La A amante: La A de Aliaga
Renace en esta zamba el recuerdo del ayer
y esta soledad que no puedo comprender
(Zamba ‘La compañera’)
Dejó un huecote en el directorio de La Razón y Extra. Cumplía años este septiembre. Sandra Aliaga Bruch: comunicadora y periodista. Es probable que sus primeros destellos se encuentren en los medios radiales e impresos. Carlos Soria Galvarro tiene de ella innumerables recuerdos en la lucha clandestina. La década de 1980 la vio desarrollarse más allá de los medios de comunicación. Sus militancias, en la izquierda y en el feminismo, establecieron un camino que nunca abandonó. Todavía muy joven, se hizo cargo de la comunicación gubernamental durante el gobierno de Hernán Siles, después de los golpes militares entre 1964 y 1982. Volvió a hacerlo cuando acompañó al gobierno de Carlos Mesa. Investigó y escribió sobre temas tan incómodos como el aborto y el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y su reproducción. Presidió el Tribunal Nacional de Ética Periodística. Estaba en la escritura final de la biografía de Ana María Romero de Campero. Saben sus cercanos cuánto estoy olvidando.
Una noche de diciembre me llama Patricia Cusicanqui, jefa de Redacción que ese fin de semana estaba de turno en la montaña de la rotativa. Con cuidado me hace saber que Sandra se había ido. Primero me dije no, después me invadió la bronca, solo después pude llorar (y eso que para llorar soy re buena).
Mientras estuvo con nosotros, solo había que gozar su presencia. Hoy, su partida invita a dibujar una postal y esta es la mía: mujer honesta, sincera, crítica, analítica, propositiva, sencilla, amigable, frontal, solidaria, tan firme en sus convicciones como generosa en sus aprecios. Sandra solo tenía que abrir la boca unos minutos para desvelar que ahí bullía una amalgama de intereses, de conocimientos, de compromisos, de pasiones. Escucharla era tan útil como inolvidable.
Maestra en tejer diálogos. Doctorado en romper el hielo. Sin ceder un milímetro marcaba sus ideas. Respetuosa pero clara en subrayar sus diferencias. Clara en defender a las personas que respetaba. Más clara todavía para sus críticas a quienes despreciaba. Era un placer verla hilar sus historias, desprender sus argumentos, sus espirales terminaban de puntillas en un bucle de humor. Me reía y mi risa era barrida por su carcajada. Ahí pensaba (y nunca se lo dije) en mi incalculada fortuna de contar con ella. Su amistad se basaba en la franqueza sin anestesia, la frontalidad se anestesiaba con el detalle del pensamiento, el pensamiento se endulzaba con la habilidad emocional para cortar distancias, la cercanía se coronaba cuando reía. El mundo se aligeraba cuando reía. El directorio de La Razón y Extra se aligeraba cuando reía. Mi plan perverso había resultado.
Tiempo atrás propuse a Carlos Gill invitar a Sandra Aliaga al directorio por las virtudes profesionales que le sobraban. Mi obscura intención era que el momento de las decisiones no se pase por alto las consideraciones del periodismo en el que Aliaga creía. Doblé la apuesta una mañana de reunión de directorio. Sandra llegó tarde y quejándose de la tardía convocatoria; Carlos estaba apenas unas horas en La Paz y teníamos varios temas pendientes; era 27 de mayo. “A quién se le ocurre convocar a una reunión justo hoy” soltó mientras se acomodaba, dueña de sí, en su silla. Carlos, sorprendido, admitió no saber que era el Día de la Madre y añadió que en Venezuela es ya no recuerdo en qué fecha. Entonces Aliaga no aguantó y alto y claro le dijo a Gill: “¡O sea que porque en Venezuela es en otra fecha, nos van a fregar a nosotros el Día de la Madre!” Alguien le preguntó inmediatamente cuántos hijos tenía. “Cero” fue la respuesta. Carcajadas y reunión.
La última vez: Sandra y Lucía Sauma me bajaron de la montaña para tomar un café que por capricho de Aliaguita se transformó en un chocolate caliente. Comenzamos comentando el país postoctubre 2019, terminamos hablando de periodismo y de los ataques a La Razón. Las colegas me dieron consejos mientras yo me vaciaba la taza. Nos quejamos, coincidimos, disentimos, nos pinchamos, contamos chistes con pastel de chocolate, hablamos bien y mal de otros. Reímos. Después me ofrecí llevarla a su casa, había entrado la noche. Al llegar a su esquina, me pidió que me detenga en la rotonda. Y en lugar de decir que así daba menos vuelta para ir a mi casa me provocó: “No quiero que me vean llegar contigo”. Cada vez que paso por el lugar la devuelvo a mi vida.
Tenerla como miembro del directorio de este medio fue un honor; tenerla como amiga de la empresa, un regalo de la vida; tenerla como cuata a secas, para dejar seca esta copa ahora entre mis dedos.
En la soledad de mi pobre alma, cantaré para recordarte.
Y andaré sin tener un consuelo para mi dolor.
Volverás un día, compañera mía, sangre de mi corazón.
(Zamba ‘La compañera’)
Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.