrazados en un insulto vergonzante que no permite mostrar el rostro de su autor refinado.

Surgido de la nada, un hombre que ya en 2003 entendió la dimensión de este odio racial, vuelve a manifestarse: “Habrá movilizaciones desde las bases, es la única alternativa, nos haremos respetar porque el Gobierno está pisoteando a todos los hombres y mujeres que vivimos en la ciudad y el campo. Todos los días nos insultan, nos dicen salvajes, ignorantes, estúpidos, burros, indios de mierda. Señores y señoras de raza suprema, respetos guardan respetos. Nos respetaremos como seres humanos”. Hoy las movilizaciones de Felipe Quispe ya amenazan acorralar al Gobierno.

Es importante comprender que el conflicto social está mutando en estas horas. Deja de ser una demanda por el evento electoral y pasa a ser un hecho social, étnico/racial. Han ofendido en extremo a un sector que busca, históricamente, respeto recíproco. El conflicto va absorbiendo fases aceleradamente en su escalada ascendente. El pedido ahora es la salida de quien ejerce la transición. En el círculo rojo del poder, donde no se conoce el país y tampoco las lógicas de incidencia de los movimientos sociales ni la historia de una lucha de reivindicaciones por la igualdad étnica, racial y cultural de Bolivia, endosan toda la responsabilidad al MAS y su círculo dirigencial.

Los movimientos sociales en el altiplano boliviano reciben a Felipe y lo escuchan atentamente. Como en 2003, mientras el error político vigilaba a un dirigente con preocupación enfermiza, Felipe les llenaba de piedras las carreteras incansablemente, un día detrás de otro. Ayer en la tarde el Mallku era nombrado comandante de los bloqueos de las 20 provincias de La Paz. Dijo que mientras viva, no puede dejar a sus hermanos desprotegidos. Tampoco que los insulten.  Pide como en 1899, respeto recíproco.

Jorge Richter es politólogo.

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Un país desquiciado

La sensación de que la política está subyugando al país se está convirtiendo en una aporía real.

El vocero presidencial, Jorge Richter, en entrevista con La Razón.

Por Jorge Richter Ramírez

/ 10 de marzo de 2024 / 06:17

Dibujo Libre

Van desconfigurando al país. Desconfigurado significa que los factores mayores que determinan y señalan el orden societal, la estabilidad económica necesaria y la imprescindible convivencia social en el Estado se han desordenado peligrosamente, buscando generar sensaciones y cuadros propios de una situación de constante descontrol. Elementos raciales, identitarios, culturales, dialógicos, institucionales, sociales, económicos y esencialmente constitucionales, se van desconectando de la normalidad Estado-sociedad- gobierno, pues son diariamente reusados con intenciones personalistas, de grupo pequeño. Utilizados e instrumentalizados para la política pobre, aquella del sinsentido de destruir para construir opciones electorales, de la coyuntura reducida. La desconfiguración estatal es una secuela lógica de algo. En el caso de Bolivia, es el corolario de quienes desoyendo los principios constitutivos de “libertad, igualdad e inclusión para todos” expropian las formas constitucionales de acción y competencia política para atender sus ansiedades e impulsos, es un intento de captura del poder que sojuzga y no construye. Es la satisfacción personal, la impunidad, la obsesión y la fijación por el poder como único motivo de éxito vivencial.

¿Cuándo ocurrió que, en Bolivia, los principios de “Libertad, igualdad e inclusión” pasaron a instalarse en el imaginario societal de una democracia más completa y extensa? El momento decisivo estuvo en el tiempo de gestación del Estado Plurinacional, en el imaginario de sectores excluidos y de una sociedad sobrepasada por el conflicto y la estropeada cohabitación social. En el hecho histórico de mutabilidad del poder político, de la representación política decisoria, de las nuevas incorporaciones. Algo como lo pensado por Claude Lefort en referencia a la Revolución francesa, cuando expone la relevancia de aquella máxima fundamental del nuevo tiempo revolucionario, “el poder absoluto del pueblo”. Sobre esa pasión por la igualdad Tocqueville escribió: “Sería incomprensible que la igualdad no acabe de penetrar en el mundo político al igual que en lo demás. No se puede concebir que haya hombres eternamente desiguales en un solo punto e iguales en todos los otros. Acabarán, pues, en un tiempo dado, por ser iguales en todo”.

En las democracias maduras se llega al control del gobierno por la travesía constitucional/ eleccionaria, que señala siempre el ordenamiento mayor e interno de los países. Algunos empero, buscan vías forzadas, devaluando la institucionalidad democrática, tensionando la sociedad y haciendo insoportable la cohabitación política. Son los que por la fuerza y convulsión trastocan el precepto establecido por la norma suprema. Los esfuerzos retóricos y las modernas estrategias de construcción de imagen no retirarán de escena aquello que en la retina social ya se instala, asociativamente, a un hecho de ruptura de la estabilidad democrática.

Shakespeare, por medio de su persistente Hamlet, nos expresó unas palabras: “el tiempo está fuera de quicio”. En un tiempo desquiciado, “un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo…” decían Marx y Engels. Sobre esta fórmula, Jacques Derrida documentó su obra Espectros de Marx. Los espectros -y acá su valía- no son solamente aquellos que retornan de un ya recorrido pasado, sino de algo que está por llegar. Los espectros son reapariciones de lo acaecido, pero también algo que prorrumpe a ser y concretarse. Los espectros del autoritarismo antidemocrático y segregador insinúan hoy reinstalarse en nuestro espacio nacional. En tiempos de odio incontrolado, éste presenta varios rostros y formas: injusticias, derechos perdidos, dignidades violentadas, daño al otro, invalidaciones sociales, estigmatización y judicialización. Es el espectro de la incivilidad política que pensamos ya suprimida.

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¿Tiene todavía la política algún sentido? se preguntaba Hannah Arendt en los años ´70. Una interpelación que abandonaba la simplicidad y rechazaba la respuesta sencilla para centrarse en el daño que había producido la política, los hechos desgarradores y angustiantes de los que era responsable y los que amenazaba aún desencadenar. Ante el emplazamiento entonces, la mirada y la voz que habla y que refiere al sentido mayor de la política: libertad, igualdad y hoy inclusión. Los seres son más iguales en cuanto se destierran las pretensiones de predestinación, esas que imaginan algunos tener y que terminan cesando derechos y avasallando instituciones y procesos.

En este tiempo desquiciado, desconfigurado en cada ángulo, la sensación de que la política nos está subyugando se convierte en una aporía real. La insolvencia para desprendernos del odio político debería llevarnos a algo más que leer los periódicos del día buscando ver reflejadas nuestras satisfacciones de desprecio al otro, siempre disfrazadas de cobertura noticiosa, y preguntarnos, si este sinsentido construido por la obsesión de juzgar y castigar, de arrogarse el derecho de encontrar culpables, de marginar y de definir quiénes son dignos de ser aceptados en esta sociedad, es algo que nos hace mejores. Madison aseguraba que en las sociedades se trata de convivencia de hombres y no de ángeles, y para ello, evitar la destrucción de unos con otros solo es posible mediante un Estado centrado en la libertad e igualdad de sus ciudadanos y organizado de forma institucional.

En la Bolivia pre electoral un grupo desquiciado piensa que imponer es mejor que elegir democráticamente, piensa también que la construcción de años de democracia e intentos de institucionalidad no tienen valía, pues la real importancia de algo solo está en atender sus pulsiones de poder.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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La culpa es del poder

La obstinación y la insistencia no deben comprenderse como una virtud únicamente.

/ 25 de febrero de 2024 / 06:15

Dibujo Libre

El pensamiento de la escuela estoica, hoy releído en un cúmulo de nuevas lecturas e interpretaciones rescatadas de lo mejor de su razonamiento conclusivo, afirma que, “si no respetas tu tiempo, nadie más lo hará”. La revalorización de los paradigmas e ideales del estoicismo pueden encontrarse en el escenario construido por un mundo desbordado e incontrolado, donde el egoísmo y la ambición múltiple destruyen toda posibilidad de convivencia social tolerante y civilidad democrática. Se escribe y se dice sobre el estoicismo que “una de las razones de su popularidad en el tiempo actual es su enfoque en el desarrollo de la resiliencia y la fortaleza mental, además que nos anima a cultivar la virtud en todas nuestras acciones.” El estoicismo fue, en los hechos, uno de tantos retornos a la tradición clásica de la filosofía en la búsqueda de construir un pensamiento y una concepción más humana de la vida y de las relaciones sociales, pero también de la convivencia en sociedad y de las instituciones de la organización estatal.

Un tiempo antes, la escuela cínica, esa que estuvo representada por Antístenes, Diógenes y su miembro más destacado Crates, mostraron en su pensamiento una molestia por todo convencionalismo e indiferencia valorativa por la propiedad, el matrimonio, el gobierno, las leyes, la buena reputación y todas aquellas convenciones de la vida civilizada, por supuesto que por las instituciones también. Bastaba únicamente, para ellos, la sabiduría, esa que les confería la posibilidad de bastarse a sí mismos, lo cual desde el punto de vista moral era ya suficiente. Frente a esta autarquía, Panecio de Rodas reexpuso el estoicismo convirtiéndolo en una filosofía del humanitarismo, allí el ideal de servicio público, humanidad, amabilidad y simpatía. La razón es ley para todos los hombres y todos los hombres son iguales, aún a pesar de sus condiciones y situaciones en el grupo social. El igual valor de hombres y mujeres, el respeto por los derechos de las esposas e hijos. La tolerancia y la caridad hacia nuestros semejantes. La humanidad en todos los casos. Los derechos extensivos para todos y se debe asegurar la dignidad humana, es la justicia la que debe refrendar que esa dignidad llegue a todos.

Transitamos un tiempo en el que no se logran gestionar con suficiencia las ambiciones políticas y de poder, además la historia universal, exhibe sobrados ejemplos de personas que fueron deteriorándose espiritualmente por culpa del poder. Conductas despedazadas por la ambición de acumularlo sin refreno. Personas deshumanizadas, hombres de enorme valía y grandeza reducidos por el obcecado desenfreno del poder. Napoleón, durante su irrefrenable intención de expansionismo imperial afirmó victorioso: “la bala que ha de matarme aún no ha sido fundida”. Aquella vanagloria parecía confirmarse en cada paso que daba el monarca para agigantar su poder. El poder somete, doblega y enferma a líderes y políticos antes que corromperlos. Los domina con una presión impensada e inimaginada. Las tentaciones a las cuales son expuestos parecieran ser incontrolables, y después, finalmente, cuando ya son desconocidos de lo que en algún momento fueron, los corrompe por los cuatro costados.

Concentrar el poder en una sola persona reduce las instituciones y se constituye en una restricción a las garantías de igualdad y libertad. Se dice, y tienen razón, que el poder y los liderazgos son cargas en exceso pesadas y que conviene repartirlos en varias espaldas. Los políticos que no logran abstraerse de la eternización del poder, de la vigencia perenne, concluyen su vida aislados por la paranoia y la monomanía, presos del planteamiento fijo e invariable, del método único, de la inflexibilidad y del pasado exitoso. Las sociedades mutan y se transforman, y los liderazgos insistentes, amarrados al tiempo pasado se convierten en elementos desairados primero y repelidos después.

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“Quien solo sabe usar el martillo, en todo ve clavos” dice la expresión popular. Es una reflexión ante la inalterable rigidez. Si no cambias, sino te transformas sales de la sociedad y no ensamblas con el mundo que te rodea. La obstinación y la insistencia no deben comprenderse como una virtud únicamente. Pueden albergar en sí las caracteristicas propias del vicio de la irracionalidad y la terquedad. Ser valiente es algo distinto de ser temerario. La imaginación de quien cree que siempre ganará y que lo obtendrá todo y que el no darse por vencido -vulnerando a su paso cuanto obstáculo encontrase incluyendo lo legal/institucional- es una demostración de carácter solo construye destrucción y quebranto.

Hoy han rehabilitado el debate sobre el hecho producido por el 21F, casi como desenterrar al occiso para reexaminarlo. La atención de todo lo dicho tiene al mismo actor en el centro de cada palabra. La trama sigue siendo la misma, como si el tiempo se hubiese detenido, una conducta aferrada en torno al poder y sus intenciones no desmentidas de dominio hegemónico. Si no respetas tu tiempo, nadie más lo hará, sentencia la expresión estoica. El tiempo ha transcurrido, en realidad, nunca pudo detenerse, quien quedó inalterado en el pasado es aquel que sigue martirizando a un pueblo con piedras y daños, ensordecido ante el paso de su tiempo, entonces, otra vez, la culpa es del poder.

 (*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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Liderazgo, caudillismo y legado

El autor reflexiona sobre el poder, el paso del tiempo y la renovación dirigencial.

Jorge Richter en Piedra, Papel y Tinta. Foto: Rubén Atahuichi.

/ 11 de febrero de 2024 / 06:33

Dibujo Libre

La historia registra que Roma, entre los años 138 y 161, estuvo gobernada por el emperador Antonino Pío. Fueron 23 años que marcaron un tiempo de paz -allí se estableció de forma real la pax romana-. Antonino fue una persona de reconocida humanidad y clara modestia. Cuando el emperador Adriano pensó en él para señalarlo como su sucesor dijo: “he encontrado un emperador, noble, agradable, obediente, sensato, ni testarudo ni temerario a causa de su juventud, ni descuidado a cauda de su vejez: Antonino Aurelio”. Sin embargo, Adriano tenía otro sentir, su pensamiento estaba en que el verdadero futuro de Roma debía caer en manos de un niño llamado Marco y ser Antonino quien deba cuidar el trono y preparar al futuro emperador. Un emperador que debía formar a otro emperador mientras marche el tiempo y el aprendizaje que determine el momento de ser encumbrado. Durante los 23 años que duró su reinado, tiempo en el cual el imperio conoció un crecimiento excepcional en lo económico, pero de igual manera en lo social/jurídico, Antonino no solo formó, educó y preparó a un futuro emperador, tarea poco envidiable para los políticos actuales, sino que demostró templanza y decencia en el ejercicio del poder. No quiso ser quien estuviese en primer lugar, no privilegió su economía ni a los suyos. Pero por encima de todo, no manoseó el poder para destruir, matar, desterrar, calumniar y menos para consumar excesos, un hecho ilustre y una caracterización que la historia recoge y clasifica dentro de los gobiernos de “Los Cinco Buenos Emperadores”. Decencia y templanza, dos caracterizaciones alejadas de la frivolidad que señala en los tiempos actuales a líderes vanagloriados en destinos que imaginan manifiestos, que buscan descontroladamente el reconocimiento y la grandeza. Un hombre/mujer de Estado, debe esforzarse por ser indiferente a los aplausos y las honradeces. Pero esto requiere una profunda disciplina, valor que para ser logrado exige esfuerzos infatigables y constantes.

La palabra “disciplina” que deriva etimológicamente del término en latín “discipulus”, que quiere decir alumno, discípulo, el que debe aprender, conlleva dos roles: quien enseña y aquel que debe instruirse. Un maestro y un alumno/discípulo. La engorrosa tarea de Antonino no concluyó en un fracaso como presagiaban quienes alimentan la idea de que el poder debe entenderse únicamente con un sentido propietario. Antonino formó y educó otro gran emperador como fue Marco Aurelio. Lo encaminó por la disciplina, la ecuanimidad y la templanza lo que le confirió una grandeza no buscada.

Los liderazgos convencionales, inmoderados, tomados por la ambición desenfrenada no admiten, siquiera mínimamente, la probabilidad de formar, educar y construir discípulos que continúen la marcha de los procesos iniciados. Una revolución, el camino de los cambios y las transformaciones pierden aliento cuando se des institucionalizan y se construyen caudillajes -o simulación de dirigentes superiores, jefes, caporales- impuestos, dóciles o contestatarios. Los Estados se extravían en inútiles batallas, sin fin todas ellas, cuando las dirigencias reducen la comprensión del poder a una lucha de pasiones y ambiciones que glorifican, con matices de divinidad, a hombres que se visualizan imágenes delirantes de grandes líderes, aplausos y gritos de histeria en apoyos cuasi fanáticos por el gran líder, el salvador, el imprescindible. Con esa atmósfera dantesca, de tremenda veneración y culto a la personalidad, el espacio del discípulo/ alumno al que se debe guiar, la formación de nuevos hombres y mujeres activos y diligentes para el manejo del Estado ¿es posible?

El proyecto social y popular en Bolivia atraviesa una febril disputa interna que lo conduce -salvo oportuna y puntual intervención de la racionalidad- a una última etapa de desfondo definitivo. No será el primero, sino la reedición, una vez más, de una historia vulgarizada por desórdenes de ambiciones desmedidas. Fijaciones y obsesiones por el poder que incomprenden la necesidad del continuum histórico, que no se personaliza ni verticaliza en un solo nombre y una sola posibilidad.

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¿Cómo se construye continuidad de los procesos transformadores? ¿Cuánto tiempo dura una revolución? ¿Y por cuánto se extiende el espacio de legitimidad de un caudillo hasta empezar a transformarse en un factor de antagonismo social e intrapartidario? Los principios de igualdad entre quienes componen el tejido social de un Estado se desintegran cuando uno de sus actores disrumpe para fundar una asimetría que refiere a un elegido sempiterno, un nombre encadenado a un imaginario inducido de “única salvación posible”.

Resistir la emergencia de otros liderazgos es aplacar la lógica del discípulo/alumno. Es encerrarse en la visión corta y reducida de que solo existe un camino factible. Es someter el pensamiento plural y diverso, las interpretaciones de coyuntura, la evaluación de las deficiencias estructurales y condicionantes del Estado y la sociedad, es reducir y concentrar todo en uno y nada por fuera de ello. Es el camino a la intolerancia, el desprecio por el otro y la no aceptación de que las mezquindades te desvían del camino correcto, ese que toman los grandes hombres/mujeres de Estado que tiene aún mayor valor cuando más cuesta de asumir. Enseñar al discípulo/alumno es lo correcto, aunque debas abandonar tus ambiciones. Hoy quien impulsó a su discípulo, incomprensiblemente comete la felonía de calumniarlo.

Antonino encaminó a Marco Aurelio en un ejemplo digno de aprender, pero también está la opción de otros, de estar más en el espacio de Nerón.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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El péndulo de la polarización

La democracia está dejando de ser una fiesta de esperanza colectiva y se ha convertido en la arena del Coliseo romano.

El vocero presidencial, Jorge Richter. Foto: Archivo

Por Jorge Richter Ramírez

/ 14 de enero de 2024 / 06:48

Dibujo libre

Ultrafalso. Seísmo. Polarización. Macroincendio. Humanitario. Guerra. Fentanilo. Fediverso. FANI. Euríbor. Ecosilencio. Amnistía. Cada año, la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE) selecciona una docena de palabras que son abordadas por la Real Academia Española y la Agencia EFE: son vocablos repetidos con frecuencia, utilizados asiduamente por los medios de comunicación y que marcan en su uso el sentido de los debates de la sociedad y de los hispanohablantes. En 2022, la palabra que saturó los argumentos, las referencias, los esclarecimientos y las ilustraciones fue una que continúa marcando la agenda de interpretaciones y estudios: Inteligencia Artificial (IA). Hoy el término elegido, la expresión del año entre las doce candidatas, es polarización. Pero no es solo un vocablo de referencia singular, sino que se distingue por la evolución de su significante. En sociedades divididas y separadas en antagonismos de apariencia irreconciliable, polarización no resulta una nominación extraña y menos aún inesperada. Hoy, no solo expresa dos opiniones, dos polos respecto de una temática o visiones ideológicas contrapuestas o incluso que confrontan con cierta animosidad. El significante de polarización ha progresado para caracterizar formas estructurales del funcionamiento societal, estructuras y lógicas de poder político y económico. Los intereses que colisionan en lo interno de una sociedad reflejan avideces de poder y pulsión política, resistencias y ofensivas de las subjetividades confrontadas; marcan y definen los “ellos” y los “nosotros”; señalan la polarización política, social, económica y cultural.

¿El fenómeno de polarización societal es nuevo? No, hay décadas de abono en su construcción. Es la consecuencia acumulada de procesos de desigualdades estructurales, exclusiones sociales, culturales y políticas, de marginalidades, de privilegios y de condenas societales determinadas por el colorismo de la piel. La reaparición de las derechas libertarias, convencidas de la no importancia de los consensos, la inclusión social y el diálogo, vienen normalizando de forma constante y dramática la convivencia violenta y el desprecio por el otro. Los espacios intermedios, las zonas resolutivas de las asimetrías sociales también son extinguidas o cuanto menos despreciadas. La lógica de ultraradicalidades y extremismos cede su paso, de ser una desviación democrática para instalarse como una metodología política frecuente, una conducta que en el ultraje ya no reprimido y ahora exacerbado busca ganar adeptos y votos también.

Durante los últimos años, la Ciencia Política junto a otras disciplinas han fundado innumerables construcciones categoriales, explicativas de los hechos sociales y políticos y de las nuevas formas de polarización y polaridad que se van asentando en nuestra sociedad. Tradicionalmente hemos estudiado y utilizado las referencias a polarización política (actitudes y conductas hacia personas y/o partidos políticos) e ideológica (extremismos de no aceptación en el arco de izquierdas y derechas). Sin embargo, hoy las sociedades y los actores políticos ampliaron los márgenes de polarización, trascendiendo a los partidos políticos, las élites dominantes, las militancias o la simpatía política hasta dar lugar a aquello que se denomina “polarización afectiva”: en ella se incorporan distancias sociales, intolerancias, hostilidades, odio, discriminación, exclusiones, racialidad y una emocionalidad negativa exasperada hacia el otro.

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Este 2024 ya está signado, en sus primeros días, por una fuerte polaridad afectiva. No se repara en la necesitada institucionalidad del Estado, en la comprensión de los urgentes acuerdos y consensos políticos, en la gobernabilidad necesaria (la legislativa y la de las calles) o en el establecimiento de un nuevo pacto social. Todo se acciona bajo intereses personales y esos intereses van coreando el desprecio hacia el otro. El péndulo muestra en cada oscilación hacia el extremo una intransigencia mayor.

Carl Schmitt sostuvo que “la esfera de lo político se determina en última instancia por la posibilidad real de que exista un enemigo”. Esto dialécticamente nos muestra que los colectivos sociales, en su alta complejidad, están determinados por las relaciones amigo/enemigo y su constante intento de eliminación mutua. Todo ello conduce, por lo tanto, a poco más o menos que una resignada convivencia con el conflicto, siempre latente y siempre presente.

En tiempos tecnológicos que favorecen la polarización afectiva, Norma Morandini, premio Pluma de Honor de la Academia Nacional de Periodistas de Argentina piensa con irónica sinceridad: “Las redes sociales que democratizaron la expresión, al ser utilizadas por los gobernantes, como si fueran ciudadanos de a pie, han distorsionado el debate público. Se habla de los malos, no de los males. La cultura de la imagen y el aparecer le dan la razón al poeta portugués, Fernando Pessoa, quien decía: «el que inventó el espejo envenenó el alma». La obsesión por el mostrarse llevó al paroxismo. Todo está a la muestra, si hasta dan ganas de pedir un poquito de hipocresía. Al final las formas y la civilidad son el corsé que nos ponemos encima para no descarriarnos en tiempos de locura. Lo cierto es que la polarización, grieta o brecha, desnuda nuestro fracaso democrático, ya que lo relevante es el respeto que nos debemos y no que pensemos de manera diferente”. La democracia está dejando de ser una fiesta de esperanza colectiva y se ha convertido en la arena del Coliseo romano, allí donde unos y otros se despedazan para intentar sobrevivir.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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Del proceso de cambio a la neurosis

Los caminos del poder no siempre recorren los caminos de la virtud y la corrección, la irracionalidad es también un factor en juego.

Jorge Richter, vocero presidencial, en Piedra, Papel y Tinta. Foto: La Razón.

Por Jorge Richter Ramírez

/ 19 de noviembre de 2023 / 06:50

DIBUJO LIBRE

Fiel a la inclinación más natural del hombre, la estructura política del mayor proyecto popular y social movilizado en la historia de Bolivia va dejando de ser un partido político para convertirse en una neurosis, en los hechos prácticos, dos partidos confrontados y un proceso que puede terminar en hundir a todos sus protagonistas. Erich Fromm, en su estudio “Psicoanálisis de la sociedad contemporánea” se preguntaba: ¿Puede una sociedad estar enferma? Inmediatamente responde advirtiendo sobre “el peso de conciencias dependientes y homogeneizadas” que se imponen sobre la misma naturaleza humana. Esto es lo que llama los consensos coercitivos que devastan toda individualidad, uniforman los comportamientos, extinguen el yo personal y se adscriben dependientemente a modelos de vida y políticos predeterminados. Dice Fromm, también: “Lo que es muy engañoso en cuanto al estado mental de los individuos de una sociedad, es la ‘validación consensual’ de sus ideas. Se supone ingenuamente que el hecho de que la mayoría de la gente comparte ciertas ideas y sentimientos demuestra la validez de esas ideas y sentimientos. Nada más lejos de la verdad. La validación consensual como tal, no tiene nada que ver con la razón ni con la salud mental… El hecho de que millones de personas compartan los mismos vicios, no convierte esos vicios en virtudes, el hecho de que compartan muchos errores, no convierte a éstos en verdades, y el hecho de que millones de personas padezcan las mismas formas de patología mental no hace de estas personas gentes equilibradas…”

Se instalan en el tiempo reciente prácticas de odio que moldean una política que desprecia el respeto societal e individual. Una esmerada habilidad para destruir dignidades, terminar con reputaciones y doblegar moralmente a quienes desafían el pensamiento único y absolutista, que no acepta siquiera tonos de variación. La mala práctica del hombre del odio es seguida, esparcida, extendida y ejecutada por los mensajeros del odiador, con total impunidad que siempre es una construcción plural, diversa, de múltiples participantes, con complicidades de apoyo y asociaciones diversas. Todo este eje, anclado a un dispositivo rápido, común y de fácil implementación: la degradación de las personas públicas en redes sociales, su inusitada violencia mediática y la base de sus discursos odio.

En nuestra política cotidiana, la deformación de los liderazgos políticos por obcecación irracional de poder y de resistencias al paso del tiempo, hace que no todo sea explicable y comprensible, que no siempre haya respuestas posibles y razonadas, que no se encuentre sentido lógico a innumeradas conductas, que no todo sea justo ni merecido. Entonces, se va aprendiendo a vivir con esto, se normaliza la locura y el desenfreno enfermizo de quien odia y destruye para, según su retórica sempiterna, “representar mejor”. Esto ocurrirá mientras la impunidad organizada y su aceptación sigan siendo parte de esa minoría que dirige y se impone categóricamente.

El hombre del odio no quiere un entorno de pensantes, de gente de luz, de productores de ideas y de miradas de Estado, menos militantes formados y activos en la opinión, quiere mascotas, obediencia sin más. Muchos están dispuestos y ejercen ese rol infame y despersonalizado. Cumplen las funciones de ser los mensajeros del odiador, destinados a ser solo eso. Participan y compiten entre ellos, en el único papel de trasladar odio, intolerancia, difamación, calumnia, pues no dan para algo más ya que cumplen con el requisito primero de acreditar un encefalograma muy plano, porque cuando la exigencia de pensar llega, realizar ese esfuerzo se les convierte en una tarea sobrehumana, ahí empiezan a sentirse en orfandad, abandonados, lejos del gremio de fuerza que es el club dirigencial del odio.

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Sin esperar el futuro, el hombre del odio y sus mensajeros ya son seres castigados, confinados merecidamente en el pequeño espacio de una militancia destructiva e intolerante pero sí, con altísimo ruido público que los hace ver como una muchedumbre. Castigados porque en sus rostros de odio, de enrabietado descontrol y ceños fruncidos se expresa, indisimuladamente, la desdicha. Caminan, hablan y van por la vida profundamente desdichados. Quien lastima a una mujer, a un joven, a una familia, aunque rece en domingo, vive profundamente desdichado.

El hombre del odio expresa en sus ambiciones desmedidas la evolución inversa y negativa. Si alguna vez sus creencias democráticas cautivaron de gran manera, hoy ha colocado éstas en un paréntesis para sustituirlas por odio y destrucción. En el candelero de cada mesa de las familias, hay algo que vemos todos, que el hombre del odio quiere que seamos una sociedad donde se despedace al otro, que nos maltratemos, que odiemos como él, incomprensiblemente, pero con desenfreno.

Con el hombre del odio, el razonamiento de hoy es: el que se oponga al verticalismo autoritario del caudillo debe aceptar la flagelación y el escarnio público por él ordenado. Quien retroceda ante el escarnio público, debe aceptar el verticalismo autoritario.

Entre 1942 y 1951, Albert Camus fue construyendo un cuaderno de reflexiones filosóficas, apuntes, proyectos de libros, descripciones de países, anécdotas vistas y escuchadas. Todo aquello, años después, constituyó un libro que se presentó bajo el nombre de Carnets. Allí escribió: “La inclinación más natural del hombre es hundirse y hundir con él a todo el mundo. ¡Cuántos esfuerzos desmesurados cuesta ser simplemente normal! Hacen falta ríos de sangre y siglos de historia para llegar a una modificación imperceptible de la condición humana. Tal es la ley”. La tragedia, sin embargo, no es la solución.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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