Icono del sitio La Razón

(In) Certidumbres

Ante los resultados de las encuestas, candidatos y analistas han celebrado la posibilidad de re-editar la democracia pactada, esa que durante décadas convirtió al Estado en un botín de guerra. Era previsible: frente a la posible victoria del Movimiento Al Socialismo, la única opción que les queda a los otros partidos es negociar alianzas por la democracia y acuerdos patrióticos que les permitan aspirar a una gobernabilidad pactada. La propia Jeanine Áñez renunció a su candidatura afirmando que ese era el único camino para evitar el triunfo de los que ella llama “salvajes”. Resulta irónico que quienes afirman que en 2019 el MAS recurrió a un “monumental fraude” para ganar las elecciones, tengan ahora la certeza de perder si no recurren a medidas extremas, como juntar peras con manzanas o cruzar ríos de sangre.

Lo cierto es que la derecha sabe que el MAS no ha perdido su núcleo duro de votantes, aunque minimiza su cohesión y lo quiere creer mucho menor de lo que es realmente. Esa excesiva confianza en la derrota que dicen haberle infligido a su enemigo ideológico es lo que explica la fiebre de candidaturas. Ahora es cuando —se dicen. Si no llego a ganar la presidencia, por lo menos voy a poder sacar una tajada de poder en la Asamblea —se alientan. Toda inversión que haga ahora será recompensada cuando venda y alquile mi apoyo en la Asamblea futura —se convencen.

Lo que su odio no les deja ver es que el MAS ha sido golpeado, pero se levantó rápido y más fuerte. El voto duro en las elecciones de 2019 llegó al 47,08%, un porcentaje consistente con el referéndum de febrero de 2016, en el que el Sí obtuvo el 48,7%. ¿Qué razón puede tener una persona que votó por el MAS en octubre para apoyar ahora a un candidato de la derecha?

Supongamos que una parte de ese apoyo haya sido el voto de aquellos que ponían su confianza en Evo como persona. Se podría pensar que esos votantes retirarían su apoyo al MAS al no ver a Evo como candidato. Es una hipótesis que no se sostiene fácilmente, pues justamente la persecución y los insultos que sufre Evo Morales cotidianamente en manos de los partidos de derecha es razón suficiente para que cualquier “Evista” se ponga la camiseta del MAS, independientemente del candidato que este partido presente. De hecho, hubo muchos que en octubre votaron en contra de Evo porque llegaron a convencerse de que un cuarto término era excesivo, o se dejaron llevar por la insistente narrativa de “autoritarismo” y “corrupción” que inundó los medios y las redes. Pero a la luz de la violencia, el racismo y la corrupción que se develaron desde el golpe de Estado de noviembre, muchos de esos votantes afirman que volverán a apoyar al Movimiento Al Socialismo. O no lo dicen abiertamente y pasan a engrosar el porcentaje de N/S en las encuestas.

En definitiva: el MAS tiene sobradas posibilidades de alcanzar más que el 41% que le dan en voto válido las encuestas más recientes, ganando incluso en primera vuelta. Si bien no lo dice, la derecha sabe perfectamente que éste es un escenario no solo posible sino muy probable. Y algunas señales que nos están dando son claras: los grupos paramilitares que asedian al Fiscal General en Sucre y al presidente del tribunal electoral de Santa Cruz; los grupos de intolerantes de ambos bandos que queman casas de campaña, apedrean caravanas y muestran sus nalgas a ciudadanos que expresan preferencias políticas contrarias; las amenazas del ministro Murillo y de la Presidenta de facto, los rumores que hierven en redes sociales, involucrando a militares, policías, armas y cuarteles. Todas son señales que deben alarmarnos. Esperemos que el día de las elecciones no se genere esa violencia en los recintos electorales. Esperemos que, una vez anunciados los resultados, no se repitan las declaraciones altisonantes, los llamados a no aceptar las reglas del juego, las quemas de tribunales electorales, los jóvenes embanderados clamando fraude sin pruebas. Esperemos, en fin, que ante un resultado desfavorable ninguna de las partes decida patear el tablero electoral y sacarse la máscara democrática.

Las elecciones son el último puente, la última barrera. Si fracasan otra vez ¿qué nos queda? La enorme responsabilidad de que estas elecciones salven lo último de institucionalidad, de democracia y de convivencia pacífica que tenemos no solo está en hombros del Tribunal Supremo Electoral o de los partidos en contienda. Es también la responsabilidad de cada ciudadano. Debemos demostrarle al sistema de partidos que no estamos dispuestos a seguir en la incertidumbre. Debemos votar con confianza en nuestro destino común y defender la regla más simple de la democracia: Que gane quien obtenga más votos.

Verónica Córdova es cineasta.