El voto femenino como serendipia
Fue en 1947 cuando muy pocas mujeres bolivianas ejercieron por primera vez el derecho al voto. Muy escasas, pues el ejercicio tuvo carácter limitado, por ejemplo, con el tamiz de la conclusión de la educación primaria. Aquellos comicios fueron municipales y se celebraron en exiguas municipalidades del país, en aquellos tiempos en los que la política municipal era irrelevante para los magnates de la partidocracia boliviana aún shockeada por la post Guerra del Chaco. La idea de que el municipio debía ser organizado bajo los parámetros del hogar fue uno de los alicientes para permitir que las mujeres voten, eso sí, solo en las municipales.
Se dice que este acontecimiento fue más un efecto de los compromisos del gobierno de turno luego de la firma del Acta de Chapultepec de 1945, mediante el cual los países panamericanos marcaron la hoja de ruta en temas referentes a las mentadas paz y guerra en el contexto de la naciente Guerra Fría. Hasta entonces la discusión sobre el voto femenino era muy periférica, incluso al interior de los partidos políticos. De hecho, en la década de 1920 solo el Partido Obrero Socialista contemplaba esta discusión, a la luz de la revolución soviética. Del otro lado de la vereda política, este tópico halla lugar en el Partido Liberal varios años más tarde, en 1934. Es lógico, por tanto, que el primer debate congresal al respecto no se haya dado si no hasta 1938, con resultados negativos.
La guerra, como todo momento de inflexión, replantea las estructuras sociales. Como es común después de un enfrentamiento bélico, muchas mujeres salieron de casa o de su provincia a buscar el sustento de la familia en la post Chaco. Mientras la realidad de las calles, las fábricas y las oficinas estaba marcada por la irrupción de las mujeres trabajando, los debates políticos seguían siendo exclusivamente masculinos.
Pero no es que las ideas de las mujeres organizadas y los movimientos sufragistas estuvieran totalmente ausentes en el país. De hecho, ya en la segunda década del siglo se conocen iniciativas de organización colectiva femenina que logran alcance nacional e incluso publicaciones periódicas. La revista Feminiflor de Oruro (1921) —que mereció elogios de uno de los grandes de la cultura boliviana, el pintor y escritor Arturo Borda—, o Aspiración de La Paz (1923) son dos buenos ejemplos en lo que respecta al escenario intelectual, urbano y de clases medias y altas. En los mercados y en el mundo popular, casi paralelamente se consolidaba la Federación Obrera Femenina (FOF), plataforma anarcosindicalista fundamental para el obrerismo en Bolivia, alejada del debate sufragista, por supuesto a la luz del anarquismo y de las necesidades de la clase trabajadora. Estos dos mundos intentaron en vano encontrarse en la denominada “Primera Convención de Feministas” de 1925, misma que tenía en agenda el voto femenino, pues las distancias entre las preocupaciones de unas y de otras eran no solo amplias, sino intransitables.
No resulta extraño, entonces, que la Declaración del Voto Universal por Decreto en 1952 no tenga una raíz en las demandas de los círculos intelectuales de mujeres, cercanas al sufragismo. Para alcanzar el voto universal no hubo discusión parlamentaria, hubo agenda popular.
Puede plantearse, incluso, que el voto femenino en Bolivia fue alcanzado como un efecto derrame de la gran demanda de participación plebeya en la vida política. O quizás serendipia, eso que sucede de manera accidental o casual y que se convierte en algo afortunado, capaz de solucionar problemas; o eso que se imagina en el presente y se concreta en el futuro. Los cambios en el mundo y en la historia, dados por la voluntad de romper el orden suelen estar a menudo fuera de la planificación.
Valeria Silva Guzmán es feminista. Twitter @ValeQinaya