Potencia nacional popular
El triunfo contundente del MAS en las elecciones del 18 de octubre ha evidenciado dos rasgos estructurales de la política boliviana: la imposibilidad de construir una mayoría electoral sin los segmentos nacional-populares y al mismo tiempo la diversidad y complejidad de estos grupos. Aspectos largamente subestimados, si no directamente ignorados, por buena parte de analistas, voces mediáticas y operadores políticos.
Esta miopía conceptual está en la base del error que impidió a la centroderecha incluso imaginarse que ese escenario era posible. La hipótesis de que el anti-masismo era mayoritario, algo así como el 70% según algunos entusiastas, contaminó la orientación estratégica y la operación de esas fuerzas. Formidable ejemplo que las ideas, en política, importan y que equivocarse en la lectura del contexto puede ser fatal.
Es un fácil recurso echarles la culpa a las encuestas, sin admitir que el problema no eran ellas, sino su lectura sesgada y unidimensional. Desde hace varios años, la mayoría nos decía que el equilibrio entre el bloque social favorable al MAS y el de sus opositores era bastante similar. Es decir, había una suerte de “empate” político en la opinión pública básicamente en torno a la cuestión de la reelección, pero, al mismo tiempo, una gran heterogeneidad de intereses, posiciones e intensidad de adhesiones al interior de cada una de ellas.
Sino cómo se entiende que después de la debacle de noviembre, la evaluación retrospectiva de la gestión de Evo Morales seguía siendo positiva para el 45% de los entrevistados en alguna encuesta de diciembre de 2019, o que Carlos Mesa no pudiera superar el 50% de preferencias brutas en los “escenarios” de segunda vuelta, naturalmente polarizadores, en los sondeos preelectorales. Es decir, la fuerza del MAS siempre estuvo ahí, en los extendidos mundos populares urbanos y rurales que son mayoritarios, pero que sin activadores ni incentivos correctos podía resultar insuficiente. La gran virtud de los políticos masistas, Evo Morales el primero entre ellos, fue justamente entender y aprovechar, discursiva y políticamente, los groseros errores de sus adversarios y el azar de las crisis que nos tocó sufrir para hablarles a esas personas y volver a representarlas.
Su éxito no fue únicamente retórico o programático, al entender por ejemplo que la idea de la crisis se imponía en las conversaciones desde abril, sino también en las formas, al proponer una campaña con un renovado estilo populista y cercano a la gente. Aunque, también convengamos, que eso hubiera sido menos eficiente sin el terremoto llamado pandemia, los equívocos groseros del gobierno de Áñez y la ceguera de las élites y su extraña incapacidad para leer los cambios que se producían a su alrededor. Ese es el trabajo de los políticos, frente a las vicisitudes de la fortuna, responder con la virtud de la adaptación y la comprensión razonada o intuitiva del momento.
Todo esto nos debería hacer también reflexionar acerca de la diversidad de eso que llamamos “mundos populares”. Aunque el MAS los hegemoniza, lo cierto es que no los representa totalmente ni siempre de la misma manera. Se trata de electores racionales, no solo emotivos o “identitarios” como se les encasilla, que, por ejemplo, desconfiaron de Morales en su último mandato, más por razones de comportamiento cívico que por sus resultados, llegando incluso a votar por algún opositor en octubre de 2019, pero que luego se reconciliaron con él por falta de alternativas.
Sería, en consecuencia, un error, esta vez del renovado MAS y de sus futuras oposiciones, asumir que este apoyo nacional-popular es automático y homogéneo. Su núcleo más intenso, ciertamente, es el mundo campesino estructurado en comunidades y sindicatos, pero importan también las muchedumbres populares urbanas, deseosas de movilidad social y modernidad, que reclaman igualdad, pero también autonomía individual. Se ha ratificado pues que somos un pueblo multinacional en toda su grandiosa diversidad, racionalidad y fuerza transformadora. Ahí está el futuro.
Armando Ortuño Yáñez es investigador social.