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Thursday 8 Jun 2023 | Actualizado a 02:14 AM

Nuestras áreas protegidas

/ 2 de septiembre de 2020 / 02:40

La pérdida acelerada de la biodiversidad, el cambio climático y la crisis sanitaria invitan a la humanidad a reflexionar más profundamente sobre cómo nos hemos relacionado con nuestro planeta y la naturaleza. A un nivel más personal esta pausa mundial nos ha sensibilizado de una manera más tangible a entender la importancia de mantener un medio ambiente sano y equilibrado.

Las áreas protegidas han sido reconocidas como la pieza fundamental para proteger la naturaleza y la solución más concreta para enfrentar estos grandes desafíos globales. Éstas se han convertido en el objeto central de los esfuerzos de la conservación de la biodiversidad.

Hace casi 30 años, la Cumbre de Río marcó un importante hito dando un fuerte impulso a la creación de más áreas protegidas en el ámbito mundial. Inicialmente la conservación de la biodiversidad era fuertemente motivada por principios éticos como la responsabilidad hacia las generaciones futuras. Más adelante la importancia pasa a ser una necesidad para la sociedad, entendiendo que los ecosistemas y sus especies proveen de servicios y múltiples bienes para la gente y sus medios de vida. El reconocimiento de que los ecosistemas proporcionan beneficios como la provisión de agua y alimentos, la absorción de contaminantes, la formación de suelos, la polinización o las posibilidades de recreación y turismo entre otras tantas, se hace más visible.

Tanto en el contexto del cambio climático como de la seguridad alimentaria, organizaciones mundiales destacan el rol de las áreas naturales protegidas como las principales herramientas para adaptarse a los nuevos escenarios del clima, así como reservorios de valiosos recursos genéticos para mejorar la producción de alimentos. Hoy nuevamente, los expertos han planteado que la conservación de la naturaleza va de la mano de nuestra salud y que la protección del medio ambiente es la medida más efectiva para prevenir y preservar la salud humana.

El 4 de septiembre se celebra el Día Nacional de las Áreas Protegidas. Este año en especial, la fecha nos invita a preguntarnos si realmente somos conscientes del valor de nuestras áreas protegidas y de la necesidad urgente de reducir sus amenazas y sumar esfuerzos para fortalecerlas. También es un llamado al compromiso individual por un bien común.

Heidy Resnikowski es subgerente en Planes de Manejo de la Fundación Amigos de la Naturaleza

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Bosques para la salud y bienestar

/ 15 de marzo de 2023 / 01:18

El 21 de marzo se celebra el Día Internacional de los Bosques. Este año, la Organización de Naciones Unidas (ONU) eligió el tema “Bosques y salud” como un llamado a cuidar los bosques y conservarlos para mantener la salud de la gente.

Los bosques son clave para combatir el cambio climático. Cumplen funciones fundamentales de producción de agua dulce, controlan inundaciones, regulan el microclima y la fertilidad del suelo, entre otras. Nos proporcionan alimentos y medicinas. Están amenazados por la deforestación, los incendios forestales, sequías y plagas.

De manera directa o indirecta está comprobado que contribuyen a la salud física y mental de poblaciones rurales y urbanas. Diversas investigaciones sobre estos beneficios están relacionadas con su función para combatir enfermedades no transmisibles como afecciones respiratorias y cardiovasculares, cáncer y enfermedades crónicas como diabetes, asociadas, entre otras causas, al estrés.

En 2011, Hasnki et al. planteó la “hipótesis de la biodiversidad”, que propone que el reducido contacto con la naturaleza y la biodiversidad lleva a una insuficiente estimulación de los circuitos que regulan el sistema inmune, aumentando la aparición de enfermedades inflamatorias crónicas.

Los baños de bosque o Shinrin-yoku es una práctica tradicional japonesa que trata de pasar tiempo rodeado de árboles para conectar con la naturaleza y desintoxicarse del estrés de la vida moderna. Yoshifumi Miyazaki fue el pionero en explicar la ciencia detrás de los baños de bosque y describir sus beneficios como la reducción del estrés, la regulación de la presión arterial, la mejora del estado de ánimo y el aumento de la energía y concentración de las personas.

Miyazaki señala que el contacto con la naturaleza nos ayuda a entrar a un estado de relajación que puede traernos de vuelta a nuestro “estado humano”, en un mundo moderno que nos desafía a condiciones de estrés y ansiedad. El concepto científico detrás de esta idea es que, a medida que se incrementa el estado de relajación fisiológica, esta actúa como una medicina preventiva que aumenta la resistencia natural del cuerpo a enfermedades, condición que no es posible bajo estrés.

Las fitoncidas son sustancias volátiles o aceites esenciales que emiten los árboles y otras plantas. Tienen la función de defenderlos y protegerlos de hongos, bacterias e insectos. El doctor Qing Li, experto mundial en baños de bosque, demostró científicamente que dos horas de caminata por el bosque son suficientes para “absorber su atmósfera” cargada de fitoncidas. A través de nuestra respiración, estas pasan a la sangre, contribuyendo al aumento de células NK (Natural Killer en inglés), un tipo de glóbulos blancos que combaten infecciones y reducen las hormonas del estrés y la excesiva actividad del sistema nervioso.

Pasar tiempo en la naturaleza fortalece nuestra salud. Algo tan sencillo como caminar en el bosque y respirar, desconectarse y disfrutar la naturaleza nos mantiene saludables y felices. Que estos beneficios que recibimos del bosque y la biodiversidad nos despierten una mayor conciencia y compromiso para apreciarlos y conservarlos.

Heidy Resnikowski es gerente de Proyecto de la FAN.

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Retomando a la naturaleza en las urbes

/ 28 de septiembre de 2022 / 00:36

Hace unas semanas veía cómo mi vecino cortaba un árbol que “ensuciaba” su acera. Sentí una gran impotencia y pena al ver cómo este maravilloso ser era tumbado en cuestión de horas. Día a día, somos testigos de cómo nuestras ciudades van “comiéndose” a los árboles y a los espacios verdes, dando paso a la infraestructura de cemento en una paulatina desvalorización de la naturaleza y desconexión con ella.

La pérdida de la biodiversidad, los ecosistemas naturales y sus funciones ambientales esenciales, dan paso a un sistema urbano funcionalmente incompleto que depende de otros ecosistemas a grandes distancias, donde ocurren los procesos imprescindibles para su subsistencia, como la producción del agua.

Asimismo, las evidencias muestran que lejos de lo estético, las áreas verdes, como bosques urbanos, parques, jardines y calles arboladas, cumplen un papel fundamental para aportar a dicha funcionalidad ecosistémica que la ciudad necesita, y contribuyen significativamente al bienestar de sus habitantes.

Gracias a estos espacios, la purificación del aire, la regulación microclimática, la reducción de los ruidos, el hábitat y refugio para diversidad de especies son posibles. Además, eventos extremos debidos al cambio climático, como las inundaciones, pueden ser controladas reduciendo los flujos de agua de lluvia, permitiendo la infiltración y mejorando la permeabilidad de los suelos. No menos relevantes son otros beneficios como el esparcimiento y recreación que mejoran la salud mental y emocional de la gente. Inclusive un solo árbol urbano es capaz de proporcionar todos estos beneficios.

La crisis del COVID-19 nos mostró que las ciudades no están aisladas de los desafíos globales y cuán importante es que estén preparadas para dar a las personas buenas condiciones de vida. Retos como la lucha contra el cambio climático, la pobreza y la desigualdad deben ser encarados desde y en las ciudades. A su vez, éstos son clave para definir qué tipo de ciudades necesitamos para soportar un futuro impredecible.

Las cifras muestran que el crecimiento urbano es una tendencia mundial. Hasta 2021, el 56% de la población del planeta estaba concentrada en ciudades y se espera que hasta 2050 llegue al 68%. En Bolivia, la población urbana alcanza el 65% y se estima que llegue al 75% en 2025. Las ciudades demandan gran cantidad de recursos, consumen el 70% de la energía mundial, emiten el 75% de los gases de efecto invernadero (GEI), generan grandes volúmenes de residuos sólidos y contaminación del agua.

A medida que éstas crecen, su exposición al cambio climático y el riesgo de desastres también aumenta. En los países en desarrollo este proceso es más marcado, a medida que las ciudades crecen aceleradamente, y mayormente sin planificación, también aumenta la cantidad de población pobre y vulnerable a eventos extremos como inundaciones, olas de calor y sequías.

Nos enfrentamos a un futuro urbano que nos ofrece la oportunidad de construir ciudades más saludables, inclusivas, resilientes y sostenibles retomando a la naturaleza y asignándole un rol central a favor del bienestar integral de las personas. Mantener y aumentar la cantidad, calidad y diversidad de nuestros espacios verdes es una posibilidad para hacer frente al cambio climático y mejorar nuestra calidad de vida. Estamos llamados a poner nuestro granito de arena, mantener nuestros jardines y nuestras aceras, apreciar y respetar nuestras áreas verdes, y especialmente a reconstruir una relación más consciente con la naturaleza.

Heidy Resnikowski es subgerente de Planes de Manejo de la FAN.

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‘Una Salud’, por un planeta más saludable

/ 30 de marzo de 2022 / 01:22

A pesar de los grandes esfuerzos a nivel mundial y local, históricamente el cuidado del planeta y la conservación de la biodiversidad han sido encarados de manera separada o complementaria a temas como la alimentación y el desarrollo económico. Asimismo, el sector de la salud ha tenido una fuerte tendencia antropocéntrica, orientada casi únicamente en la salud humana. Sin embargo, los desafíos globales actuales como la salud mundial, el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad y la contaminación, nos confrontan a una mayor integración de visiones.

En 1946 la Organización Mundial de la Salud (OMS) definía a la salud como el estado completo del bienestar físico, mental y social del ser humano, más allá de la noción de la ausencia de enfermedades. Actualmente, la definición se amplía mucho más hacia lo que se conoce como “Una Salud”.

Este concepto nace del trabajo de la OMS junto a la Organización Mundial para la Salud Animal (OIE) y la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), junto a estrategias de la Unión Europea y varios países. Con la pandemia del COVID-19 esta nueva visión de la salud nos invita a romper viejos paradigmas, repensar y reconocer que el bienestar de la población humana es completamente interdependiente de otros seres vivos y de la salud de los ecosistemas alrededor nuestro. Es decir, la salud es un bien global compartido por humanos, animales y ecosistemas.

Existen más de 200 tipos conocidos de enfermedades o infecciones transmitidas de animales a los humanos (zoonosis). Alrededor de dos tercios de las enfermedades infecciosas humanas vienen del contacto directo con animales infectados o medios contaminados. Algunos ejemplos son la gripe aviar, la gripe porcina o el ébola. Éstas nos muestran la transmisión de enfermedades entre animales y los seres humanos, y cómo se ve agravada por contextos ambientales desfavorables o deteriorados.

La actual dinámica socioeconómica, demográfica y ecológica está aumentando la presión sobre la interface humanos-animales-naturaleza. El avance de las áreas urbanas y la mayor presencia del hombre en áreas naturales propician la destrucción del hábitat e incrementan el riesgo de enfermedades zoonóticas, creando un mayor contacto entre las personas, los animales y el entorno natural. Por otro lado, los crecientes impactos negativos y deterioro de los ecosistemas comprometen el bienestar general del planeta y aumentan el riesgo de reaparición y aparición de enfermedades y la dispersión de patógenos y microorganismos.

A partir de “Una Salud” estamos invitados a pensar distinto, a crear mayor conciencia y entendimiento sobre los vínculos entre la biodiversidad y los ecosistemas saludables, y la salud humana y animal. También nos invita a ser más responsables con nuestro planeta, a valorar y cuidar la naturaleza, nuestro entorno y sus funciones en favor de nuestro bienestar y calidad de vida.

Aún nos queda mucho por hacer para afrontar el desafío que promueve el concepto de “Una Salud”, empecemos por renovar nuestra visión de la salud en conexión con nuestro entorno y el planeta entero. Comencemos también por traducir ese cambio en acciones concretas a favor de nuestro medio ambiente, por más pequeñas que puedan parecer.

Heidy Resnikowski es subgerente de Planes de Manejo de la FAN.

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Pocas razones para celebrar

/ 1 de septiembre de 2021 / 01:39

Después de un año, tengo la oportunidad de volver a escribir esta columna con el objetivo de conmemorar el Día Nacional de las Áreas Protegidas de Bolivia, a celebrarse el 4 de septiembre. Sin embargo, esta vez, se hace más difícil escribir para una fecha conmemorativa cuando existen pocas razones para celebrarla, y es que, en los últimos tiempos, a través de la prensa y distintas voces en redes sociales, se ha hecho más visible el nivel de desatención y descuido de nuestros espacios naturales protegidos y su biodiversidad.

Bolivia, reconocido como un país megadiverso, tiene 22 áreas protegidas nacionales que abarcan el 16% del territorio, y más de una centena de espacios naturales protegidos departamentales y municipales. La Constitución Política las reconoce como un bien común que forma parte del patrimonio natural y cultural del país, y que éstas cumplen funciones ambientales, culturales, sociales y económicas para el desarrollo sustentable.

Tanto las crecientes amenazas que dañan nuestras áreas protegidas y sus valores de conservación, como el deterioro de la institucionalidad a cargo de su gestión nos muestran un panorama bastante desalentador. Las presiones como la deforestación, los incendios forestales de gran magnitud, proyectos de infraestructura como represas y caminos, creciente actividad minera, prospección petrolera, nuevos asentamientos y actividades ilícitas de extracción de recursos naturales son las más llamativas y las que se hacen cada vez más comunes.

A esta realidad, se suma una profunda crisis económica e institucional del sistema nacional de áreas protegidas por la falta de recursos financieros, constantes recortes presupuestarios para actividades operativas básicas de protección y vigilancia, así como cambios y reducción de personal, inseguridad laboral y pérdida de recursos humanos. Su importancia y valor no pueden ser indiferentes a la mirada de quienes son responsables de su protección. Nuestras áreas protegidas llevan consigo una gran biodiversidad y albergan en sus alrededores comunidades que se convierten en guardianes de su conservación.

Este escenario pesimista es una oportunidad para ser más autocríticos sobre cómo estamos cuidando nuestra riqueza natural. Que sea una ocasión para tomar mayor conciencia de que las áreas protegidas son la estrategia fundamental para conservar la biodiversidad y el desarrollo sostenible. Que podamos entender que sus beneficios van más allá de sus límites, y de cuánto nos favorecemos de los servicios ecosistémicos que proveen y de los recursos genéticos que resguardan. Que seamos capaces de darnos cuenta que contribuyen al bienestar humano, mitigan la pobreza, aportan a la seguridad alimentaria y del agua y que son esenciales para la salud y bienestar del planeta entero como soluciones naturales para mitigar y adaptarnos a los nuevos escenarios de cambio climático.

¡Y que el próximo año tengamos más razones para celebrar y honrar a nuestras áreas protegidas!

Heidy Resnikowski es subgerente de Proyecto de la FAN.

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