El retorno de Evo
Evo Morales culminó en Chimoré una caravana multitudinaria que desde el pasado lunes le acompañó tras su entrada a Bolivia. Los últimos tres días hizo lo que mejor sabe hacer, protagonizar actos de masas para ratificar su capacidad de comunicación con los sectores populares y la cohesión que logra en torno a él. “Un año atrás salimos del aeropuerto de Chimoré y dijimos que volveríamos millones. Aquí estamos, somos millones”, sostuvo emocionado en uno de los encuentros más impresionantes de los últimos años.
Regresó para agitar el fantasma de ser él quien gobierna detrás de Luis Arce, a pesar de que el binomio Arce-Choquehuanca ha dado un par de señales de autonomía frente a su líder histórico, como no ir a su encuentro en las fiestas de bienvenida, ni transmitir por el canal estatal la caravana del retorno. El nuevo gabinete también ha sido una muestra de la renovación que Arce comprometió.
Y Evo regresa con considerable ruido para despejar dudas sobre la unidad del MAS en torno a su liderazgo. Sin duda el masismo demostró poder ganar las elecciones sin Evo, pero él nos recuerda constantemente su intervención en la definición del binomio ganador, compartiendo su carisma con el liderazgo técnico de Arce, quien parece sentirse más cómodo impartiendo clases universitarias que compartiendo el baño de masas que cautiva a Morales.
Paradójicamente, tras un año de estigmatización del masismo, la persecución política y judicial dotó al MAS de un discurso de justicia social y de una épica que había perdido. Luis Arce ganó los comicios con 55%, con una diferencia de 26 puntos respecto al segundo candidato mejor votado y con 8 puntos de ventaja sobre el propio Morales en la votación de 2019. Estos datos parecen confirmar que no era el proyecto del MAS el que estaba agotado, sino la repetición de la figura de Morales como presidente.
Este resultado demuestra que el MAS fue capaz de renovarse, reconectar con los sectores populares después de tantos años de poder estatal, sacudirse de su barniz burocrático y hasta de ejercer cierta autonomía frente al líder exiliado.
Esto no quita que, en el actual escenario, Evo sea un factor de poder decisivo para el equilibrio de fuerzas políticas. Imaginamos al menos tres tareas urgentes que el líder debe asumir. La primera (y tal vez más importante) mantener la unidad del partido, tejiendo la filigrana de equilibrios en esa confederación de diversos que es el MAS. La segunda, y no menos desafiante, organizar el partido y distribuir su carisma para ganar las elecciones subnacionales. Por último, contener a las bases de lo popular ante medidas críticas que seguramente la gestión estatal deberá asumir para enfrentar la crisis.
Se podría incluso afirmar que frente a las próximas elecciones subnacionales, la maquinaria electoral del MAS puede funcionar mejor con una división de funciones: Arce atendiendo la delicada gestión de gobierno en época de pandemia y crisis económica, y Evo gestionando las disputas internas y externas por el poder. Sabemos que en las elecciones subnacionales, factores como el voto étnico como elemento de cohesión no operan de la misma manera que en lo nacional y, por tanto, identificar a nuevos liderazgos que aseguren su ventaja en la contienda no será tarea fácil para Morales.
Y, por lo visto en esta última semana, Evo es un pez en el agua ocupado de la gestión política sin la responsabilidad de la gestión pública.
Ante la absolutamente necesaria articulación entre el liderazgo carismático de Evo y la gestión estatal del binomio gobernante; dejemos para más tarde pensar en el postevismo. Por ahora, solo aticemos la discusión con una pregunta: ¿podrá Morales evadir la tentación de ser candidato en 2025? A pesar del profundo odio que despierta Evo Morales en sus detractores, parece difícil que desaparezca del escenario político al menos los próximos 10 años.