Estaba sentado en la cocina con mi esposa, Ann, quien revolvía su cereal, cuando de pronto me sorprendió con una pregunta: “¿No decir mentiras es uno de los Diez Mandamientos?”. Tuve que pensarlo por un momento antes de responder: “Sí. No darás falso testimonio ni mentirás”.

El hecho de que a los dos nos inquietara esa pregunta es, desde mi punto de vista, el peor legado de la presidencia de Trump. ¿Se acuerdan de ese chiste? Moisés baja del monte Sinaí y le dice al pueblo de Israel: “Les tengo dos noticias, una buena y una mala. La buena es que logré que los redujera a 10. La mala es que el adulterio sigue estando prohibido”.

Pues yo tengo una mala noticia y otra peor: los hemos reducido a nueve. Sí, estos cuatro años han sido históricos e incluso se ha eliminado uno de los Diez Mandamientos. La mentira se ha vuelto algo normal, a un grado que nunca habíamos visto. No estoy seguro de cómo revertirlo, pero más vale que lo hagamos… y rápido. Un pueblo que no comparte las verdades no puede acabar con una pandemia, no puede defender la Constitución ni puede dar vuelta a la página después de tener un mal dirigente. Ahora, la guerra por la verdad es la guerra para preservar nuestra democracia.

Sin verdad, no existe ningún camino pactado hacia el futuro, y sin confianza, no hay manera de transitar juntos ese camino. Sin embargo, ese vacío ahora es muy profundo debido a que el único mandamiento en el que creía el presidente Donald Trump era el undécimo: “No te descubrirán”. No obstante, en fechas recientes, Trump y muchos de sus allegados dejaron de creer incluso en eso, parece que no les importa si los descubren. Ellos saben que sus mentiras ya recorrieron la mitad del mundo cuando la verdad apenas se está poniendo en marcha. Eso es todo lo que les importa. Solo contaminar al mundo con mentiras y que luego nadie sepa qué es verdad. Después de eso, ya no hay ningún problema.

La verdad te ata y Trump nunca quiso estar atado, no en términos de lo que podía pedirle al Presidente de Ucrania ni de lo que podía decir sobre el coronavirus ni acerca de la rectitud de nuestras elecciones. Y casi funcionó. Durante cinco años, Trump demostró que se podía mentir varias veces al día —varias veces por minuto— y no solo ganar unas elecciones, sino casi ganar la reelección.

Tenemos que asegurarnos de que personas parecidas a él nunca vuelvan a aparecer en la política estadounidense. Porque Trump no solo se liberó él mismo de la verdad, sino que liberó a otras personas para que dijeran sus propias mentiras o divulgaran las suyas… y gozaran de los beneficios. A los miembros más antiguos de su partido no les importaba, siempre y cuando mantuviera activas a sus bases para que votaran por los republicanos. A Fox News no le importaba, mientras mantuviera a sus televidentes pegados al canal. A las principales redes sociales casi no les importaba, siempre y cuando mantuviera conectados a sus usuarios y estimulara su proliferación. A muchos de sus electores —incluso a los evangélicos— no les importaba, siempre que nombrara a jueces que estuvieran en contra del aborto. Están “a favor de la vida”, pero no siempre a favor de la verdad.

Y, si hubiera sido reelecto, se habría robado el alma de este país. Ahora, Trump y sus colaboradores están haciendo un último intento de usar la gran mentira para acabar con nuestra democracia al restarle legitimidad a uno de sus mejores momentos de la historia: cuando, en medio de una pandemia mortal y cada vez más grave, una cantidad nunca antes vista de ciudadanos salió a votar y sus votos fueron contados de manera legal. Lo que Trump y sus aliados están haciendo es muy inmoral y sumamente peligroso para nuestro sistema constitucional, pero nos entristecen aún más todos sus seguidores que le han creído.

Por eso es indispensable que todas las entidades respetables que difunden noticias —sobre todo la televisión, Facebook y Twitter— adopten lo que yo llamo la Regla Trump. Si cualquier funcionario profiere una mentira evidente o alguna afirmación infundada, de inmediato se debe dar por terminada la entrevista, como lo hicieron muchas cadenas con la conferencia de prensa de Trump después de las votaciones, la cual estaba plagada de mentiras. Si los críticos lo tachan de “censura”, solo hay que responder: “Queremos la verdad”. Esto debe convertirse en la nueva normalidad. Los políticos deben temer que se les corte la transmisión cada vez que aparezcan en televisión y digan mentiras.

Al mismo tiempo, tenemos que pedir que todas las escuelas de educación primaria y secundaria de Estados Unidos incluyan en sus planes de estudio la asignatura de educación cívica digital (cómo determinar y verificar que sea verdad algo que leemos en internet). Los estudiantes no deberían poder graduarse sin ella.

Hay que volver a repudiar las mentiras y a los mentirosos antes de que sea demasiado tarde. Debemos buscar la verdad, pelear por la verdad y descalificar sin clemencia los poderes de la desinformación. Se trata de la batalla por la libertad de nuestra generación.

Durante cinco años, Trump demostró que se podía mentir varias veces al día y no solo ganar unas elecciones, sino ganar la reelección

Thomas I. Friedman