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Mejor país para todos

Los últimos días hemos detectado un múltiple entramado de realidades que se anexaron a otras por de más sorprendentes, como una especie de tejido variopinto que ha dejado claro que a partir de este año el país cambió y se abrió a dos aspectos. El primero es que la pandemia que sufrimos los últimos ocho meses dejó nuevas exigencias y conceptos de vida del habitante del futuro, enmarcados en la necesidad de transformación que hoy forma parte, por ejemplo, de hacer ciudad. Una invitación al cambio a partir de la urgencia de una evolución útil para elevar la calidad de vida de toda la población.

El segundo aspecto es el de la política, que sacó a relucir una mezcla de escenarios e intereses de grupo que nos llevan a exigir un porvenir con cambios acordes a los desafíos, sin olvidar los derechos del ciudadano, aunque su pensamiento se inscriba en otras ideologías. Esto porque todos somos bolivianos y aquí no existen los elegidos y menos los ciudadanos de segunda clase.

Una realidad concreta y consolidada, ya que la diversidad no es atribución de una sociedad en particular y menos le pertenece a un partido político. Aquí cabe la pregunta: ¿es que acaso la ciudadanía no es el pueblo en general?

Es preciso entender que son tiempos que exigen nuevos constructos para que el país se encamine al futuro preparado para los retos que abundan en el siglo XXI, el cual ha dejado sentado que estos tiempos son otros (tal como lo reflejamos en nuestros últimos artículos).

Una etapa de cambio que nos señala un sendero que, si bien conduce a una subjetividad, demuestra —según las últimas experiencias— que atravesamos un antes, que exige que el después se aborde a partir de este presente.

Esto no solo porque en el pasado se cometieron varios errores, sino porque aquello nos exige comprender que el sujeto y el tiempo tienen la necesidad de acceder a una estructura concreta, la del futuro. Olvidando que el planeta no es más una significación del mundo, sino que conlleva un trasfondo que nos dirige al mañana; por tanto, no es un objeto sino es un medio natural: el campo de todos los pensamientos y percepciones explícitas, útiles para su futura existencia.

Así, mujeres y hombres deben estar dispuestos a enfrentar un nuevo vivir semejante a un río, el cual, si bien fluye del pasado, se dirige hacia un nuevo presente, pero esencialmente hacia el futuro.

Todo ello nos lleva a la esperanza de nuevos tiempos en los que indudablemente no será fácil desdibujar lo negativo del pasado, pero sí trazar otro presente y dar el salto al mañana acompañados de jóvenes y no tan jóvenes, porque justamente es aquello lo que se precisa entender: que somos una sociedad que necesita tener la esperanza de un porvenir sólido, sin olvidar que éste debe estar acompañado de sabiduría.

Parece innecesario remarcar que atravesamos momentos en que la sociedad está ansiosa de transformaciones y para ello es preciso que camine tranquila por nuevas y valientes decisiones para dar pasos acertados hacia el futuro. La paradoja es: “no solo construir un país equilibrado en la importancia de todos los ciudadanos, sino esencialmente evitar que se convierta en una nación fisurada por el efecto de inclinación hacia un solo lado”.

Sin duda, para ese futuro ansiado podríamos recordar a Durkheim, quien afirmaba que: “cuando existe seguridad en construir un futuro mejor, no se debe abandonar las ambiciones sin límites, porque el creer posible el construir o reconstruir el mundo es posible hacerlo, solo con sus fuerzas y a la medida de sus deseos”.

Patricia Vargas es arquitecta.