Batallas diplomáticas en el BID y la ALADI
En la diplomacia multilateral se muestra el pulso de los Estados miembros en los organismos internacionales y la pugna por el control de estos obedece a múltiples factores objetivos en la política externa y hasta subjetivos, en el contacto humano de los protagonistas. En ese marco se inscribe la actual contienda que se libra en dos importantes instituciones. Primero, en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), cuyos 48 países miembros deberán elegir a su nuevo presidente entre el 12 y 13 de septiembre.
Siguiendo la tradición iniciada en 1959, en pacto no escrito, normalmente se hubiera elegido a cualquier candidato latinoamericano sin dificultad alguna. Pero ocurre que Donald Trump, en su lucha por la hegemonía geopolítica con China (que ya encabeza cuatro organismos onusianos), desea asumir la conducción del banco como instrumento para contrarrestar la creciente influencia del gigante asiático en el hemisferio. Por esta razón, impulsa su propia opción presentando para el puesto a su compatriota Mauricio Claver-Carone, cuya idoneidad no es discutible y que, por el voto ponderado que rige en el BID, tendría el triunfo asegurado, no obstante la oposición de varias naciones latinoamericanas y de los 14 socios de la Unión Europea. Sin embargo, es habitual que el país sede no imponga algún connacional en esa función, porque esa tendencia podría suponer, incluso, un conflicto de intereses.
En otro nivel, la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), afincada en Montevideo, también tiene que elegir al nuevo Secretario General de esa entidad. Pugnan para aquel cargo, un notorio patricio uruguayo, Sergio Abreu (74), y la actual ministra de Relaciones Exteriores de Bolivia, doctora Karen Longaric, cuya copiosa ejecutoria en la cátedra universitaria y la praxis diplomática son más que sobresalientes. Su postulación no solo significaría la bisagra perfecta entre el Ande y la cuenca platense, sino la ocasión para que una mujer de valía represente a su postergado género. Mientras la Canciller ha recogido apoyo de importantes países asociados, la insistencia del Gobierno charrúa se parece mucho a la actitud de Trump, a quien critica por la misma conducta: esforzarse en ofrendar a su coterráneo aquella canonjía, en un organismo de cuya sede es ciudadano.
Entre los 13 Estados electores, llama aun mayormente la atención que la Argentina, de estridente oposición al propósito de Trump, presente su propio candidato (Gustavo Beliz) a la cabeza del BID, apoyado por México, lo que confirma el activo contubernio que impera en ese eje del mal, donde se pregona razones ideológicas para aprovechar la controversia y adelantar su alfil. Irónicamente, esa lógica no se aplica al caso de la ALADI: se muestran adversos a que un oriundo americano ocupe ese puesto en la sede de su país natal, pero no objetan lo mismo a Montevideo. Esa sinuosa posición es típica del cartel de Puebla, “progres” cuando conviene a sus mezquindades y liberales en sus urgencias personales o sectoriales. Una obscena comodidad.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.