Un artículo controvertido sobre colegios de élite
De todos mis artículos publicados, uno de los que más retroalimentación negativa ha recibido fue el último que apareció en esta columna, Sesgo racial de la educación elitista en Bolivia. Las causas son dos. Algunos errores míos de hecho y de exposición, y la forma de leerlo por la audiencia que este artículo generó: las “comunidades educativas” a las que hacía referencia.
Comencemos por mis errores. Representantes del Saint Andrew’s School me comunicaron que la pensión de este colegio es de $us 300 y por tanto es bastante menor que el rango de costos que yo atribuí a seis colegios de élite, tres de Santa Cruz y tres de La Paz (“entre $us 485 y 600”). También opinaron que era injusto incluir a este colegio, que debe cumplir todas las normas educativas nacionales, en la misma bolsa que otros que se benefician de convenios entre Estados que les permiten seguir normativas extranjeras. Una profesora del Franco me explicó que, en contra de lo que había afirmado, sí existen becas para bolivianos en este colegio (“becas de excelencia”).
Hasta aquí, mis errores de información. Pasemos a mis errores de exposición. Usé un concepto, “educación elitista”, que ha sido interpretado, tanto por algunos de mis detractores como por algunos de quienes me apoyaron, como una crítica implícita a los seis colegios de élite mencionados y a otros aludidos por analogía. Como si hubiera dicho que estas instituciones eran racistas, algo que nunca hice.
El artículo de marras salió de una investigación que realicé en 2017 sobre las clases altas bolivianas. En ella se explicaba detalladamente lo que debía entenderse por “educación elitista”; tuve que prescindir de este contexto en el artículo de prensa del que hablamos. Debí aclarar que se trataba de un concepto descriptivo. La “educación elitista” es la que educa a los hijos de las élites de una sociedad y también la que crea la élite del saber. Al mismo tiempo, todas las sociedades tienen élites. Algunas son más legítimas que otras, pero normalmente se puede decir que hay élites legítimas que educan legítimamente a sus hijos en escuelas elitistas, como una estrategia para mantener su primacía social. Nada que objetar al respecto (aunque sí que analizar, que es un derecho de quien a esto se dedique).
Mi punto era otro. En Bolivia, a resultas de la ilegítima e ilegal jerarquización racial que contamina todas las relaciones sociales, la educación elitista, que en sí misma puede no ser racista, obtiene sin embargo un resultado racista. Forma élites del saber sin indígenas. (Algunos han tratado de objetar esta conclusión, nombrando uno o dos casos, pero su argumentación no me parece atendible). Esto ocurre porque educa a los hijos de unas élites que, como demostré en mi investigación, también carecen de indígenas.
Además, estos colegios, al no tener políticas específicamente orientadas a aumentar la diversidad racial y al aplicar sistemas de admisión que no problematizan la desigualdad racial boliviana y, en cambio, buscan confirmar su prestigio social (por ejemplo, acogiendo especialmente a familias con conocimiento de idiomas extranjeros), terminan asegurando —inconscientemente— tal resultado.
Jamás dije ni creo en absoluto que los maestros de estos colegios actúen de manera distinta con los chicos de proveniencia indígena que, pese a todo y por cuentagotas, cursan en estos establecimientos. Dije otra cosa completamente diferente: que uno de los obstáculos que impiden que más indígenas formen parte de las comunidades educativas elitistas es la diferencia entre los capitales simbólicos y las habilidades de socialización que éstos poseen y los de las élites tradicionales “desindigenizadas” (sin indígenas entre sus miembros); y el que, en muchos casos, esto genere, como efecto, la discriminación de los primeros por las segundas. En este contexto, afirmé, “los Quispe y los Ticona no son los más populares ni los mejores alumnos”.
Finalmente, anoto el problema de percepción de mi público. Los bolivianos tenemos problemas para aceptar el punto de vista y el lenguaje de las ciencias sociales (y, por tanto, para debatir en el marco establecido por ellos). Discutimos sin objetividad, no por el tema en sí mismo, sino por los efectos que tal o cual opinión puede tener sobre nuestra posición en una red social.
Fernando Molina es periodista.