Voces

Sunday 14 Apr 2024 | Actualizado a 19:25 PM

La A de Al-Azar

/ 8 de noviembre de 2020 / 03:24

“Yo te conozco de antes, cuando me fui no me alejé.”

Fito Páez

Cuando me incorporé a La Razón, Al-Azar ya tenía su espacio en las páginas de opinión. Un gran pedazo del país conoce su talento. A quien me quiera escuchar le digo que es el mejor caricaturista que hoy tiene Bolivia. Se llama Alejandro Salazar, estudió arquitectura y es autodidacta en el seductor mundo de la caricatura. Dibujante compulsivo, ha ilustrado un largo número de publicaciones y al mismo tiempo es un prisionero de la caricatura política siendo en el fondo un prófugo de los cálculos políticos. La de líos que desataron sus caricaturas. A la Dirección llegaban desde atrevidas quejas de ministerios a través de inexpertos comunicadores, burdos intentos de autoridades municipales al insinuar que había desinformación, diplomáticas precisiones de embajadores de todos los plumajes sobre los temas internacionales, hasta cartas con amenazas de iniciar procesos enviadas por comités cívicos por “insultar a los orureños” o “faltar al respeto a los tarijeños” cuando no “ciudadanos indignados con un dibujo” que después intentaron quemar nuestras oficinas. Siempre fue fácil sacar cara por este lápiz ingenioso y crítico pues se sumaban en minutos los apoyos en las redes y en la vida real. Hasta que se desató la crisis poselectoral del año pasado. No le tembló la mano e hizo desfilar tanques, pinochos y pueblo perseguido en el cuadrito blanco que comparte frontera con el espacio editorial. Y como el atrevimiento es contagioso, en esos días se publicó un editorial que titulaba ¿Golpe de Estado? al que un grupo de periodistas de La Razón le quitó los signos de interrogación, lo puso en una canastita con las caricaturas de Al Azar y salió por el bosque mediático a decir que no estaba de acuerdo con el texto ni con el dibujo. Se encendió así un conflicto que ya se cocinaba a fuego lento. A las preocupaciones absolutamente legítimas del sindicato de esta empresa reclamando por el atraso de días en el pago de salarios, el atraso de meses en el pago de un bono de transporte o el descontento con la gestión de la directora, se sumó este desacuerdo. Nada más sano que un periodista disienta del editorial o de la caricatura. Pero consideraciones como ésta ya no cabían cuando lo que exigía al propietario era la renuncia de la directora (asunto que ya da para una telenovela turca con actores cruceños, paceños, poblanos y pueblerinos) y se pedía en voz baja no publicar a Al-Azar. No cedimos. A la fogata de amor se unieron voces externas que opinaron más con la bronca que con la información completa y veraz. La seño de la Dirección se quedó y sigue dando batalla al lado de la rotativa. Pero un espíritu tan sensible como Alejandro dejó de batir sus alas. Por unas semanas publicamos el espacio en blanco porque el artista me encargó comunicar a los lectores que dejaba de dibujar por no contar con las condiciones mínimas y en respuesta a la protesta de periodistas de su misma casa periodística. Se calló, dobló sus alas y se fue a pie.

La historia que rodea su alejamiento es más compleja, tiene que ver con una cadena de ataques políticos, mediáticos y judiciales al propietario de este periódico, Carlos Gill. Respondimos en su momento mediante una publicación en este mismo diario sin la esperanza de convencer a los que siguen tirando piedras a nuestras ventanas pero con la certeza de haber aclarado las dudas de un número imponente de lectores que sigue comprando nuestras ediciones y ha decidido reproducirse en nuestras página y plataforma digitales. Sin embargo la lucha no es completa si, pese a una interesante propuesta fotográfica en estos meses, ese rectángulo de papel sigue sediento del cosquilleo del lápiz que interpreta e interpela desde la inteligencia, la genialidad, el humor. Así que nos volvimos a sentar con el artista de la discordia.

Al-Azar vino con el aire de siempre. Sigue con barba, no perdió el gusto por los jeans, aún conserva la voz baja, su risa que todo lo compone goza de buena salud y, como era de esperarse, llegó en compañía de su inseparable timidez. Quedamos en que retoma su trabajo tres veces a la semana: el miércoles y viernes en la página editorial y el domingo en el Animal Político. Quedamos en que caricaturista y periódico tienen que aprender a cuidarse mejor uno al otro y compartir las responsabilidades. Cuando terminó la reunión sacó sus alas, las desdobló y se las enganchó en la parte superior de su espalda, sobre el delgado suéter. Y se fue a dibujar para regalarle a usted el retorno que hoy celebro a todo color. Mariposa tecknicolor. “Y hoy solo te vuelvo a ver”.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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183 pedazos

/ 7 de abril de 2024 / 04:18

Esta semana hubo un encuentro para comentar los resultados de la última encuesta de “Unámonos”. Se trata de una iniciativa desprendida de la preocupación por el impacto de los conflictos y la violencia política en los bolivianos. La idea de partida es que nuestras polarizaciones crónicas están lastimando el tejido social. Es un proyecto financiado por Alemania a través de sus fundaciones Friedrich Ebert y Konrad Adenauer.

El documento en cuestión pone sobre la mesa de debate la salud de la democracia y la salud mental de la sociedad boliviana asumiendo que la polarización política es un factor compartido en gran parte de las sociedades actuales. Un denominador común que se alimenta de desigualdad, desconfianza y desinformación. La pesadilla perfecta.

Ana Lucía Velasco escribe en su introducción a este documento que hay algo inflamado, adolorido (no se puede reponer lo roto, sí se puede aliviar lo que duele, cree esta A lastimada y adolorida). Propone mirar el impacto de la polarización en la salud mental de la sociedad. Interesante, novedoso en nuestro contexto y bastante debatido por quienes fuimos invitados a comentar la encuesta. Ésta habla de “correlaciones positivas y altamente confiables entre salud mental y niveles de polarización política, agravadas además por una importante brecha entre oriente y occidente”. Lo último apunta a que, en función del lugar boliviano donde nos encontremos, la “experiencia de país” varía significativamente. ¡Vaya hipótesis de lectura!

Una de las columnas vertebrales de este estudio reposa en la idea de que la polarización boliviana no está tan basada en diferencias ideológicas como en posturas netamente políticas. O sea, “la política por la política y no las diferencias de pensamiento”. Desafiante idea que pide, a coro, doble o triple verificación.

En los resultados concretos, vale la pena subrayar un par de cifras: a un 52% de la gente le cuesta hablar con un “otro”; un 41% cree que no puede expresar libremente su descontento con los partidos políticos; entre el 2022 y el 2023, la cifra de los polarizados bajó en un punto porcentual; entre el 2022 y el 2023, la cifra de los “altamente polarizados” bajó en cinco puntos porcentuales; a finales del 2022, el 70% de la población estaba polarizada y el 2023, esta cifra bajó a 64%. Y la cereza: un 22,25% ha cortado lazos con familiares, amigos o colegas por su postura política sobre la crisis del 2019.

Es lógico que la polarización baje el volumen, no se puede estar enojado tanto tiempo, pero no por ello debemos olvidar que, como ratifica este estudio, mientras más polarizados estemos, menos motivación sentimos para trabajar por un mejor país. La polarización libera pesimismo, desaliento; la polarización perfora la comunidad. Las energías negativas transitan todavía por las venas nuestras y hoy explican que un 64,5% (nada menos) de los bolivianos tenga miedo a que la confrontación nos lleve a lamentar muertos y heridos, lo que le pone el sello indiscutible de que la agresión verbal, las violencias, las confrontaciones, las heridas de bates, de palos, de piedras o de balas, las muertes, la discriminación, la intolerancia o simplemente el racismo, siguen nutriendo los ríos de sangre que nos separan. Son ríos que no nos dejan cruzar al frente, son ríos que nos pueden llevar por delante.

El informe termina puntualizando que los bolivianos no somos tan diferentes como pensamos, sucede que no nos conocemos. También insiste en que dependiendo del departamento donde uno radica, se experimentan diferentes temperaturas de polarización. Finalmente, ratifica que sí existe una relación entre estar polarizado y presentar síntomas más o menos preocupantes en nuestra salud mental. Y sí, cómo no tomar en serio las palabras del periodista español Antonio Martínez Ron cuando describe: “La polarización política afecta a tus niveles de atención, a tu memoria y atiza tus emociones generando una espiral que nubla la razón. También puede provocar consecuencias físicas: ansiedad, trastornos del sueño y hasta taquicardias”.

La foto de una mujer sosteniendo el cuerpo ensangrentado de su pequeño en medio de las bombas y la destrucción también impacta en nuestro cerebro, también hace tambalear los pilares de nuestras creencias, también dinamita nuestras ilusiones, también abre las puertas de la desesperanza y nos rompe en 183 pedazos el corazón. Son los 183 días de la pesadilla en Gaza.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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La A de Anaís

/ 24 de marzo de 2024 / 01:33

No hay columna honesta si esta A no comienza admitiendo que en casa no hubo gran expectativa por el día del Censo. Ni siquiera fue un tema a comentarse en la cena, nuestro congreso en la cocina cada final de jornada. Solo se tenía en mente y en agenda que no se salía en todo el día. El único cabo suelto: ¿podremos sacar a Frida y Diego a que hagan pis?

Así, en medio del tra la la del trabajo, del colegio, de las tareas, de los trámites pendientes, de los quehaceres que siempre están haciendo fila en la mente, llegamos al sábado 23 de marzo. Dormiremos como reyes. Nada, señoritos, hay lecciones por preparar, textos por escribir, páginas por revisar, llamadas por hacer… Por suerte nos pusimos en ruta antes de las ocho porque nuestra censista llegó sobre las nueve de la mañana. Mi vecino en el edificio nos informa que el equipo del Censo llegó y que comenzará por el último piso. Fue solo en ese momento que nos entró en la mente la verdadera dimensión del Censo. Es verdad, esto es serio, están aquí.

Comenzamos todos a correr de aquí para allá. Llegaba la visita. Y así, el Estado tocó a nuestra puerta. El Estado era una joven boliviana, alta, delgada, universitaria de 22 años (eso me chismeó mi vecina), cabello negro bien sujetado en una cola, lindos ojos obscuros, poco maquillaje. Muy amable, diría dulce, se identificó e inmediatamente la invitamos a nuestra sala. Nosotros mirábamos su chaqueta negra, su jean y sus zapatillas blancas mientras Anaís ponía en orden sus documentos, con lápiz en mano, comenzó el cuestionario.

Cuando hubo que determinar quién es jefe de hogar, ella fue testigo de miradas cruzándose sin semáforo. Comenzamos. Gracias a la seriedad y amabilidad de la joven terminamos antes de lo que imaginamos. Se disculpó de no aceptar ni el jugo ni el café que le ofrecimos. Cuenta mi vecina que ya en el piso dos dio luz verde a una gelatina de color con plátano.

Llenado el cuestionario, cerramos la puerta después de dar las gracias y despedirnos. Y entonces el Censo tuvo una primera evaluación en mi pequeña comunidad. Qué afable, qué seria, qué bien hizo su trabajo Anaís. Comenzamos a imaginar entonces todo lo que se puede hacer con esa enorme estadística pronto a disposición. Cuántos somos, cómo vivimos y cómo nos reorganizamos en políticas públicas y en asignación de recursos. Sólo en ese momento se hizo de carne y hueso el operativo más grande de nuestra historia. Sólo en ese momento pensamos, de verdad que, como Bolivia, nos estamos mirando al espejo.

Un día de encierro entre nuestras paredes precedido de un día en el que se despliega una de nuestras innegables características como sociedad: correr a los mercados, armar filas kilométricas en los supermercados, hacer la lista mental de lo que nos puede faltar durante 24 horas sin salir, sobre todo sin comprar. ¿Y heladitos para el postre? A correr a la tienda, que todavía está abierta.

Esa mañana se fue Anaís con su mochila rosada y plomo, con su cabello negro bien recogido y su buena educación. Y pasaron las horas restantes entre nosotros, los habitantes del mejor lugar del mundo. Solo entre nosotros. Como en otros momentos de la historia última de nuestro país. La gran y esperanzadora diferencia es que este sábado nos quedamos en casa no porque una inconmovible pandemia nos puso contra la pared, llevándose a los nuestros, o encerrándolos y atemorizándolos hasta debilitarlos en su más íntima esencia como hizo ella con mi papá. Nos quedamos en casa no porque el país se está partiendo entre quienes creen que hubo fraude en las elecciones y quienes denuncian un golpe, todos alrededor de la gran fogata del odio y la desconfianza, todos testigos de las muertes de nuestros compatriotas. Nos quedamos adentro no porque temíamos que ese enemigo que construimos se entre a nuestra casa o a nuestro edificio para agredirnos, para violentarnos, para incendiarlo todo. Nos quedamos en casa para esperar a Anaís y ofrecerle un jugo o un café. Nos quedamos en casa para encontrarnos con ese otro que también posee en sus manos este país. Nos quedamos en casa para comunicarnos de alguna manera con quienes viven arriba, abajo, al lado, al frente y descubrirnos parte de una comunidad. Nos quedamos en casa para volver al núcleo de los más cercanos en absoluta tranquilidad y sentirnos acompañados, abrigados, en paz. Responder a las preguntas de Anaís, fue, para los míos, tomar conciencia de la infinita fortuna de vivir juntos, de estar sanos, en la tranquilidad de contar con un techo, en la alegría de contar con un trabajo, en el milagro de compartir pan en la mesa. El mundo se detuvo para reencontrarnos.

 Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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La toma de la Bastilla

/ 10 de marzo de 2024 / 00:35

Este 8 de marzo las mujeres tomaron nuevamente la Bastilla. La libertad garantizada de abortar será inscrita en la Constitución después de que el Congreso extraordinario de las dos Cámaras tomara una decisión histórica: 780 legisladores reformaron el texto constitucional en el Palacio de Versailles, a la izquierda, bien a la izquierda de París. Así, en medio de aplausos y silenciosas lágrimas de mujeres, Francia se convierte en el primer país del mundo en gritar este derecho hoy constitucional. Es el resultado de décadas de batallas feministas que recuerdan el carácter revolucionario francés.

Ancianas y jóvenes que salieron a las calles a festejar esta nueva revolución repitieron frente a los micrófonos de los medios que se pateó la puerta de la Constitución después de alarmas que sonaron en otros puntos del planeta como en Estados Unidos, donde la decisión de la Corte Suprema en 2022 de dejar de reconocer el aborto como un derecho a nivel federal abrió nuevamente la noche para mujeres que arriesgan su vida en la práctica de abortos clandestinos. No es el único retroceso de estos últimos tiempos. Miren, chicas, al despeinado libertario Javier Milei. Mírenlo, mírenlo. Y escúchenlo también: se declaró, por enésima vez, opuesto al aborto en Argentina, justo dos días antes del Día Internacional de la Mujer. El ultraliberal lo dijo alto y claro delante de estudiantes del colegio Cardenal Copello: “el aborto es un asesinato agravado por el vínculo”. Calificó de asesinos de pañuelos verdes a quienes apoyaron la interrupción del embarazo en Argentina hasta la semana 14 de gestación hace apenas unos meses. Y no es todo. El despeinado también ha prohibido el lenguaje inclusivo y otras políticas referentes a la perspectiva de género en todo el aparato público nacional. Le dijo “¡fueraaaaa…!” a la letra e; le dijo “’¡fueraaaaa…!” a palabras como “todes”. Nada de arroba, nada de x, nada de “soldada” ni de “presidenta”, nada de Ministerio de las Mujeres, nada de continuar con la despenalización del aborto en la tierra de Borges, nada de nada… ¡Viva la libertad de prohibir, carajo! Como si las urgencias económicas a las que tiene que hacer frente Argentina pasaran por una letra.

Estas políticas que apuntan a la igualdad entre hombres y mujeres o entre mestizos e indígenas o entre nacionales e inmigrantes no dejan dormir a los inquilinos del poder en Estados Unidos, en Argentina o en cualquier país donde la gente los haya votado. Son poderes puestos por una votación popular, ciertamente. Y eso es democracia. Pero también implica un triste retroceso en acciones igualitarias y democráticas.

Creer en la lucha contra la discriminación de indígenas o afros debería ir de la mano de las reivindicaciones de las mujeres. Creer en la dignidad del ser humano no puede divorciarse de la bronca cuando se recuerda que más de cuatro millones de niñas corren el riesgo de ser sometidas a mutilación genital; que hay lugares donde ellas no pueden tener bienes y otros donde se permite que el hombre viole a su esposa; o que habrá igualdad jurídica total para las mujeres dentro de 300 años.

Mientras la Presidenta de la Aduana Nacional cuente que cuando asiste a una reunión con un asesor, su interlocutor la puentea con la mirada para solo dirigirse al varón que está a su lado; mientras la Embajadora de Francia cuente que muchos asumen que el Embajador es su adjunto solo por el hecho de ser hombre o cuando el administrador de mi edificio maltrate a mi vecina por ser una mujer de la tercera edad, no dormiré tranquila. Ni callaré. Ni me cruzaré de brazos. Tomaré la Bastilla con quien quiera acompañarme.

 Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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Si volvieran los dragones

/ 25 de febrero de 2024 / 00:36

Alista sus maletas el llovido febrero y, así, entre la celebración del Año Nuevo, la esperanza de las Alasitas y la euforia carnavalera, se fueron dos de los doce meses de un 2024 que se anunció cargado de desafíos, un 2024 que para los chinos es el año del Dragón, un animal que representa la fuerza, la valentía, la sabiduría y, afortunadamente, también el éxito. Es justo todo lo que nos hace falta. Como cantaron Joaquín Sabina y Fito Paez, si volvieran los dragones…

Si la angustia no tuviera tantos meses

Si pudiera huir de esta ciudad

Si el milagro de los panes y los peces

Consiguiera darnos de cenar

Se dice que este Dragón de Madera traerá evolución, mejora y abundancia. Pensarán ustedes que esta A enloqueció y con razón. ¿De qué evolución o mejora podemos hablar si en estos mismos minutos los habitantes inocentes de Gaza han sido arrinconados, bombardeados, expulsados por la violencia y la muerte de sus cercanos? Ni Naciones Unidas logra un cese al fuego; volvió a ejercer su veto Estados Unidos. Ni el reclamo del presidente brasileño Lula ni el apoyo del colombiano Petro o el boliviano Arce pueden detener el miedo, el hambre, el infierno en este lugar lejano. ¿Qué evolución y mejora promete la destrucción que la guerra entre Rusia y Ucrania va profundizando cuando el tiempo pasa y solo pisa? ¿En qué abundancia podemos creer en tiempos de cada vez mayor concentración de la riqueza y cada vez mayores niveles de pobreza? ¿Cómo se ordeña la sabiduría de este Dragón para que nos dé la fórmula del control de la inflación, la vacuna contra la pobreza, la pócima que nos libre de los sacudones de este eclipse geopolítico? ¿Bajo qué techo nos refugiamos mientras se reacomodan las piezas de este nuevo orden multipolar que tanto se anuncia en los medios? Se dice que el Dragón tiene energía. ¿Le alcanzará para alargar sus extremidades hasta América Latina y con sus garras levantar los gusanos de la extrema derecha, los gusanos de la discriminación y el odio? ¿Podrá nuestra tierra americana, latina y materna volver a ser un nido tibio, un lugar seguro en el mundo? ¿Le importará al Dragón chino nuestra tierra y los seres que la habitan? Uno nunca sabe; de pronto sí es posible que las alas del animal se fusionen con las alas de las Alasitas. Alas de Dragón de Madera, Alasitas, alarila, que su generosidad multiplicada nos traiga abundancia. O que por lo menos nos traiga paz.

Abramos la imaginación de este Estado Plurinacional: de repente los brazos abiertos del Ekeko, cargando sobre su espalda el alado reptil corpulento, pueden calmar la furia de las lluvias de estos meses iniciales. Esta A quiere creer que ya no tendremos que llorar más a personas enterradas por sordos derrumbes, que los animales no serán más el alimento de los desbordes de ríos indomables, que no perderemos más casas, que el agua no se llevará nuestras cosas, que no se perderán nuestros cultivos, que no nos arrebatarán más el pan nuestro de cada día. Y ya que estamos, por qué no deseamos que este Dragón de Madera que puede respirar agua, que puede polimorfizarse, lance conjuros para detectar mentiras en este penoso momento político que nos está dejando sobre la gran alfombra de la incertidumbre. Ni el MAS evista, ni el MAS arcista, ni las alas dispersas de Comunidad Ciudadana, ni los pedazos que volaron por los aires de Creemos ni los viejos candidatos que siguen comprando boletos para las elecciones, ni los nuevos aventureros de las redes parecen haber encontrado una propuesta seductora, convincente, frontal, clara, con futuro largo para una Bolivia duramente golpeada el 2019, diezmada por la pandemia, agotada por los grandes desacuerdos, confundida por las grietas de las debilitadas fuerzas políticas, temerosa por las rajaduras en los muros de nuestra economía, jaloneada por los discursos polarizantes. Dicen que los dragones traen suerte y bendicen. ¡Qué marche una orden de suerte y bendiciones con papas!

¿Qué más? Que el Dragón de Madera que llegó el 10 de febrero nos vista de energía y se una a los dragones de Sabina y Paez.

Si volvieran los dragones a poblar las avenidas De un planeta que se suicida

Mientras tanto, queda cultivar nuestro jardín, como aconsejó Cándido, el personaje sufrido de Voltaire. Cultivemos nuestro jardín, arreglemos nuestra casita, abriguemos a los nuestros, alegrémonos con nuestros animales, riamos sin restricciones. Agradezcamos todo lo bueno que tenemos, que no es poco. Pidamos, como en la larga noche de la pandemia, estar juntos, sanos, en paz. Escoltemos nuestras horas de sueño, multipliquemos las sonrisas, incluidos los lunes. Tejamos mantas de ternura mientras pasa la tormenta allí afuera.

Llueve y hace frío en este febrero 2024, el más huérfano de mis febreros.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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La muñeca y el General

/ 11 de febrero de 2024 / 00:25

Difícil saber cómo llegamos a esa conversación. Lo cierto es que mi mamá recordó con ternura, con nostalgia, con un poco de pena, que cobraban diez centavos. ¿Qué cobraban diez centavos?

Era una de esas casas del centro paceño, en la calle Sucre, que podía cobijar a varias familias. Los patios y la ausencia de televisión e internet reunían a los chicos que, para ejercer su niñez, hacían un círculo alrededor de una choca que pasaba de mano en mano clavando su ruido en la mente de todos ellos. Sin embargo, no era tan fácil llegar a uno de esos patios comunes donde reinaban el juego y la chacota porque había primero que burlar la mirada vigilante de doña María que, detrás de su máquina de coser, tenía la misión de, además de terminar camisas para la marca Manhattan, controlar que esos pequeños del vecindario no se disparen sin ton ni son, como le encargaban las madres que tenían que salir. No quedaba otra que arrastrarse debajo de la cámara de sus ojos para llegar al piso de abajo, donde había una carpintería que al final de la tarde, terminada la jornada de trabajo de los obreros, quedaba vacía. Y así se convertía en el gran escenario donde se presentaba el teatro de títeres. Mi madre, a sus siete u ocho años, era ya la asistente. Llevaba las sábanas para dar forma a la carpa que dejaba una ventana hacia el público; la ventana donde se desplegaba el espectáculo. La muy joven asistente seguramente ayudaba a armar el teatro y recuerda con claridad que pasaba los muñecos a su hermano mayor, Pepe, y a su amigo Pepe también, quienes estaban a cargo de manipular los títeres e interpretar las múltiples voces de los personajes de las historias. ¿Qué historias? Los cuentos que leíamos, las historias que circulaban un poco en todo lado. Cuentos de hadas, leyendas y, con seguridad, improvisaciones de los pequeños artistas. «Había un pastor que buscaba a su llamita: ¿Dónde está mi llamitaaaa…?» recuerda la asistente imitando las voces; con esta escena llegan también al presente las risas explosivas del público. ¿Qué público? ¿Quiénes eran? “Los chicos que vivían allí, los chicos que entraban de la calle, los niños de todas partes…” A todos ellos se les cobraba los diez centavos para asistir al teatro de títeres. La asistente cobraba la entrada. ¿Y de dónde compraban los títeres? Los hacía su hermano mayor, Pepe y su tocayo amigo de la vida. Juntaban papel periódico, harina. ¿Había periódico en esa casa? Había, gracias al papá de Pepe Aguilar, que trabajada en la Alcaldía: de allí llegaban los ejemplares para convertirse en materia prima. Harina, había en cualquier casa. Con un poco de agua, Pepe moldeaba los personajes. Con los pedazos de tela que sobraban de los trabajos de costura de mi abuelita, como por arte de magia, aparecían los trajes de Drácula, de la Caperucita Roja, del lobo, de la bruja, de la llama, del pato, de la gallina que escapaba del lobo, del pastor que buscaba su llamita… Sábado y domingo eran días privilegiados para ocupar más tiempo la enorme carpintería de don Martín, el judío que fabricaba muebles. Así, esa vieja casa se convertía, en minutos, en el gran teatro donde se reía y se esculpía la niñez de mi madre, de sus hermanos y los amigos del barrio.

El talento, la voluntad y la rigurosidad de mi tío Pepe para montar una representación con títeres al poco tiempo se tradujo en interpretar Los pollitos dicen o composiciones españolas en una vieja guitarra con una sola cuerda. ¿Se puede? Después él se las arregló para conseguir las cuerdas faltantes y dedicar todos sus años a tocar la guitarra; después se las arregló para entrar a la Academia de Policías; se las arregló para obtener las mejores notas con su compañero Oroza y recibir una beca para completar su formación policial en Buenos Aires; después se las arregló para concluir su carrera como General verde olivo; se las arregló para ser uno de los comandantes de la institución; se las arregló para estudiar derecho paralelamente y ejercer más tarde como abogado; se las arregló para ser el alma de las reuniones de amigos de la infancia, amigos de la Policía, amigos de todos los planetas. Son esos mismos amigos que vimos llegar al velatorio de mi tío José Manuel Parada Grandi esta semana. Este General quedó hace un tiempo debiendo a mi papá una botella de whisky, una apuesta, claro. Se la pagará allá. Y volverán a reír allá los dos. Volverán a vivir allá los dos. Esta dulce alegría y el recuerdo de una muñeca de cabello negro y vestido a cuadros que mi tío me regaló en una plaza de Potosí son los que han dictado este íntimo sentimiento que no puedo dejar de compartir con ustedes en este domingo de carnaval triste.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista. 

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