El libro de Evo
El mero anuncio de la aparición —impreso en Buenos Aires— del libro Volveremos y seremos millones despertó la curiosidad del público por conocer el texto que —a priori— muchos atribuían a algún escribidor de su entorno, precipitada presunción basada en el conocido poco afecto del líder masista para con el alfabeto. Pero prontamente, al leer las primeras páginas y arribar —con tedio— a las últimas, toda duda se disipa. Es un lenguaje hablado, donde nadie como él podía destruir la prosodia y la sintaxis de la bella lengua castellana con tanta fobia, equivalente solo a su antiimperialismo visceral que trata de explicar con reflexiones más subjetivas y hepáticas que ideológicas.
Morales se solaza contando por enésima vez su autobiografía, ahora condimentada con otros ingredientes truculentos incubados durante ese voluntario exilio. Se percibe que el hilo conductor del relato es la justificación de su precipitada huida de la Casa Grande del Pueblo, dejando las puertas abiertas a sus adversarios. Repite incesantemente que no fue un acto de cobardía, pero deja entrever, con nostalgia, haber perdido la oportunidad de pasar a la Historia, si no como Túpac Katari cuando menos como Salvador Allende, a quien dedica varias páginas de admiración, pero sin lamentar no haber tenido el coraje de imitar su heroísmo. Por excusa al rápido escape, revela que el vicepresidente, sus ministros y ministras lloraban copiosamente rogándole que salve su vida (y consiguientemente, la de ellos).
Otros elementos que animaron su defección, aparte de la neutralidad militar y policial, es el pedido de su renuncia formulado por la Central Obrera Boliviana. O sea que el principal movimiento social también lo repudiaba. Entonces, no le quedaba otra opción que replegarse a su bastión del Chapare donde pernoctó en el monte, siempre atenido a su consigna “primero la vida” (para él) y relegando el eslogan de “Patria o muerte” para sus bases. Su manía de persecución lo lleva a inventar mini complots de militares que querían apresarlo y sin embargo permiten que aquel avión mexicano lo rescate in extremis.
Sorprende que admita ingenuamente que perdió el referéndum del 21F “por 70.000 votos” y confiese que sus seguidores hilvanaron triquiñuelas pseudo-legales para soslayar la Constitución y posibilitarle una cuarta postulación. Luego adviene el 20-0, que ocupa al autor bajo el epígrafe de “una elección limpia y un golpe sucio” para redimirse del monumental fraude en su favor, perpetrado aquel día. No comprende la masiva reacción popular rechazando la farsa electoral en 21 días de feroz resistencia. Y, ante el acuartelamiento de la Policía, cuando acude al estamento militar clamando auxilio, el comandante Williams Kaliman le advierte que no habría suficientes balas para reprimir la protesta.
Con amargura se queja que, además, los militares le quitaron el control del avión presidencial, su juguete preferido. En esas circunstancias, aparece el tiro de gracia: se difunde el informe de auditoría de la OEA que, confirma las irregularidades ocurridas el 20-0. Momento crucial que lo impulsa a proponer “renuncio a mi candidatura, quiero nuevas elecciones, con nuevos tribunales electorales, con nuevos actores políticos, sin Evo Morales…” Pero ya era tarde, muy tarde. Después de 14 años de embustes, Bolivia ya no cree en su palabra. Tiene que renunciar bajo los acordes de tocata y fuga.
Como colofón, Evo Morales evita evocar sus pesadillas y prefiere recordar sus sueños y uno de ellos es el eventual triunfo el 18-O, de la dupla masista que podría gritar desde la plaza Murillo: Kawsachun coca, wuñuchun yanquis (viva la coca, mueran los yankis).
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.