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Mecanismos para preparar el futuro a largo plazo

La pandemia del COVID-19 ha puesto de manifiesto las fortalezas y debilidades institucionales y culturales de las diferentes sociedades del mundo. En la segunda ola, que ya se anuncia con el invierno en los países del hemisferio norte, se podrán comprobar los aprendizajes realizados, si acaso. Por lo que nos atañe a nosotros, en el cotejo internacional no ocupamos los mejores lugares. Es de esperar, sin embargo, que la segunda ola nos encuentre mejor preparados y con la tarea cumplida en cuanto a la adquisición transparente de una vacuna segura y asequible en cantidades y precio, lo que ocurrirá probablemente a fines del primer semestre de 2021.

El país tiene además otras tareas pendientes para el corto plazo. Se trata de la preparación de las elecciones departamentales y municipales previstas para el mes de marzo, por una parte, y de la adopción de medidas apropiadas para la reactivación económica, por otra.

En paralelo habrá que instalar las instancias apropiadas para emprender la reflexión, el diálogo y la concertación de la visión de país que de manera más o menos estructurada reclaman ya los jóvenes, informados de las movilizaciones y planteamientos en los países desarrollados, donde se están enlazando las preocupaciones por el COVID-19 con las respuestas que demanda el cambio climático. Se trata de un enfoque que es conveniente adoptar también en Bolivia.

La mayor vulnerabilidad a las pandemias sanitarias y a las repercusiones del cambio climático reflejan brechas y desequilibrios que han sido identificados hace tiempo, aunque no hayan avanzado todavía las inquietudes al punto de contar también con los enfoques maduros sobre estrategias que es necesario poner en funcionamiento efectivo.

Baste mencionar las conocidas críticas al carácter extractivista de nuestro modelo de desarrollo, dependiente, concentrador y excluyente. El ciclo de altos precios de las materias primas entre 2004 y 2014 fue la oportunidad perdida para cambiar dicho modelo. No ocurrió así. Ahora hay que abordar las tareas correspondientes en condiciones mucho menos favorables.

Por principio de cuentas, es preciso transformar fórmulas genéricas en conceptos y herramientas capaces de articular un sistema de planificación apropiado para las condiciones del país y de su inserción internacional, tomando en cuenta el elenco disponible de actores económicos estratégicos, las capacidades de la fuerza laboral requeridas, las fuentes de financiamiento disponibles y los mercados de destino, entre otras cosas.

La fórmula con frecuencia invocada de las cadenas globales de valor se dice más fácil de lo que se puede poner en práctica real. Además de que, también en este aspecto, están cambiando los requisitos normativos en materia ambiental y laboral en función de los acuerdos de libre comercio de gran alcance que se han puesto en vigencia en el Asia como resultado de iniciativas de parte de China, pero asimismo a partir de lo que se espera que ocurra con el próximo gobierno de Estados Unidos, cuando retome algunas iniciativas descartadas por Trump.

De ahí resulta que el país necesita contar con capacidades propias de información y análisis de la economía mundial, de la situación regional y de las perspectivas de las pugnas geopolíticas en curso. Una asignatura intelectual por excelencia.

Por otra parte, el sistema nacional de planificación que se instale en el futuro, requiere estar vinculado con el sistema nacional de innovación, compuesto entre otras cosas por un consejo nacional de ciencia y tecnología, que es un dispositivo existente hace varias décadas en varios países de América Latina.

Por último, es indispensable crear un consejo económico y social con miras a concertar objetivos de corto y mediano plazo de forma tripartita, entre el Gobierno, las organizaciones empresariales y los sindicatos.

Horst Grebe es economista.