Desastres humanos
Mientras el mundo conmemoró el Día Internacional para la Reducción del Riesgo de Desastres, Bolivia lo hizo en un contexto de desastre nacional a causa de los incendios forestales y la sequía que azotan a varias regiones del país. A la fecha, suman más de 2,8 millones de hectáreas afectadas por el fuego en siete departamentos. Santa Cruz fue el primer departamento en declararse en desastre, con 15 municipios en emergencia y más de un millón de hectáreas quemadas de bosques (33%), matorrales, pastizales y tierras agrícolas (67%), según datos reportados por la Fundación Amigos de la Naturaleza. Este año, además de los enormes daños a la biodiversidad y el medioambiente, los incendios han afectado a más de 40 comunidades, ocasionando pérdidas de cultivos y la evacuación de familias, situación que empeora sus condiciones de vulnerabilidad al poner en riesgo su seguridad alimentaria, acceso al agua y salud, aumentando su exposición al COVID 19.
Hace años que nos vienen advirtiendo del efecto cascada que presentan los riesgos, con amenazas cada vez más complejas e interconectadas. Existe evidencia contundente sobre las correlaciones entre deforestación, cambio climático, sequía e incendios forestales. No es casual que este septiembre haya sido el más caluroso registrado a nivel global, y el mes con mayor extensión afectada por los incendios en el país.
Este panorama nos obliga a una comprensión del riesgo mucho más amplia y sistémica, donde asumamos que nuestras decisiones y acciones determinan la ocurrencia de los desastres. Empecemos entonces por dejar de llamarlos desastres naturales, un término muy usado aún en nuestro medio para referirse a estos eventos. Las personas tenemos una influencia directa e indirecta sobre el origen y los impactos de los desastres, y podemos evitarlos o prevenirlos en muchos casos con una buena preparación y planificación.
Es por eso, que el tema central que promovieron las Naciones Unidas el 13 de octubre se enfocó en la buena gobernanza para la reducción del riesgo de desastres, con instituciones competentes que planifiquen y actúen en función de evidencia científica a favor del bien común y una visión a largo plazo. Atravesamos un momento crítico para la gobernanza en el país, que ha sido puesta a prueba y se ha visto rebasada por crisis de toda índole. Necesitamos contar con instituciones y políticas efectivas que garanticen la asignación de recursos apropiados e integren a los distintos niveles de gobierno, sectores y esfuerzos colectivos, con estrategias multisectoriales en torno al uso de la tierra, bosques, agricultura, agua, gestión de riesgos y adaptación al cambio climático.
En unos días nos toca asumir nuestra responsabilidad en la gestión de los riesgos de desastres a través del voto. Es hora de imaginar el legado que queremos dejar a las próximas generaciones y escoger el camino hacia un mundo más seguro y resiliente.
Verónica Ibarnegaray es directora de Proyectos de la Fundación Amigos de la Naturaleza.