Dibujo Libre
La reflexión sobre el poder atraviesa una buena parte de la obra del filósofo francés Michel Foucault (1926-1984). En su curso de 1976, titulado “Defender la Sociedad”, da una serie de intuiciones sobre el ejercicio del poder, pues para Foucault el poder se ejerce y existe en acto.
Frente a la simple pregunta de ¿qué es el poder? Foucault propone pensar el poder como una relación de fuerza, como ejercicio, y entonces se pregunta ¿qué es ese ejercicio? ¿En qué consiste? Y nos ofrece una respuesta tentativa “el poder es esencialmente lo que reprime” y es entonces cuando plantea la llamada “inversión del aforismo de Clausewitz”. Foucault alude esta manera a Carl von Clausewitz y su texto “De la guerra” según el cual la guerra no es más que la continuación de la política por otros medios, y la inversión de este aforismo sería que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Esto supone, para Foucault, una grilla de análisis por la que es posible entender que las relaciones de poder, tal como funcionan en las sociedades modernas, tienen como punto de anclaje cierta tensión de fuerza establecida en la guerra, es decir, en una guerra históricamente identificable.
De esta manera la guerra no termina con la rendición de una de las partes en la batalla, sino que continúa a través del poder político, el mismo que se encarga de reinscribir la relación de fuerza a través de las instituciones, las desigualdades económicas, el lenguaje y hasta en los cuerpos de unos y otros. Así, una de las funciones centrales del poder político en esta inscripción de las relaciones de fuerza es la producción del saber, del llamado discurso verdadero. Entonces, Foucault lanza de nuevo otra provocadora sentencia: saber es poder. Un alma ingenua podría decir: claro, el saber y el conocimiento ofrece al individuo mayores opciones y oportunidades para ejercer el poder.
Sin embargo, cuando Foucault sentencia que saber es poder nos está diciendo otra cosa: que no hay ejercicio de poder sin cierta economía de los discursos de verdad que operan y funcionan a través de ese poder. El poder para funcionar debe abandonar en lo posible la represión física, aunque en su ejercicio final (micro-físico) pueda retornar, en su lugar, debe establecer una producción, acumulación y circulación del discurso verdadero, pues es éste el que impulsa los efectos de poder.
El poder político institucionaliza esta producción y conservación del discurso verdadero y lo hace a través de formas institucionales en las que lo profesionaliza e incluso lo recompensa. Por ejemplo, para descalificar la propuesta de Foucault ¿no es necesario oponer otros discursos de verdad que logren este cometido? Incluso quien se anime a una descalificación de Foucault debe concentrarse en la producción de un discurso verdadero, afirmando sin querer, la sentencia de Foucault.
En textos anteriores al curso de 1976, en particular en el curso de 1973 titulado “La verdad y las formas jurídicas” y en el libro “Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión”, Foucault dará cuenta de esta institucionalización de la producción del discurso verdadero en lo que él denominó la sociedad disciplinaria o panóptica. Foucault encuentra en el modelo del panóptico de Jeremías Bentham el isomorfismo de varias instituciones, como las escuelas, los psiquiátricos, las cárceles, en las que la vigilancia y el castigo tienen como finalidad la inscripción en el cuerpo de los llamados discursos verdaderos. Un cuerpo educado, normalizado o disciplinado es un cuerpo gobernable. Foucault denominará a estos isomorfismos del panóptico como instituciones de secuestro, es decir, instituciones que toman el cuerpo de un ser humano, lo encierran o secuestran, e inscriben un determinado saber que puede ser un modo de comportarse y un tipo de subjetividad con un determinado saber.
El individuo, para Foucault, no debe ser tomado como el sujeto de este secuestro, sino como su resultado, es decir, el individuo y la individualidad que de él se espera, es lo que se p r oduc e , luego del paso de los seres humanos por estas instituciones de secuestro, como la escuela, el hospital o la cárcel. Uno de los primeros efectos del poder es ese individuo disciplinado y dócil, capaz de ser parte activa (en otros momentos) de las instituciones de secuestro, ya no como alumno o paciente o preso, sino como profesor, médico o carcelero, es decir, como relevo de la maquinaria disciplinaria. El individuo, para Foucault, es uno de los resultados del poder, pero al mismo tiempo es el relevo necesario que le permite señalar que todos somos blanco del ejercicio de poder, así como también lo ejercemos.
Pero no agota allí su análisis sobre el poder, pues junto a estas técnicas y tecnologías disciplinarias, Foucault nos revela otras formas de ejercicio del poder: la biopolítica. Ésta no es disciplinaria, en tanto las formas disciplinarias se concentran en la producción y disciplinamiento de individuos. La biopolítica se concentra en el ejercicio de poder sobre el ser humano especie, es decir, sobre la vida y muerte y de los seres humanos en tanto multiplicidad, o dicho de otra manera, sobre el gobierno de los mismos en tanto población.
“Se trata de un conjunto de procesos como la proporción de nacimientos y las defunciones, la tasa de reproducción, la fecundidad de una población, etc.”, señala Foucault en su curso denominado “Defender la Sociedad”. Una medida que puede tomar el Estado, como la adquisición o no de una vacuna, la adquisición o no de una medicina para el cáncer, puede impactar en la vida o la muerte de miles de personas. El gobierno de las poblaciones está atravesado por las lógicas de definición biopolíticas y en ellas volvemos a encontrar a la guerra, cuando la misma es utilizada para eliminar a la población del adversario, o cuando se realiza la prueba de una nueva vacuna, o un nuevo antibiótico en poblaciones que son tomadas como ensayos clínicos. Definir una población como sujeto de ensayo clínico es una medida biopolítica y si entre las posibilidades se encuentra la muerte de muchos en estos ensayos, Foucault no observa una diferencia sustantiva respecto a determinadas prácticas en la guerra.
Paul Michel Foucault murió en París un 25 de junio de 1984 y fue enterrado un 29 de junio en el pequeño cementerio de Vendeuvre. Hace unos días recordamos 40 años de la muerte de este filósofo, si bien heredero de Nietzsche y de Heidegger, creemos que fue lo suficientemente original y provocador como para considerarlo uno de los grandes pensadores del siglo XX.
(*)Farit Rojas Tudela es docente investigador de la UMSA