Reclamamos respeto
Demasiadas entrevistas, demasiados foros, demasiadas promesas, todo olvidable, cansador, nada convincente, cientos de promesas espantadas ante el polígrafo, ese en resumen es el sentimiento que queda de la participación de los candidatos a la presidencia de Bolivia. Mirándolos, escuchándolos, uno se pregunta: ¿Nos merecemos estos candidatos? Tienta contestar que no, entonces ¿qué necesitamos? ¿Expertos de Harvard? No. ¿Millonarios a los que ya no les interese robar las pobrezas que son nuestras riquezas? No. ¿Grandes estadistas, premios Nobel de Economía, gurús politólogos? No, no y no.
¿Entonces qué? Una respuesta digna es que los bolivianos necesitamos alguien que nos respete y se respete. Necesitamos decencia. Esa respuesta es el reclamo de un país donde se ha clausurado el año escolar y vive retrasando el derecho a la educación de sus niños y sus adolescentes, quienes solo se preparan para repetir la mediocridad que observamos indignados en el circo electoral al que nos someten.
El reclamo de respeto es el de los bolivianos que peregrinaron por los centros de salud para ser atendidos por el COVID-19 y se encontraron con las puertas cerradas porque no había condiciones, mientras llegaban respiradores defectuosos, falsos, inservibles, útiles solo para acumularse donde ni siquiera se recuerde el lugar en el momento de auditarlos. El pedido de respeto es el de los enfermos de cáncer que cumplen una huelga de hambre reclamando la atención que les niegan las clínicas privadas porque el Estado no honró su deuda desde hace meses. Entretanto un letrero en una avenida paceña les envía la promesa electoral de atención gratuita a los pacientes de cáncer, sin tener seguridad de lo llenas o vacías que estén las arcas del Estado.
Aproximadamente 5.000 personas quedaron sin trabajo y ahora viven pendientes de cualquier chispa de esperanza. Estos días los candidatos despilfarraron las ofertas laborales, como prestidigitadores con poco talento abrieron su abanico de ofrecimientos. La gente mide sus posibilidades, tantea sus bolsillos, le bailan en la cabeza las cifras de antiguas promesas, vuelve a pensar en sus posibilidades, otra vez comprueba cuán vacíos están sus bolsillos, entonces las ofertas le suenan como un televisor al final de la emisión.
Cada quien defendiendo su microespacio de influencia se atreve a poner nombres de ganadores en uno u otro debate. Las noticias no son buenas, no hay ganadores, porque las ofertas electorales están lejos de la realidad. Sobre todo de la vida cotidiana de la mayoría de esta sociedad, los que no fueron encuestados, a los que les tiene sin cuidado el foro, el debate, la entrevista, que aunque viven ignorados, no son ignorantes y saben que finalmente, ellos deciden.
Lucía Sauma es periodista.