Icono del sitio La Razón

Las masas de agosto

En las redes sociales circula una foto de una columna de indígenas que marcha en un paraje altiplánico. Hombres ataviados de ponchos y mujeres vestidas con polleras ondean la bandera boliviana y la wiphala dirigiéndose hacia uno de los puntos de bloqueos convocado por la Central Obrera Boliviana (COB) y el Pacto de Unidad. La movilización busca reponer la democracia.

René Zavaleta al escudriñar el bloqueo campesino, en noviembre de 1979, que revirtió el golpe de Estado de Alberto Natusch, concluía: La autodeterminación de las masas opera como una mediación insoslayable para localizar a la democracia como horizonte de lucha. Entonces, otorgaba un contenido político a las movilizaciones populares. Las masas de noviembre (dixit Zavaleta), no solo el 79, sino otros momentos constitutivos: 1952 y más reciente, en octubre de 2003, la autodeterminación de las masas fue crucial para la democratización social.  

A inicios de agosto de 2020, mes de ofrendas a la Pachamama y en medio de la pandemia, otra vez, lo nacional-popular ocupa el campo político. La COB junto al Pacto de Unidad, esa bisagra obrera/campesina-indígena configura lo nacional-popular. Al igual que en noviembre del 79, la memoria de lucha se reactiva y motoriza la movilización para evitar la proscripción de la democracia y el derecho al voto de la mayoría.

Las “masas de agosto” nuevamente están recuperando para lo nacional-popular a la democracia como dispositivo discursivo movilizador. Ese discurso democrático fue arrebatado por los sectores conservadores. Desde el referéndum constitucional del 21 de febrero de 2016, el discurso democrático generó una subjetividad en la clase media para perforar el liderazgo político de Evo Morales. Posteriormente, el discurso del dizque fraude electoral se articuló al clivaje democracia/autoritarismo, que, paradójicamente legitimó el golpe de Estado del 10 de noviembre de 2019.

Zavaleta construyó una herramienta de análisis, “la crisis como método de conocimiento”. O sea, la crisis como reveladora de lo social y lo político. Si seguimos este método zavaleteano, la “crisis de agosto” pone en evidencia, por una parte, que la movilización de lo “nacional-popular” asume a la democracia como horizonte de lucha y devenir estatal. Mientras tanto, por el otro lado, los sectores oligárquicos que decían ser “democráticos” hoy se sacan sus caretas oponiéndose a la verificación de las elecciones sea en cualquier fecha.

El gobierno de facto de Jeanine Áñez usó la pandemia como pretexto para postergar el desarrollo de los comicios y una asamblea del Comité Cívico Pro Santa Cruz, expresión de la oligarquía cruceña, resolvió que no quiere elecciones en octubre. La oligarquía sabe que lo nacional-popular apuesta por el derrotero de las elecciones. Mientras, ella apuesta por la otra vía, la autoritaria. Así, estigmatizan a lo nacional-popular tildándolos de “salvajes” o “bestias”, llegan a la crisis tal como son, cabalgando en sus propios prejuicios, verbalizando de una manera indisimulada su racismo colonial. Zavaleta tenía razón: La crisis desnuda descarnadamente a la sociedad. Hoy se visibiliza, gracias a la crisis de agosto, quiénes son antidemocráticos, y quiénes no son.

Entonces, la autodeterminación de las masas, una vez más, sirve para contener la arremetida autoritaria. Más allá de cualquier cálculo electoral, la subjetividad de las masas busca restablecer la democracia y, como efecto colateral, revertir la restauración oligárquica en curso. Quizás, blindar la fecha de las elecciones sea la enseñanza cognoscitiva, ética y política de las “masas de agosto”.

Yuri F. Tórrez es sociólogo.