‘Cazar efefantes en tierra de efefantes’
Son tiempos electoreros, de propaganda y promesas variopintas, de reuniones virtuales, de webinares y otras hierbas que ocupan el quehacer y el qué pensar de los potenciales votantes; todos se vuelven especialistas, todos opinan, todos sueñan y como soñar no cuesta nada y todos tenemos derecho a aumentar el nivel de la marea electorera, nadie se entiende y hoy tenemos un país dividido con un panorama incierto sobre el resultado final de esta competencia.
El sector minero no escapa a este comportamiento, se escucha de nuevo el renacer de proyecciones para una minería moderna, competitiva y amigable con el medio ambiente para la próxima década, de fabulosas inversiones que se espera vendrían a apalancar este intento. Se vuelve a hablar del yacimiento de hierro más grande del mundo, del salar con la acumulación de sales más importante, del oro que de la noche a la mañana se lo encuentra en cualquier parte, de los metales tecnológicos y de las tierras raras que muchos no conocen pero de las que todos hablan y, por un lapso indefinido, nadie se acuerda de los movimientos anti-minería, anti-extractivismo ni de los áulicos de la energía verde y de la transición energética; total el extractivismo y la minería en particular son los remedios que están más a la mano para paliar las crisis y recuperar la economía de nuestros países emergentes que nunca terminan de emerger. Todo vale en este periodo pero, no hay que perder la idea de escala de los efectos que este comportamiento de candidatos y de grupos de influencia generarán —cualquiera sea el resultado de las elecciones — en el pueblo, entelequia a la que se recurre en estas circunstancias y que más temprano que tarde, exigirá el cumplimiento de las promesas.
Los geólogos acudimos al aforismo que titula esta columna, para medir las pretensiones de calidad y cantidad de los yacimientos minerales que se podrían encontrar en una zona, de acuerdo a sus características. Extrapolando a la realidad nacional, hoy pretendemos ser el centro energético y el corazón verde de Sudamérica, el principal proveedor de sales de litio y de potasio o la futura Arabia Saudita de la región con la revolución industrial que planeamos; sin embargo, a través de la historia hemos cosechado muchos fracasos por pretensiones sin medida y por falta de ubicuidad de lo que somos y de lo que tenemos, de las condiciones del país y de nuestra competitividad en un mundo donde hay muchos candidatos para cualquier emprendimiento.
Hablando de recursos minerales, no podemos competir con Brasil en exportaciones de hierro o en producción de acero y sus derivados, con Colombia en producción de carbón mineral, con Chile o Perú en producción de cobre, ni con África en producción de cobalto; somos importantes en yacimientos de estaño, plata, zinc, wólfram, antimonio, litio y oro, hemos dilapidado estos recursos a través de la historia y lo seguimos haciendo. Nunca hemos podido construir una cadena de producción e industrialización importante de estos productos mineros, pero siguiendo las corrientes del mercado, cada cierto tiempo cambiamos de objetivo, nos afanamos en hacer inversiones de alto riesgo para el Estado y cuando empiezan los problemas (v. g. los del proyecto de litio en Uyuni) recién vemos el detalle de lo que debía ser y no fue. Así las cosas, es probable que nazca otro elefante blanco y empezaremos con el siguiente objetivo. Es hora de cambiar, es hora de escuchar las propuestas de los candidatos, pero aquellas que vayan más allá del qué se debe hacer y lleguen hasta el cómo se debe hacer; caso contrario seguiremos a vendedores de humo, ilusionistas y magos de toda laya.
Dionisio J. Garzón M. es ingeniero geólogo, exministro de Minería y Metalurgia.