Voces

Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 15:05 PM

Intransigentes con la norma

/ 7 de noviembre de 2020 / 03:13

En medio de las turbulencias electorales, las autoridades del Tribunal Supremo Electoral (TSE) nos han estado mostrando lo que significa construir concretamente instituciones en medio del conflicto. Pero hay también una mala noticia: importantes segmentos de nuestra sociedad están revelando, casi pornográficamente, su contradictoria relación con el acatamiento de las normas.

Decir que los bolivianos tenemos un vínculo bastante laxo y traumático con la institucionalidad estatal no es ningún gran descubrimiento. Hay razones estructurales y coyunturales que explican y, para algunos, incluso justifican esas anomalías que invaden no únicamente los grandes eventos de la política nacional, sino también la manera como interactuamos con las diversas expresiones del Estado en nuestra vida cotidiana.

Debo incluso confesarles que siempre he sido escéptico sobre cierto “institucionalismo”, en boga entre círculos académicos, que se espanta ante cualquier intento de reforma profunda o adaptación de la arquitectura institucional en vigencia cuando se hace evidente que ya no les hace sentido a grandes segmentos de la población. Aún más, habiendo vivido varias crisis en los últimos decenios, me he ido convenciendo de que en ciertas situaciones hay que buscar ineludiblemente soluciones políticas imaginativas en función del bien común, a veces en las fronteras de la ley.

Pero, todo tiene sus límites, por supuesto. Incluso en los momentos más disruptivos, las soluciones a los conflictos precisan de un mínimo respeto a ciertas reglas o procedimientos, sin lo cual entraríamos de lleno en el mundo del “todo vale”, de la “ley de más fuerte”, a aquello que Hobbes denominaba como “estado de naturaleza”.

Concretamente, las decisiones de Salvador Romero y de los vocales del TSE de resistir a las presiones políticas y callejeras para mover “por algunos días” la fecha de las elecciones, hace unos meses, o para realizar ahora una “auditoría” o “anular” un proceso electoral validado por misiones externas profesionales y sin que previamente se hayan mostrado evidencias y pruebas concretas sobre irregularidades en su realización, son una muestra acerca del desafío que implica hacer respetar algunas normas en Bolivia sin morir en el intento.

Sospecho que esta actitud no solo tiene que ver con las inclinaciones éticas de estos personajes por una democracia republicana, sino también por razones absolutamente pragmáticas: El país aún tiene por delante una ruta tortuosa y peligrosa para estabilizarse, habrá nuevas controversias y seguiremos precisando instancias que las arbitren, por ejemplo, mediante el voto. Ceder en agosto o en estos agitados días a lo que la muchedumbre les reclama, con bases legales tan exiguas, implica que cualquiera podría, con mayor o menor legitimidad, torcerle el brazo al arbitro por la fuerza, abriendo de esa manera la caja de pandora del desorden. 

Posiblemente, la popularidad de las autoridades electorales no saldrá fortalecida de estos eventos, sobre todo por la censurable y oportunista tendencia de muchos medios de comunicación y líderes que transforman “la voz” de las muchedumbres parcializadas en el alfa y el omega de la política, aunque eso implique darles poder a algunos que vulneran en ese trance los derechos de otros ciudadanos o que incluso andan arrodillados (esto es literal) rogando por un golpe de Estado. Todo eso, extrañamente, a nombre de la democracia y la “institucionalidad”.

Pero, eso no debería impedir que muchos ciudadanos agradezcamos a estas autoridades su entereza, sobriedad, paciencia y hasta sus parsimoniosas explicaciones, desesperantes a ratos, frente al torbellino de bulos, imposturas y operaciones políticas que pretenden deslegitimar un proceso que, desde mi punto de vista, ha sido más que razonable en su transparencia y eficacia. Habría que ir aprendiendo que quizás es así como se construyen las tan mentadas instituciones, con buena voluntad y persuasión, pero también ejerciendo autoridad y defensa intransigente de la norma cuando sea necesario.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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Cuestión de fe

/ 23 de marzo de 2024 / 08:09

Los agudos desajustes de la política se están volviendo casi crónicos, nada se soluciona en los varios frentes de la batalla abiertos sin que las dirigencias parezcan conscientes de los severos problemas de gobernabilidad y el malestar social que sus barrocas pugnas están provocando. Las principales fuerzas siguen actuando con un inquietante desenfado como si todo estuviera bajo control.

La lucha por el poder se resume, para la mayoría de los actores, a una cuestión de fe más que a una lectura adecuada de la realidad social y las verdaderas correlaciones políticas.

Desde hace ya más de un año, somos testigos de una implosión en cámara lenta del sistema de partidos y de una creciente incapacidad de la política para generar certidumbres en la economía y en el funcionamiento de las instituciones. Lo peor es que pasan los días y meses y casi ninguno de los problemas que están produciendo esa situación se solucionan.

Al contrario, todos los actores aparecen obsesionados con sus estrategias de posicionamiento para las elecciones de 2025 sin importarles si en ese empeño erosionan la institucionalidad, bloquean políticas públicas o le complican la vida a la ciudadanía. Las dirigencias políticas se pelean entre sí, se hablan a si mismas y se preocupan solo de sus problemas como si ellos fueran el centro de todo y el resto estaríamos obligados a adecuarnos a sus intereses.

Las grotescas instrumentalizaciones políticas de cuestiones como el financiamiento externo o la realización del censo que hemos visto en estas semanas son una muestra del grado de decadencia del sistema, de la pérdida de su sentido de estado y de la desconexión de las elites políticas de las necesidades del país.

Atrapados en un tacticismo desesperante, los actores políticos parecen creer que sus deseos son la realidad, que lo están haciendo bárbaro y que así sus posibilidades electorales están mejorando. Todas las fuerzas políticas principales están atrapadas en burbujas cognitivas que les impiden ver no solo la realidad social sino la correlación de fuerzas con la que deben contar. Por eso todo esta bloqueado, porque las dirigencias operan sobre hipótesis falsas y lecturas erradas.

Basta ver, a los seguidores de Evo Morales convencidos que su congreso está vigente y la inhabilitación de su líder no es real, a partir de los argumentos de sus propios abogados, los cuales podrán tener elementos jurídicos sólidos pero que no consideran el desequilibrio de poder y el control de la institucionalidad que han logrado sus adversarios. Todos responden a coro que no necesitan un plan B, que la victoria es inminente, hasta que la realidad del poder les aparezca en toda su brutalidad.

De igual modo, los adherentes de Arce aparecen obnubilados por la fuerza que les otorga el control coyuntural del Poder Ejecutivo, creyendo que todo es posible, que sus apoyos sociales son por lealtad y no por prebenda, que su victoria es una cuestión de tiempo, sin percatarse que quizás su mayor problema no es controlar el partido o implosionarlo para refundarlo a gusto del cliente, sino enfrentar a electores desilusionados y molestos después de un gobierno mediocre e inmerso en el conflicto permanente y la crispación. Como la economía va muy bien y la gente es sorda y ciega, según ellos, la derrota de Evo parece ser lo único que les separa de la reelección.

Tampoco las oposiciones parecen muy ubicadas, inmersas en sus reflejos polarizantes, cada vez más alejados de los problemas reales de la población e ignorantes de un país y sociedad que se fueron transformando en estos años. Insisten en negar quince años de historia y volver al pasado, atrapados en su melancolía. Todos suponen que basta con el suicidio del MAS para que la republica retorne, se pueda hacer un ajuste macroeconómico y se viabilice una revolución liberal. Por eso, las candidaturas se multiplican en ese sector y solitos están construyendo una terrible camisa de fuerza ideológica que los terminará por identificar con una lógica contrarrevolucionaria que no tiene sustento social en el país.

Así pues, más que hacia un nuevo ciclo de consolidación del proceso de cambio masista o de contrarreformismo, vamos acercándonos a un escenario de fragmentación del poder, ausencia de ideas y de desilusión social que harán aún más difícil la gobernabilidad para cualquiera que se imponga en las elecciones del 2025. 

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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Perfilar la esperanza

/ 9 de marzo de 2024 / 03:24

La izquierda boliviana está a la defensiva en el debate económico, ha perdido la iniciativa. Son tiempos crepusculares, de poca generosidad, pérdida de sentido de Estado e incertidumbre al interior del bloque popular. Al parecer todo vale, incluso demoler la herencia económica del proceso de cambio para derrotar al Gobierno, en un caso, o para desmerecer a Evo Morales en el otro.

Tampoco ayuda la mediocre gestión económica de la actual administración, su incapacidad comunicativa y su atrincheramiento en el fetiche “industrializador” como única respuesta a todos los desafíos económicos. El MAS, en todas sus facciones, parece haber dejado de ofrecer esperanza, rebosa, en cambio, de inercias estériles, poca imaginación, burocratismo y nostalgia de un pasado que ya no volverá.

Obviamente, en semejante contexto, la vía esta libre no solo para la crítica constructiva, sino para la exacerbación de la bronca contra las ideas económicas de la izquierda condimentada de irresponsabilidad, piromanía, exageraciones y propuestas primitivas.

Para los opositores, el gasto público y la deuda son un anatema; el Estado, un dispositivo diabólico y los servicios públicos, una ofensa. Ideas transmitidas con aires de indignación y transgresión en la moda de las extremas derechas globales. Trumpistas criollos en ideas y formas, poco originales, pero que están avanzando.

Recuperar la iniciativa intelectual es pues urgente desde el campo progresista. Eso implica reivindicar con claridad la transformación socioeconómica impulsada por el gobierno de Evo Morales con todas sus luces y, por supuesto, sombras. Solo podremos ir más lejos desde una lectura sincera e incluso descarnada de la economía y la sociedad que emergieron en estos 15 años.

Sobre todo, exige reivindicar principios que a algunos se les están olvidando a fuerza de parecer modernos o admisibles para las “clases medias”: la prioridad por los pobres y vulnerables, la lucha por la igualdad y una visión de un Estado, expresión de los intereses públicos que tiene un rol crítico en la economía y la sociedad. Sin que eso implique desentenderse de los desequilibrios macroeconómicos, reconocer fracasos y repensar instrumentos y estrategias.

Implica dejar claro que la justicia social es un poderoso factor para impulsar la emancipación y la libertad de todos los ciudadanos y particularmente de los que menos tienen.

Modernizar el Estado, acercarlo a los ciudadanos, despojarlo de sus burocratismos kafkianos, repensarlo como un actor estratégico con una visión sofisticada de los retos geopolíticos y económicos, ponerlo al servicio de la creatividad y necesidades de los ciudadanos son, por ejemplo, ineludibles tareas de esa renovación. Hay que subvertir al Estado desde adentro para que el proceso de cambio sobreviva.

Eso implica, de igual modo, tratar la cuestión de las industrias extractivas, que serán determinantes para cualquier trayectoria económica que elijamos, habilitar un nuevo salto infraestructural y educativo, proponer un nuevo trato a los territorios o perfilar respuestas económicas innovadoras a la dinámica sociedad plurinacional, plebeya e informal que hoy es hegemónica.

Esa nueva agenda, por supuesto, tiene que fundamentarse en una potente ambición social que proteja lo avanzado y que genere esperanza particularmente entre los que tuvieron fe en este proceso desde sus inicios, los pobres, los marginados, los que no tienen casi nada, pero deben estar siempre en el corazón de la izquierda y la patria.

Armando Ortuño es investigador social.

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Cuarto intermedio nacional

/ 24 de febrero de 2024 / 06:57

El torbellino político sigue haciendo lo suyo en Bolivia, vamos transitando de lo importante a lo grotesco sin que tengamos tiempo de dimensionarlo y reflexionarlo. La política parece descontrolada y empeñada en verse el ombligo, aunque a ratos aparecen destellos de lucidez que nos devuelven la esperanza. Así estamos, viviendo la crisis y casi sin dirigencias que nos digan a dónde vamos.

Dos eventos muestran las paradojas de este extraño tiempo. Casi al borde de la cornisa, el diálogo y el acuerdo entre el empresariado y el Gobierno oxigenaron una situación que se estaba complicando. Como que ambos actores se dieron cuenta que a nadie le conviene el colapso, salvo a los pirómanos que quieren ver arder todo para que se cumplan sus profecías. Su mayor efecto fue tranquilizar temporalmente a una ciudadanía desconfiada de la estabilidad económica del país.

Era urgente hacer algo, cualquier cosa, para recomponer expectativas y finalmente el Gobierno lo comprendió y fue capaz de dar un viraje político significativo. Más allá de saber que esos acuerdos no son una solución definitiva del problema, sino un primer paso en la buena dirección que requiere de más decisiones en los próximos meses, hubo alivio en moros y cristianos, entre los que me incluyo.  

Sin embargo, el genio de la entropía no nos deja descansar ni un día, a esas buenas señales le siguió la espantosa sesión en la Asamblea Legislativa Plurinacional: un crédito dizque aprobado después de más de 10 horas de zafarrancho y un cuarto intermedio hasta la siguiente semana. Si había que mostrar que el rey está kalancho, lo lograron: la ALP está bloqueada, al punto de ser inútil, en la ausencia ya ni siquiera de acuerdos mínimos para su funcionamiento, sino incluso de pautas de urbanidad. Solo esito es señal de ingobernabilidad e intranquiliza nuevamente a ciudadanos, choferes, inversores, tenedores de bonos y un largo etcétera.

Lo que las dirigencias políticas no parecen percatarse es que las cuestiones de gobernabilidad están interrelacionadas con el rumbo de la economía. Hay urgencia por dar señales de tranquilidad y de control en todos los frentes. La gente está cada día más cansada del jueguito de pasarse la pelota, hacerse al gil, acumular justificaciones o echarle la culpa a algún villano favorito, se espera soluciones de las autoridades o al menos la voluntad de ocuparse de lo que preocupa realmente a las mayorías.

En ese sentido, el Gobierno sigue emitiendo señales ambiguas, mueve una ficha inesperada y muy positiva con el acuerdo con el sector privado, pero sigue intranquilizando a los mercados informales de dólares cuando se sabe que se necesita con urgencia que esa vía también se normalice y sobre todo continúa empeñado en una querella política que tiene paralizada la Asamblea y que atiza una crispación e intranquilidad adicional al cohete.

Es difícil entender cuál es el objetivo gubernamental a la vista de la montaña de ocurrencias y declaraciones “random” de funcionarios de toda laya. Como decía una tuitera ocurrente, no parece que tenga mucha fortuna esa estrategia de hacerse “al facho con los progres y el progre con los fachos”, solo genera confusión, al punto que casi siempre alguien tiene luego que salir a aclarar lo dicho por algún afanado vocero. Al final, no quedas bien con nadie, todos te odian, no te perdonan ni una, te pegan y nos llevan a todos al bloqueo donde estamos lamentablemente estacionados.

Creo que ya es evidente, por ejemplo, que los problemas cambiarios se deben, por supuesto, a causas estructurales que hay que empezar a solucionar, pero también a especulaciones que tienen un ambiente excepcional para viralizarse en el denso clima de desaliento y desconfianza que se está generando desde la política y particularmente por la guerra interna del MAS.

No voy a ser tan ingenuo solicitando un gran acuerdo nacional que no tiene ninguna posibilidad de realizarse, pero al menos, por sobrevivencia, se esperaría algún intento de ordenar el barullo, particularmente de parte del Gobierno. Y eso pasa por reconstruir las condiciones mínimas para que la Asamblea pueda funcionar razonablemente. Usando términos sindicales, necesitamos un urgente “cuarto intermedio” nacional, para que los discordes vayan a tomarse un mate de tilo a sus cuarteles de invierno, sanen sus heridas, reflexionen sobre otras estrategias en las que no acaben suicidándose y le dan algo de alivio a este país estresado.

Armando Ortuño es investigador social.

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Sin tiempo para el duelo

/ 10 de febrero de 2024 / 04:19

El primer mes de este año fue un torbellino de conflictos y malos augurios en la política y la economía, ratificando que estamos en un tiempo de incertidumbre y ausencia de respuestas desde la dirigencia e incluso en la propia sociedad. Podríamos dedicarnos a evadir esa incómoda realidad, desear que vaya a peor, buscar culpables o lamentarnos, el cinismo, el furor y el temor son siempre malos consejeros.

Otra tentación es pensar que será suficiente que los dirigentes involucrados en este desorden tomen “consciencia” o tengan alguna iluminación divina o ideológica para que modifiquen sus comportamientos y arreglen el lío, no seamos ingenuos. Más bien, es necesario entender que detrás de todo esto, hay algunas tendencias de largo plazo que se debe enfrentar.

Desde al menos 2018, se intuía que estábamos frente a un necesario periodo de recomposiciones y adaptaciones. Obviamente, no pensábamos que iba a ser tan conflictivo. Los eventos de los años posteriores fueron los primeros temblores de los cambios tectónicos que venían por delante. La movilización contra los golpistas y la elección de 2020 se constituyeron en una oportunidad de aterrizar con suavidad para luego despegar.

En esos años le dije a un amigo que el triunfo de Arce era la última elección del viejo ciclo, que era una anomalía fruto de la desastrosa y criminal presidencia de Áñez. Había que abrir un nuevo tiempo, habilitar una adaptación menos peligrosa. Tarea nada fácil pero que no se hizo, aunque se debe reconocer que las crisis globales tampoco ayudaron.

Pero eso no justifica, solo contextualiza, los grandes desaciertos de la dirigencia política, principalmente oficialista, en los últimos dos años. Lo digo sin rencor, pero con la severidad de un elector y ciudadano desilusionado. Tendremos pues que vivir tiempos de crisis y salir fortalecidos de los mismos, no hay otra, sin llorar, como dice la morenada.

La dificultad es que no hay salidas rápidas ni simples, pues hay cambios de fondo en el mapa del poder, en las expectativas de los ciudadanos y en la economía que se deben tratar. Por ejemplo, el derrumbe de la gobernabilidad hegemónica es casi ya un dato ineludible. Hoy, el oficialismo ni siquiera es ya la fuerza preponderante en la Asamblea Legislativa, al punto que para intentar domarla está teniendo que recurrir a manipulaciones político-judiciales que solo degradan aún más sus posibilidades de construir estabilidad.

Al mismo tiempo, la poderosa alianza político-social que estuvo en la base de 15 años de gobierno transformador está inmersa en un proceso de descomposición de su forma original. Lo más visible es la crisis de su pilar corporativo, escindido entre la captura prebendal por el Gobierno y la fragmentación desilusionada de sus bases, pero no menos importante es la desafección de los electores populares individuales que no entienden el sentido de la pelea de la dirigencia masista y sobre todo que no ven sus intereses considerados por esas élites.

¿Eso quiere decir que el masismo está muriendo, para felicidad de algunos? No lo creo, quizás solo está mutando a otras formas de adhesión. Igual que vivimos 15 años con un bloque opositor sociológicamente sólido, pero sin representación partidaria, tal vez estamos ante la emergencia de un bloque masista, igual de fuerte en su adhesión a las ideas y legado del Estado Plurinacional, pero con similares desconfianzas con las dirigencias que dicen representarlas. ¿Fragmentación partidaria coexistiendo con bloques político-ideológicos sociológicamente fuertes?

De igual modo, las turbulencias en la economía no son solo resultado de los errores del Gobierno actual, sino de la emergencia de un nuevo mapa de poder económico, donde los sectores privados, formales e informales, tienen más fuerza, en el que el Estado empresario sigue siendo importante, pero con signos de agotamiento por el fin del ciclo del gas. Parte de la respuesta a la crisis actual está en repensar en una economía política para ese nuevo mundo.

Al escribir esta nota no dejaba de sentir cierto vértigo, debo confesarlo, pero se me fue pasando por la urgencia de trabajar, no hay tiempo para el duelo en estos días de Carnaval, hay mucho por hacer por nuestro gran país.

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.

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Aguantando hasta 2025

/ 27 de enero de 2024 / 01:53

El nuevo año se inicia con la política atrapada en su versión más absurda. Mientras tanto, la economía sigue sumida en la incertidumbre. Más de uno me dirá “chocolate por la noticia”, pero la novedad es que el tiempo parece acabarse para una solución estructural del desequilibrio económico, habrá pues que aguantar con lo que tenemos a la mano hasta que las condiciones políticas se aclaren en las urnas.

Vengo insistiendo que la tarea histórica del gobierno de Arce era evitar la crisis económica que se perfilaba por la acumulación de desajustes internos y turbulencias externas que convergieron desde 2019. Para ello debía construir un puente financiero y macroeconómico, quizás temporal pero sólido, hacia un escenario más favorable para un reordenamiento macroeconómico y una renovación de los motores del crecimiento y del desarrollo social que se intuía que irían emergiendo entre 2025 y 2026.

Lo cierto es que el artefacto empezó a averiarse desde mediados de 2022, primero en su capacidad para tomar decisiones políticas, que es vital en el modelo boliviano, y luego por una seguidilla de tropiezos que erosionaron las expectativas económicas, presionaron aún más la capacidad fiscal, redujeron las reservas de divisas y desembocaron en la aparición de facto de un segundo mercado cambiario.

A esta altura del partido, es perezoso llorar por la leche derramada o buscar culpables, es más útil pensar en los retos para recomponer paulatinamente esas variables, porque está claro que es peligroso quedarse demasiado tiempo en semejante situación. Tampoco es sensato entrar en el festival de deseos perversos y predicciones apocalípticas que pululan en redes y medios. La lógica esa de desear que todo se vaya a la mierda para debilitar al Gobierno es francamente idiota.

La posibilidad de una gran recomposición que implica acciones difíciles pero necesarias requiere un apoyo popular, político y legislativo significativos, condiciones con las que ya no cuenta el actual Gobierno. Sustento que además debería estar acompañado por una hábil gestión política y comunicacional, aspecto que mejor ya ni comento porque me deprimo.

Más allá del voluntarismo, el problema es que el tiempo se está acabando para ello, a 18 meses del inicio de una elección que se intuye feroz, en la que el actual mandatario, al parecer, intentará su reelección y con el Gobierno entrampado en un conflicto político confuso con gente de su propia coalición y de todas las facciones opositoras, prácticamente no hay espacio ni incentivos para otro tipo de manejo que no sea un aguante financiero y una gestión al filo de la navaja.

Tampoco es el fin del mundo, el país vivió parecidas coyunturas, por ejemplo entre 2000 y 2006. Podemos ser buenos adaptándonos al bicicleteo. Pero hay riesgos. Por lo pronto, estamos vivos después de un 2023 dificilísimo, eso no es moco de pavo, y hay algunos elementos de resiliencia que la economía nos ha revelado en estos años que valdría la pena entender mejor para lo que viene. Creo además que el conocimiento íntimo de la maquina gubernamental de los muchachos del Presidente ayuda en la tarea de ir tapando huecos para sobrevivir.

Sin embargo, para resistir mejor hasta 2025, hay que hacer ciertas cosas. En primer lugar, no parece recomendable seguir intranquilizando al mercado informal de divisas, la mejor decisión fue dejarlo vivir, hacerse al loco, se lo necesita para que sus $us 10.000 millones (dato ministerial) se sigan moviendo sin demasiados costos transaccionales y evitando hasta donde se pueda que sus precios se alejen demasiado de las cotizaciones oficiales.

Para ello, habría que mandar a callar a algunos funcionarios de segunda que andan removiendo el avispero inútilmente para mostrar que pueden resolver a paraguazos algo para lo que se necesita cosas serias. Mientras, en el mercado formal habrá que seguir perfeccionando los mecanismos de racionamiento sin que frieguen demasiado a la actividad. La consigna sería calmar el juego, racionalizar la anormalidad, hasta que se encuentre un dispositivo claro y condiciones mínimas para resolver el lío.

En segundo lugar, parece igualmente inevitable algún dialogo con la Asamblea Legislativa que vaya más allá de las recriminaciones, una mejora de la ejecución de la inversión pública, mayor austeridad fiscal y ojalá alguna innovación en la diversificación de fuentes de financiamiento externo. Acciones que deberían ayudar a gestionar la restricción fiscal presionada por unas subvenciones que sostienen la estabilidad de precios, que parecen ya imposibles de reducir en periodo electoral. En suma, a la espera de una salvación quizás allá por el 2027-2028, de la cual hablaré en mi siguiente artículo, habrá que ocuparse de lo básico, del equilibrismo, compleja tarea. No basta hacerse al muertito.

Armando Ortuño es investigador social.

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