Obsesivamente evistas
Para muchos, incluyendo una mayoría de opositores, Evo sigue siendo casi el principio y el fin de la política boliviana. Esta obsesión les impide entender y discutir la novedosa y compleja recomposición de los mecanismos de gestión del poder que se está empezando a producir en el bloque masista desde la elección de Luis Arce como presidente.
Persistir en esas simplificaciones puede llevar, otra vez, a groseros errores de interpretación que podrían seguir saboteando, por ejemplo, el esfuerzo hasta ahora frustrado de las centroderechas de constituirse en una alternativa viable al MAS.
Si uno se limita a las preocupaciones de los grandes medios de comunicación y de sus habituales comentaristas parecería que la descripción de la coyuntura se resume a identificar las fantasmagóricas pugnas entre “alas duras y blandas” del MAS por controlar el Gobierno, siempre con la sombra maléfica del caudillo en el fondo del escenario, y a un rosario de lamentaciones y exorcismos varios sobre la supuesta necesidad de que el oficialismo se aparte de su líder por el bien de la nación.
Una vez más, las oposiciones partidarias y mediáticas acaban siendo, paradójicamente, más evistas que los propios masistas, como si no pudieran dejar de pensar en ese personaje para que su identidad política tenga sentido; señal inquietante de su dificultad para actuar más allá de su rechazo visceral por el expresidente y opinar e intervenir acerca de otras preocupaciones de los ciudadanos, las cuales, por cierto, siguen estando ahí a la espera de que alguien las asuma y responda con eficacia.
El maniqueísmo de este enfoque es otra de sus características, siendo tal vez una de las más erradas, al atribuirle a ese personaje casi todo lo malo y equivocado que uno puede imaginar sobre lo que sucede en el país y en el accionar de la actual fuerza gobernante. Así, se simplifica en extremo la dinámica interna del masismo y la complejidad de los intereses y estrategias de las dirigencias, corrientes y organizaciones que la componen.
Basta una revisión somera de los principales hechos políticos del último quinquenio para percibir los errores de Evo Morales, varios de ellos importantes, pero también sus virtudes políticas y sus intervenciones en ciertas coyunturas viabilizando las vías democráticas de resolución de nuestros conflictos. No se trata de ser ayayeros del líder o pecar de ingenuidad, sino de entender cabalmente su papel como uno de los actores centrales de la política en estos años, guste o no.
Por tanto, desde una perspectiva más reposada, parece necesario comprender y para algunos aceptar, en primer lugar, el rol protagónico que tiene y que seguirá teniendo Morales en la vida de su partido y en el futuro de la política nacional. Su retorno en medio de grandes movilizaciones populares y su rápida consagración como el jefe del MAS ratifican un protagonismo que no se explica únicamente por sus legítimas ambiciones, sino también por el rol crucial que sigue desempeñando como principal articulador del archipiélago de fuerzas que se esconde detrás de esa sigla.
Por cierto, papel que no dejará de ser problemático y desafiante, sobre todo porque se trata de establecer, casi por primera vez en nuestra historia contemporánea, una arquitectura de gestión del poder en la que no es una misma persona la que dirige al mismo tiempo el partido, las organizaciones sociales que lo sostienen y el Gobierno que los representa. Cuestión que no es únicamente crítica para el futuro del oficialismo sino incluso para el tránsito hacia un sistema político con algunos equilibrios de poder y separación de funciones que tanto se añora desde un enfoque liberal republicano de funcionamiento del Estado.
Se trata, en suma, de normalizar la figura y la actuación de Evo, por lo menos en términos analíticos y de evaluación del contexto. De comprender el lugar que ocupa en el campo político, que por hoy parece ineludible si tenemos un mínimo de realismo, pero entendiéndolo, al mismo tiempo, como parte de un juego de interacciones más amplio, complejo y dinámico con otros actores e instituciones.
Armando Ortuño es investigador social.