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La última tarde con Gustavo

Con el extraordinario historiador y entrañable amigo, Gustavo Rodríguez, recién fallecido, teníamos pactado una entrevista hace tiempo para hablar sobre su experiencia de vida, su compromiso social y su oficio de historiador. Pero, el deterioro de su salud conjuró inicialmente con este propósito. Empero, el pasado viernes 16 de octubre, a media tarde, sonó mi teléfono. Era Gus preguntándome si tenía tiempo para zanjar nuestro compromiso. Obviamente, accedí a escuchar sus añoranzas y sus recuerdos del querido Keynes, como lo conocían sus amigos. Él estaba postrado en una cama de un hospital de Lima, vía Zoom, yo estaba en Cochabamba.

No fue un viernes cualquiera, fue un viernes nostálgico, inclusive una leve llovizna y un cielo atiborrado de nubes le proporcionaba a ese atardecer cochabambino una sensación de tristeza a nuestra conversa. En ese encuentro virtual, común en estos tiempos de pandemia, ambos, percibimos que era nuestra última charla.

Allí en el nosocomio limeño batallando con su cuerpo, Gustavo empezó a excavar sus recuerdos. Como buen historiador sabía de la necesidad de dejar una huella devenida en un testimonio de vida. Como si fuera el último aliento de Sísifo, sacaba fuerzas de flaqueza, para que sus aptitudes de escarbador del pasado sirvan, esta vez, para reencontrarse con sus propias memorias sobre su tarea intelectual. Con la lucidez de siempre, Gustavo empezó a tejer sus memorias: “Yo escogí Bolivia, pude irme cuando estudiaba en la FLACSO-Ecuador a una universidad canadiense, pero decidí retornar”.

Se adentró a desentrañar su pasado, a pesar de haber estudiado economía, en los años 70, se inclinó por la historia, su tesis de licenciatura fue sobre la formación del capitalismo en Bolivia. Fue su primer desafío académico: desprenderse de la mirada marxista ortodoxa en boga. Dijo “aquí no se replicaba las palabras de Marx: las ovejas se comen a las personas” ya que “el capitalismo no necesitaba confrontarse con las estructuras precapitalistas”. Sergio Almaraz ya intuía cuando decía: “estos señores cabalgaban en dos caballos: la burguesía y los terratenientes”. Y en su tesis de maestría, asesorado por René Zavaleta, Gus describió el modelo capitalista que el Movimiento Nacionalista Revolucionario empujaba posrevolución del 52’. Se preocupó, luego, por la historia regional.  

Quizás, el legado más imprescindible fue su forma de concebir el pasado: “Para mí la historia no era una anécdota, sino un compromiso con el pasado, para ver el presente y en ese pasado para ver a los más pobres. Estudiar sus potencialidades de resistencias. Cómo fueron construidos, pero, a la vez, cómo ellos reconstruyeron sus vidas frente a la avalancha del mercado, el capitalismo, la competencia, la blanquitud y el mestizaje”, decía.

La opción por los oprimidos en su tarea historiográfica le llevaría a estudiar a mineros, a obreros, a la plebe cochabambina, a los jóvenes guerrilleros de su generación que apostaron por la utopía socialista, o, últimamente, por la resistencia indígena, los yuracarés, por ejemplo. Gustavo se animó a dar ese “giro político” para mirar al pasado desde las exigencias, las luchas y las contradicciones del presente. Como ese ángel de la historia aludido por Wálter Benjamín que exigía a los historiadores ver la rueda del tiempo para redimir a los oprimidos que siempre fueron parte de la misma tragedia, pero, con un potencial para resistir. Quizás, con ese espíritu benjaniano, Gustavo me dejó una frase que llevaré por siempre en mi ajayu: “Somos militantes del pasado para intervenir en el presente”.

Yuri Tórrez es sociólogo.