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La A de ‘A por él’

“A por él” es una expresión española que a muchos latinoamericanos nos choca por el simple hecho de juntar dos preposiciones. Pero viene muy bien para referirse a la bronca con la que se precipitaron contra el propietario de esta empresa periodística, Carlos Gill, en cuanto asumió el gobierno transitorio de Jeanine Áñez.

El baile comenzó con un sindicato de trabajadores de La Razón que planteó justas demandas sobre atrasos en los pagos de salarios derivando en el paro de actividades de un número importante en la Redacción que no impidió, sin embargo, que el diario circule al día siguiente, contra todo pronóstico. Poco después, en medio de la crisis política y económica poselectoral del año pasado se sumó el reclamo de periodistas por el editorial ¿Golpe de Estado? y las caricaturas de Al-Azar críticas al gobierno inesperado de Áñez; se remató con el pedido de salida de la Directora del diario como condición para cualquier diálogo con el propietario. Las medidas asumidas por el gobierno transitorio ante la pandemia dieron el golpe de gracia a una crisis económica insostenible en una empresa que debía destinar el 80% de sus ingresos al pago de su planilla. Las impostergables medidas de reducción de personal fueron las que convirtieron a “don Carlos” en “el magnate” que deja a trabajadores en la calle por no citar otras perlas que circularon en las redes con amplia difusión de extrabajadores y un par de entusiastas periodistas hace años pendientes del devenir de La Razón. Paralelamente, algunos medios de la competencia se sumaron a tan ardiente fogata para llenar sus páginas de información y opinión con la versión que más les gustaba de la peor crisis de La Razón y Extra: que Carlos Gill era el empresario detrás del masismo y que La Razón aprobaba sus contenidos en el Ministerio de Comunicación de Evo Morales porque dependía de la publicidad gubernamental. Y se dieron cuerda con esa cantaleta que alimentaba su satisfacción. Paralelamente, la entonces senadora Carmen Eva Gonzales iniciaba una demanda legal contra Carlos Gill con varias acusaciones sobre la compra de este medio. Semanas después, sorpresivamente recibimos una mañana la visita de una fiscal y tres investigadores en las instalaciones centrales de la empresa periodística en La Paz. Exactamente a la misma hora llegaban representantes del Ministerio de Trabajo para hacer una inspección no anunciada de nuestras medidas de bioseguridad. Fueron semanas en las que circuló un informe dependiente del Ministerio de Economía bajo la batuta de Óscar Ortiz difundido por manos de periodistas apuntando a que La Razón y Extra se habían adquirido con fondos del programa “Evo Cumple”. Publicamos un extenso comunicado rechazando rotundamente con pruebas documentadas todas las acusaciones que, por supuesto, no tuvo la misma resonancia que el escándalo inicial lanzado por la esfera política y amplificado por ciertos parlantes mediáticos. Así, este culebrón no está cerca de terminar: continúa la defensa legal del accionista mayoritario de la empresa, nos guía la confianza que da la transparencia. Tampoco se detiene el esfuerzo de su equipo por sacar a flote los diarios tan duramente golpeados en estos últimos meses. El prestigio de nuestras marcas periodísticas y la lealtad de nuestros lectores resultaron ser una amalgama más sólida que la bronca y la mala fe.

Resiliencia, trabajo, sacrificio, creatividad, austeridad, solidaridad y alegría resultaron ser el cóctel más dulce de la sobrevivencia. Es cabalmente en ese intento de deletrear “sobrevivencia” con el abecedario del esfuerzo que recordé la noche en la que conocí a Gill. Yo llevaba poco tiempo en el cargo cuando él pudo llegar, pese a la altura paceña, a la rotativa. Recuerdo que había como una decena de personas en mi oficina, entre miembros del directorio, jefes de Redacción, gerentes, Carlos y la todavía asustada nueva Directora. Al terminar la reunión, él pone el punto final deseándome suerte y da paso a la desconcentración. Cuando terminan de salir todos, cierra la puerta con los dos adentro para decirme claramente que podía yo trabajar con quien me sienta a gusto y con autonomía en las decisiones. Y que podía contar con él. Pasó una década. Miro hacia atrás y constato que se confirmó lo ofrecido en aquel primer encuentro. Hoy puedo decir alto y claro que de Carlos Gill solo hemos recibido confianza en la gestión de la empresa, su distancia sana de las decisiones periodísticas de los medios, el aporte de soluciones en los directorios, la serenidad en los días y noches de tormenta, el optimismo y la risa en medio de la obscuridad. Él tiene muchas expresiones según el momento, según la dificultad, según la celebración; pero si hay que elegir una, no tengo dudas de mi favorita: “De lo malo, lo bueno”. Y aquí estamos.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.