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Nazis en Bolivia

La historiografía boliviana tiene un vacío: la presencia nazi durante los años 30 y la primera mitad de los 40 del pasado siglo. ¿Es intencional ese hueco? ¿Hubo nazis bolivianos? La respuesta es sí. Nazis en Bolivia: sus militantes y simpatizantes 1929-1945 de Irma Lorini (Plural editores, 2016) es un libro apasionante. Uno queda sorprendido por la dimensión organizativa y “destructora” (Lorini dixit) que tuvo la ideología nazi en “un país tan lejano y con población tan mezclada y heterogénea” como el nuestro. ¿Y cuántos eran? No eran muchos pero hacían mucho ruido. ¿Suena familiar en estos días? La respuesta también es sí. Una estadística de 1933 del Instituto Alemán de Extranjeros de Stuttgart enumeraba a las personas de lengua materna alemana que vivían en Bolivia (de los 2.000 alemanes en total). Eran 905 arios del Tercer Reich, 24 austríacos alemanes, 21 bolivianos de origen alemán, 16 checoslovacos alemanes, 51 alemanes-suizos, cuatro húngaros, cuatro daneses y un chileno.

Un cachito: ¿Los nazis aceptaban a los bolivianos nazis en sus filas? La respuesta es no. Obvio, microbio. La doctrina racista del III Reich los excluía pues no eran “arios”. Incluso un alto funcionario alemán, Robert Ley, calificó a Bolivia de “país de idiotas”, junto a Cuba y Uruguay. Los hijos de matrimonios bolivianos-alemanes eran reconocidos como alemanes pero… no “alemanes puros” (los reichsdeutschen).

Pero, ¿quiénes fueron esos nazis bolivianos? Hubo de todo, como en botica. Un personaje clave de esa trama olvidada fue Federico Nielsen Reyes, embajador boliviano en Berlín durante los Juegos Olímpicos de 1936 donde participó un familiar suyo en el “concurso de arte” junto al abanderado Alberto Conrad Machuca, estudiante de Riberalta, que “compitió” en natación. Don Alberto quedó último (puesto 45) en la prueba de 100 metros libres. Evidentemente, el beniano no era un “alemán puro”.

Federico Nielsen Reyes representó la cara amable del nazismo. Otros públicamente fieles admiradores del Führer y con estrechas relaciones con el III Reich fueron el alcalde paceño Hugo Ernst Rivera (uno de los fundadores de la industria cervecera nacional), Julio Sanjinés, el ex ministro de Minas Dionisio Foianini Banzer y Elías Belmonte (del cual un informe nazi llegó a decir que tenía “sangre india”). El propio padre del presidente Germán Busch Becerra, Pablo Busch, también figura en la lista de “caras conocidas”.

Los cuatro Colegios Alemanes (por orden de fundación, Oruro, La Paz, Cochabamba y Santa Cruz) fueron instrumentos para la propaganda nazi, así como determinadas casas comerciales alemanas, distribuidas por el eje troncal, la región minera, la Chiquitanía y ciudades como Trinidad, Riberalta, Puerto Suárez, Rurrenabaque y Guayaramerín.

El primer nazi conocido arribado al país fue Ernst Röhm. El más conspicuo inspirador de las SA (Sturm Abteilung, sección de choque, cuerpo de paramilitares dentro del partido nazi) fue bien recibido por ciertos círculos sociales paceños. Lorini recoge un testimonio literal: Röhm era visto como “inteligente, cultivado y agradable”. No era algo extraño en la época, figuras claves de nuestra política, literatura, periodismo o ejército como Víctor Paz Estenssoro, Carlos Montenegro o Augusto Céspedes, demostraron simpatía con el régimen nazi en algún momento de sus vidas, según cita el mencionado libro.

Incluso en 1936 se otorgó el Cóndor de los Andes a dos conocidos nazis: Gauleiter Ernest Wilhelm Bohle (jefe de la organización para el extranjero AO del NSDAP, Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán) y el comisario responsable de Bolivia, Willy Köhn. ¿Por qué esa mancha en nuestra más alta medalla nunca fue objeto de reparación histórica? Quizás la respuesta sea siempre la misma: el recuerdo de la presencia nazi en Bolivia molesta, fatiga, perturba.

En Alemania existe una disposición extendida de afrontar a través de las investigaciones históricas el barbarismo de los nazis. ¿En Bolivia también? ¿Existen causas ideológicas/sociales que intentan “ocultar” esta parte de nuestra vida? ¿Por qué el libro de Irma Lorini pasó desapercibido? Unos pocos creen que es mejor olvidar y esconder la basura debajo de la alfombra. Otros muchos creen que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla.

Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.