Icono del sitio La Razón

El voto oculto

Ciertas voluntades se presentan taimadas, sin anunciar que vienen preñadas de profundas reflexiones, y protestas exacerbadas, finamente escondidas en un voto que no le pertenece a nadie hasta el último momento. Ese voto indeciso u oculto fue el que hizo la diferencia, un voto que siempre fue por el MAS, pero que no pudo expresarse públicamente a raíz del clima de hostilidad generado por el impresentable ministro Arturo Murillo. ¿Se necesitaba para gobernar o conquistar el voto en favor de la candidata Jeanine Áñez etiquetar a todos los disidentes como masistas? Lo mismo le pregunto a Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho. ¿Se necesitaba estigmatizar tanto el masismo?

Considero que hubiese sido mejor prescindir de las etiquetas de “salvajes”, “ignorantes”, “delincuentes”, “narcotraficantes”, “violadores”, “pedófilos”, y de tantas amenazas profundamente sibilinas orquestadas por el ministro del terror, de un gobierno de transición inmisericorde que cometió bullados hechos de corrupción, en medio de la pandemia, y que propagaba estas etiquetas contra todos los que tenían la osadía de expresarse, tal vez no tanto por ser masistas, sino simplemente por expresar su disconformidad.

¿Cuántas vidas se hubieran salvado si el Gobierno de transición no se hubiera corrompido con la compra de respiradores españoles con evidente sobreprecio? ¿Cuántos dirigentes, abogados constitucionalistas, políticos de toda laya juraron amor eterno a la candidatura de Jeanine Áñez, manteniendo silencio cómplice sobre sus corruptelas?

A Carlos Mesa le dio flojera hacer campaña, porque se creyó ganador, no quería exponerse demasiado, fue timorato hasta el último debate. “Sí, pero no; no pero sí”. Never in my life.

Luis Fernando Camacho y Marco Pumari se pusieron al principio todas las trabas posibles, con denuncias y contradenuncias que terminaron afectando más a Pumari que a Camacho, no otra cosa significa que Creemos perdió colosalmente en Potosí, llegando al 2,79% de apoyo en la votación.

El MAS, aún aturdido por el tremendo revés que sufrió, movió todas sus estructuras eligiendo a un buen candidato, artífice del milagro económico boliviano, que ahora tiene la dificultosísima tarea de la reconciliación colectiva, de la reactivación económica y de las diferentes exigencias que hacen a este país ingobernable.

Desde la UDP, Bolivia no se ha enfrentado a una crisis económica como la que se avecina, y las matemáticas del desastre son brutalmente claras: Este 2020 cerraremos con un alto déficit fiscal que llegará a            -13,5%, y mejor ni hablar del endeudamiento que básicamente triplicará el registrado en el cierre de la gestión 2019: a raíz de que el gobierno de la impresentable excandidata Jeanine Áñez en la cartera económica, fue de mal en peor: comenzó con José Luis Parada, cuya experiencia como economista se focalizaba solamente en el modelo económico del oriente, y terminó con un perfil político que constituyó Óscar Ortiz.

Por tanto, al nuevo presidente le tocará no solamente bailar con la más fea, sino reflejar todos los días, en cada espejo ciudadano, confianza para superar el peor panorama. Se vienen cambios sustanciales en el modelo de planificación del Estado que supondrán la modificación de la Ley 777, los llamados PTDI (Plan Territorial de Desarrollo Integral), y la Agenda Patriótica 2025, porque a todas luces esa reingeniería ya no concatena a las condiciones económicas del país.

Freddy Rivas Orozco es escritor y periodista.