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Nuestro ‘complejo de Adán’

La primera exposición presencial de arte en medio año no está en los salones principales del Museo Nacional. Sospecho mal. Camino desde la esquina de la vieja plaza de armas de La Paz y llego, tras pasar por una unidad educativa, a la pequeña sala de la Villa de París, ahora Taypi Katu. Un letrero anuncia la muestra: Freddy Mamani, pinturas. Un policía me da un ticket de entrada. ¿Por qué hay uniformados en los museos? La “expo” alberga 12 cuadros de gran tamaño, sobre cimientos de adobe, flotando en el aire como en el MASP de Sao Paulo. Mamani Silvestre, el capo de la arquitectura cholet, abusa de imágenes repetitivas: Illimanis, Pachamamas, cóndores, vírgenes del Cerro, anillos con brillo, geometrías esquematizadas de Tiwanaku y fachadas recortadas de sus edificios famosos. Todo sin ton ni son. ¿Dónde está la polisemia, los nuevos significados, las nuevas miradas, la frescura? Apenas atisbo una sana y respetable intención de vender. ¿Está bien que el Museo Nacional de Arte se preste a este juego? La ruptura no está de moda.

La muestra de don Freddy es conservadora, decadente y pacata. Usa y abusa de simbologías, de iconos referenciales. ¿Qué quiere decir? Cae en lo ornamental que a estas alturas de la historia del arte no deja de ser un delito de lesa humanidad. Sufrimos el “complejo de Adán”, también en el arte; tenemos una extraña compulsión por refundar país y arte cada tres o cuatro décadas. Dicen los nuevos “impulsores” de la estética neo-andina que es hora de sepultar los grises. ¿Acaso no hay color en las fiestas del altiplano del lituano Rimsa? ¿Acaso no explotaban los colores en las obras del orureño Moisés Chire Barrientos cuando abandonó el arte abstracto y se volcó a una veta más comercial? ¿Cuándo volvimos a tropezar por imposición/gusto del mercado internacional en el exotismo redundante y simbólico?

Salgo de la muestra entre indignado, triste y decepcionado. El policía que me ha escuchado hablar/putear solo me dice: “Si usted quiere, puede hablar con el curador, está detrás de esa puerta”. Mejor no, le digo: “mi mañana ya se fue a la mierda”. Si hubiese estado de mejor humor, le podría haber sugerido a José Arispe R. la colocación de espejos y lucecitas que reboten por todo lado para convertir el museo en un salón de bailes, para recargar las tintas esquizofrénicas del pastiche. ¿Dónde está en las pinturas de Mamani ese barroco psicodélico retrofuturista de desbordante y huachafa imaginación presente en sus edificios? Como arquitecto autodidacta, don Freddy, ha (contra)revolucionado la arquitectura boliviana —siempre deseosa de atrapar a como dé lugar una identidad nacional— pero como pintor se aplaza y defrauda. Incluso su paleta cromática —amplia y diversa en El Alto con verdes, naranjas, azules, fucsias, turquesas—, en su obra pictórica queda empequeñecida.

Trato de entender la intención del artista —“la pintura complementa mi trabajo arquitectónico, no puedo viajar con mis edificios a cuestas— y recuerdo las sabias palabras de don Carlos Salazar Mostajo: “Un afán excesivamente comercial le ha inducido a una posición casi ecléctica donde se pierden sus cualidades, llegando a una pintura decorativa, sin profundidad, aunque manteniendo el color”. No, no son palabras de ahora arrojadas contra Mamani; es una vieja reseña dedicada a Chire Barrientos a propósito de una retrospectiva de su obra en el Museo Nacional bajo el título de El espíritu de los Andes. El diálogo con el pasado tampoco está de moda; la histeria de colores, tan del gusto del poder, sí. “El mucho con el mucho un poco mucho”, dijo una vez el artista Roberto Valcárcel.

Trato de entender a Mamani y me asaltan las preguntas: ¿y si su afán comercial es nomás una demostración de su libertad creativa?, ¿se apropian como parásitos Mamani Mamani y Freddy Mamani del arte tardío de Moisés Chire? ¿Ser un “parásito” como en la película famosa coreana está mal? ¿Acaso no lo somos todos? ¿Por qué sentimos la necesidad imperiosa de adscribirnos a esa onda reivindicativa/posera del arte pero lo hacemos abusando de reliquias y conservadurismo estático? ¿No es sumamente contradictorio ese falso afán? ¿Acaso no lo somos todos, falsos y contradictorios? Uno tiene que saber ser vulgar, dijo una vez Picasso.

Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo