Notas para la Memoria y la Justicia
Llegaron casi de madrugada, eran más de una decena de policías armados, fiscales y otras personas no identificadas. Irrumpieron en todas las habitaciones, en la cocina y hasta en los baños. Buscaban debajo de las camas, en el interior de los roperos y en cada gaveta de la biblioteca. En la requisa se llevaron consigo libros, películas y documentales, cuadros y discos de música, si alguien preguntaba por qué, la respuesta era “por sediciosos”. Esas eran sus pruebas del delito. Ese día también desaparecieron otros objetos de valor, dicen que en los allanamientos de entonces fue usual que roben objetos de las viviendas. Cualquiera pensaría que está leyendo un relato de tiempos de Hitler en la Alemania nazi; o quizás uno de la dictadura de Videla o Pinochet. Y no, todo eso que el esfuerzo por la memoria nos hizo pensar que nunca más sucedería, sucedió en Bolivia tras el golpe de Estado de 2019. Ese allanamiento, político, terrorista y aleccionador fue en la casa de mis padres, buscando tomar presos sin más razón que el odio y la venganza.
En 1986 el profesor Fernando Volio Jiménez, costarricense, quien fuera Relator Especial de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas para Chile, durante la dictadura de Pinochet, consideró los allanamientos como una de las peores formas de represión. Justamente este tipo de prácticas pestilentes son de las que más le gusta al fascismo. De hecho, los informes de Derechos Humanos de Chile en los años 80 no distan de mucho de los que se produjeron durante el Gobierno de Áñez. La International Human Rigth Clinic, apéndice de la Escuela de Leyes de Harvard, ha titulado su informe con una frase icónica y cruda: Nos dispararon como animales. En este documento se reúne una serie de testimonios que fueron recopilados por los investigadores, aún durante el gobierno de facto y hoy constituye una de las fuentes más importantes para la reconstrucción de los hechos y para la historia.
Si hubo algo que el Gobierno de facto no perdonaría era justamente que el proyecto popular sea de todas y de todos, del campo y de la ciudad, desde Senkata hasta Sopocachi. Fueron días muy duros. Cada día se despertaba con varios detenidos en todo el país, pasaban las horas y se desconocían los paraderos de la gente que había sido vista por última vez siendo tomada presa, sin órdenes judiciales, incluso por civiles. Hoy se sabe que muchos de esos “civiles” fueron paramilitares. No faltaron delatores que no dudaron en declarar absurdos — a cambio de quién sabe qué — y en colaborar con la persecución política; así fue como Orestes Sotomayor y Alejandra Salinas terminaron presos injustamente. Otros, por supuesto, inquebrantables, rechazaron ofrecimientos de Ministros, Viceministros y otros enviados especiales del Gobierno, que pretendían lograr acusaciones que les permitieran fortalecer sus teorías, mismas que iban siendo publicitadas sin ningún tipo de reparo por varios medios de comunicación. Por mencionar un par de ejemplos, así pasó en el caso de Patricia Hermosa, exjefa de gabinete presidencial y con Álex Ferrier, exgobernador del Beni, ambos encarcelados por el régimen.
A Carlos de La Rocha, médico de formación, el Gobierno de Áñez lo acusó de seis delitos, ninguno de ellos probado hasta hoy, por el solo hecho de ser parte de los movimientos de solidaridad con Cuba. Queda claro que una ruptura del orden constitucional como la que se vivió en Bolivia no solo tuvo objetivos para el interior de las fronteras del país, con ésta y otro tipo de acciones como la expulsión de las brigadas médicas cubanas — en plena pandemia— el conservadurismo develó su agenda geopolítica para Latinoamérica y para el Mundo.
Las apuestas para la reconfiguración política son muy altas. Ante los ojos de este tiempo se presenta la caída de la retórica neoliberal, en medio de una pandemia descontrolada y de olas de represión y muerte por parte de quienes defienden que los Gobiernos sigan siendo de pocos. Murieron millones en el mundo por COVID-19 sin que el andamiaje de las instituciones internacionales pueda hacer algo, sin que la venerada mano invisible del mercado resuelva algo. En Bolivia, además, murieron decenas con balas policiales, militares y paramilitares porque el poder tenía que demostrar que estaba dispuesto a pagar cualquier costo a fin de demostrar que ni las urnas ni las movilizaciones sociales frenarían su avanzada. Apostaron todo sin ningún tipo de límites, ni siquiera el de la muerte; pero la gente de abajo también apostó todo, a pesar del dolor, del duelo, de las familias separadas por la persecución política y del hambre característica de un Gobierno de pocos.
En Bolivia ha triunfado la gente y esa victoria es inapelable porque cuajó en las urnas. Hay por delante el enorme reto de la reconstrucción de la estabilidad política y económica. Ha triunfado la gente porque el Estado ha asumido la demanda por la Memoria y la Justicia. No falta mucho para que ya no se tengan presos políticos, saldo de un año oscuro en la historia del país. La victoria es inapelable mas no es perpetua y justamente por eso es fundamental la Memoria, la investigación, la verdad y la justicia.