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Un mundo distópico

La utopía, como se sabe, significa  en “ningún lugar o la tierra de ningún sitio” y se difundió a partir del texto de Tomás Moro (1516). En este texto, Moro describió una isla ideal, sin excluidos, lugar de armonía y paz. Este deseo “inalcanzable” se convirtió en un mito para los gobernantes del siglo XVI, etapa de numerosos conflictos bélicos y religiosos en Europa. Su antecedente es la Politeia de Platón.

Es a partir del Renacimiento que los textos utópicos aparecieron continuamente, así La ciudad del Sol de Tomasso Campanella (1612), New Atlantic de Francis Bacon (1627), entre otras, diseñaban los anhelos de una sociedad sin incertidumbres y temores, creando una metapolítica que permitía contrastar con las estructuras injustas de poder real y tomar acciones para corregirlas.

Esta necesidad provocó en los pensadores a elucubrar soluciones para que el estado belicoso pudiera ingresar a una etapa de acuerdo duradero, de esta manera apareció el Leviathan (1650) que promovía el contrato social con el Estado para establecer soberanía a partir de un gobierno que represente a la sociedad. Locke, con Ensayo sobre el entendimiento (1690), se preocupó del manejo discrecional de estas representaciones y planteó el derecho a la rebelión contra un Estado opresivo. Todas estas obras son clásicas en las ciencias sociales y muchos de sus argumentos todavía influyen de distinta manera en la vida colectiva. Todas buscaban un bienestar, paz, justicia y certidumbre.

La humanidad, a base de pequeñas utopías que parecían irrealizables, alcanzó bastantes logros que permitieron a la humanidad avanzar, por ejemplo, en la jornada laboral de ocho horas, el seguro social, el derecho a la educación de hombres y mujeres en igualdad de condiciones, entre otras conquistas sociales menores y otras mayores que constituyen una tarea global, como la preservación de la vida, el medioambiente y la igualdad de derechos de todos los seres humanos, sin excepción.

Sergio Vilar, un estudioso del tema, asegura: “Al no tener utopías, el presente resulta estéril: solo se sobrevive en una serie de reproducciones simples de lo que fue y fuimos”.

Los acontecimientos diarios nos señalan que el mundo tiene siempre malas nuevas, sucesos negativos que se acumulan desde hace siglos y que la humanidad no puede resolverlos y, lo más desastroso: los países del primer mundo los viven como todos, en distintos grados e intensidades.

Los avances rutilantes de la ciencia más bien han acentuado señales distópicas, como el hecho de que un microscópico virus pone en jaque al mundo y todo su aparato científico no puede vencerlo todavía y tal vez no lo haga, sin embargo, no cesa la fabricación de armas letales; la violencia y el racismo develan que estamos retrocediendo a los miedos apocalípticos de la Edad Media.

Hay un estado de crispación que se manifiesta en las conductas de las personas que ejercen la intolerancia en vez de la convivencia, a esto contribuye la manipulación de la información al servicio de corporaciones con propósitos de dominio, así las redes sociales, varios medios escritos y la televisión se han convertido en armas letales que no te matan, pero penetran tu consciencia que es otra manera de morir.

El historiador Max Nettlau dice: “Cualquiera que sea el descubrimiento, la realización de un ideal considerado utópico, se sabe que mañana será un arma más de destrucción, que será vulgarizado en el sentido comercial”.

La distopía es lo contrario de la utopía, ambas son laicas y terrenales, aunque como dice Jhon Gray, las religiones también te ofrecen paraísos utópicos, agregamos, también distópicos como el infierno y el purgatorio.

Este término empezó a usarse a finales del siglo XIX por Jhon Stuart Mill, su raíz griega dys significa “malo”, se refiere a un lugar (topos) malo, no deseable para los seres humanos. La literatura y las artes se han nutrido de este estado de crisis, así en 1860, Lord Litton publicó La raza futura, en la que prefiguraba el desarrollo solamente de la técnica, la ciencia y la corrupción, que conduciría al mundo hacia la desdicha en desmedro de los valores humanos.

Hemos pasado la pesadilla de un año distópico y extenuante, con una tropa de políticos de cuarta categoría: ¿Qué nos pasó para merecer esto?

Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.