Icono del sitio La Razón

Nuevo giro en el multilateralismo

Desde la pretenciosa proclama “America first”, la objeción de Trump hacia las modalidades tradicionales de la relación multilateral en el mundo, la política externa de Washington ha acumulado más fracasos que victorias y sus objetivos, al menos inmediatos se han visto truncados ab initio. Hoy que se recuerda en asamblea virtual, el 75 aniversario de la ONU, Trump parece reafirmar lo que sentenciaba hace cuatro años, que “el futuro no será de los mundialistas, sino de los patriotas”, y con esa obsesión en mente, desahució el convenio nuclear con Irán, se alejó del acuerdo climático logrado en París y fustigó a sus socios de la OTAN, conminándolos a contribuir mayormente al sustento financiero de la entidad, además de incrementar sus propios presupuestos militares. También impuso sanciones a personeros de la Corte Penal Internacional. Más adelante, ante la inesperada irrupción de la pandemia del COVID-19, atacó fieramente a la Organización Mundial de la Salud (OMS), acusándola de ser sumisa a las directivas chinas. Paralelamente, retiró a su país como miembro de la Unesco, dejando una millonaria deuda por concepto de cotizaciones impagas.

Sin embargo, el magnate se fue dando cuenta de que sus impulsos irracionales dejaban vacíos prontamente llenados, principalmente, por la diplomacia china con recursos humanos y financieros, lo cual, en la lucha por la hegemonía planetaria, resultaba en notorias ventajas para el Imperio del Medio. Entonces, a partir del año en curso, Trump cambió de estrategia y optó por el entrismo más ostensible. Se comenzó por copar la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), donde el voto ponderado favoreció a Mauricio Claver-Carone, que como David Malpass en la dirección del Banco Mundial y  Geoffrey Okamoto, número dos del Fondo Monetario Internacional (FMI), fueron todos ellos cercanos colaboradores de Trump. La lucha continúa ahora en la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), en la que como Secretario General se trata de acomodar a Christopher Liddell, actual director de gabinete de la Casa Blanca. La búsqueda de poder continua en la OMC (Organización Mundial de Comercio), donde se empuja al americano Alan Wolff para reemplazar al brasileño Roberti Azevedo, confiando que esa agencia —por fin— penalice a China y no como hasta ahora sea complaciente en el diferendo sobre derechos aduaneros que tiene con Washington.

Quizá sea tarde para mitigar la carrera china que, al presente, ya controla la Organización de Aviación Civil Internacional (OACI), la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), la ONUDI (Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial) y la Unión Internacional de Telecomunicaciones( UIT), proyectando apoderarse en marzo de 2021 de la OMPI (Organización Mundial de la Propiedad Intelectual)

Toda aquella calistenia diplomática desplegada por Trump en este tiempo de probable fin de reino no se traduce en un repentino golpe de timón en la opinión que le merecía el multilateralismo, sino en servirse de las estructuras existentes para revertir lo que él percibe como un antiamericanismo de sus rivales en dichas instituciones. Es decir, quiere usar la herramienta multilateral para avanzar lo que en su criterio serían los mejores intereses estadounidenses.

Un cambio de gobierno en la Casa Blanca el próximo 3 de noviembre, quizá no varíe drásticamente las metas finales de esa estrategia, pero cuando menos se espera una modificación de estilo, más urbano y civilizado en consulta con sus socios tradicionales en la UE y con sus ocasionales adversarios en el resto del mundo.

Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.