Capitalismo racial
Desde la explosión de protestas callejeras del movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) han surgido voces en la prensa y academia progresista norteamericana que retoman la idea de discutir la supremacía blanca como uno de los rasgos del sistema de exclusión y explotación capitalista. Para activar esta discusión se ha desempolvado la obra de Cedric Robinson, a quien se atribuye el concepto de capitalismo racial. Angela Davis, una destacada activista y pensadora del movimiento negro radical, sostiene que “el sistema de explotación global no puede ser adecuadamente comprendido si la dimensión racial del capitalismo es ignorada”. Más aún, para algunos analistas, la crisis desatada por el coronavirus ha reafirmado que la riqueza y la prosperidad de la economía de Estados Unidos se basa en el trabajo y las vidas de las personas negras y morenas.
Desde hace mucho tiempo las feministas hemos insistido que es imposible analizar de manera independiente las esferas de dominación patriarcal, jerarquía racista y explotación capitalista a pesar que las tres hayan desarrollado marcos interpretativos y luchas paralelas. La realidad concreta en la vida de las mujeres pronto nos hizo comprender que las desigualdades, la pobreza y la exclusión pasan por el lazo indisoluble entre raza, clase y género.
Toda esta discusión sobre las sociedades racializadas que a algunos les suena premoderna, se vuelve pertinente frente al retorno en Bolivia de los discursos sobre la supremacía blanca. Y para muestra, el discurso del presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, Rómulo Calvo, quien con total desparpajo califica a sus oponentes políticos como “bestias humanas, indignas de ser llamados ciudadanos”. Pero el Sr. Calvo va más allá al contraponer a los “colonos desagradecidos” con los únicos auténticos dueños de la tierra que, entendemos, serían los agroindustriales cruceños a los que él representa.
Y entonces nos preguntamos, ¿es con este discurso que la elite cruceña aspira a proyectarse como un liderazgo nacional en las próximas elecciones?, ¿es éste el horizonte de país que proyectan, donde no cabemos todos? Tengo fundadas sospechas de que el rechazo del occidente al modelo de desarrollo del oriente no se basa tanto en sus formas de producción y explotación como en su profunda base racista para justificar privilegios y naturalizar jerarquías.
Tal vez las configuraciones subjetivas en el occidente aún se aferran a la promesa incumplida de igualdad que la modernidad ofrece. Por ello se acepta con mayor agrado (al menos discursivamente) un capitalismo estatal que dialoga muy bien con un sentido nacionalista e incluso se prefiere un capitalismo salvaje (con total ausencia del Estado) si se trata del comercio o la pequeña producción. Pero lo que parece inaceptable es la hegemonía de un capitalismo racial donde la jerarquía se naturalice por rasgos fenotípicos de las personas.
Hablar de racismo hoy en Bolivia resulta muy incómodo. Y de eso puede dar fe Fernando Molina, que hace varios ensayos trata de incomodarnos. O como sostiene Carlos Macusaya, el racismo entre los bolivianos es como el alcoholismo entre los alcohólicos: no aceptan serlo. Así como un alcohólico niega su condición diciendo: “una copita la toma cualquiera”, un racista minimiza su racismo diciendo: “un insulto lo dice cualquiera”.
Ya es tiempo de hablar del elefante en la sala y si algo nos demostraron las protestas tras la quema de la wiphala es que una gran parte de la sociedad boliviana no está dispuesta a retornar a lo que el fisiólogo chileno Alejandro Lipschutz describió como «pigmentocracia».
Lo último que quiero afirmar para continuar esta discusión es que, en las próximas elecciones, será muy importante la narrativa e imagen que sobre la piel morena tengan los candidatos.
Lourdes Montero es cientista social.