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Binarismo simplificador

En periodo electoral es común evaluar todo hecho político mediante el balance en torno a las “ganancias” y las “pérdidas” que cosechan las fuerzas políticas institucionalizadas que pugnan por el voto, con especial énfasis en aquellas que encabezan la preferencia electoral. De hecho, este análisis de tipo político es moneda corriente en la mayoría de los espacios periodísticos y mediáticos. Así, son periféricos los análisis de tipo sociológico o cultural en torno a nuestra agenda política cotidiana, se trata de una omisión muy normalizada en el ajetreo mediático y que, como resultado, deja por fuera la valiosa pregunta en torno a qué gana y qué pierde la sociedad (como tal) en estos hechos políticos.

Las causas y consecuencias de que una de nuestras ventanas al mundo esté configurada de esta manera, sea por la volatilidad de nuestra política diaria o sea porque vivimos en una sociedad altamente politizada nos lleva inevitablemente a una simplificación de la realidad que se torna muy riesgosa para nuestra convivencia democrática. De ahí que resulta bastante fácil y simplista dividir la política viva de este país en clave binaria: aquellos de absoluta bondad contra los de inconmensurable maldad. Y es que es así cómo desde buena parte de los partidos políticos se construyen estos relatos, fruto de posiciones dogmáticas propias de instituciones verticales y patriarcales. Para corroborarlo, basta mirar un poco el escenario de las vocerías y fuerzas políticas hasta encontrar a quienes se muestran más reactivos ante las corrientes autoritarias y que suelen ser quienes mejor han aprendido y replican esa forma de mal entender la democracia.

Volviendo a la sociedad, lo cierto es que pareciera ser que la imposibilidad de leer sociológica, cultural o políticamente (por fuera de la política formal) a la sociedad boliviana nos lleva a elaborar y manifestar nuestros (pre)juicios en torno al comportamiento de los otros con base a estos parámetros propios del campo político institucional; que, ya se dijo, actualmente están establecidos de forma plana y binaria. Es así que un desaforado discurso de un Comité Cívico tienda a asociarse directamente a la totalidad de una ciudadanía calificada como “pitita” o que un intransigente pliego petitorio de una organización sindical tienda a ser asociado directamente a la totalidad de una ciudadanía calificada como “masista”.

Esta forma sesgada de leer la política que se hace desde la sociedad permite que las manifestaciones propias de grupos sociales con intereses y agenda propia sean reducidas a adjetivos que nacen en los relatos de la política institucional confrontada. Esto hace que se tienda a eliminar definitivamente su complejidad y, al hacerlo, se cancele la necesidad de su comprensión.

El tiempo ha demostrado que casi a toda generación de bolivianas y bolivianos le ha tocado mirar(se) al espejo para resolver las grietas sociohistóricas que comúnmente salen de debajo de la alfombra cuando no se resuelve o gestiona adecuadamente lo que es la bolivianidad y la democracia. Y aunque la historia nos encuentre hoy bastante cansados de hacerlo una vez más, es necesario que encontremos las formas de renovar las preguntas antes de acudir a respuestas pre fabricadas, descubramos las formas creativas de dialogar antes de recurrir a instancias agotadas en su recurrencia, (re)inventemos el espíritu democrático que nos permita no solo tolerarnos sino entendernos y, sobre todo, usemos con templanza y buena fe el pasado común para visualizar un futuro.

Verónica Rocha es comunicadora. Twitter: @verokamchatka