La guerra de Trump II
Todos sabíamos que Trump reaccionaría mal ante una derrota. Pero su negativa a admitirla, la destructividad de su berrinche y la disposición de casi todo el Partido Republicano a consentirlo han sobrepasado hasta las expectativas de los pesimistas.
Aun así, es muy poco probable que Trump logre cambiar los resultados de las elecciones. Sin embargo, está haciendo todo lo que puede para arruinar a Estados Unidos antes de irse, en lo poco y en lo mucho. Entre otras cosas, sus funcionarios ya están tratando de sabotear la economía, preparando el escenario para una posible crisis financiera durante el mandato de Joe Biden.
Para los que no están enterados, el anuncio repentino de Steven Mnuchin, el secretario del Tesoro, de que pondrá fin al apoyo para varios programas de préstamo creados en marzo quizá no parezca un gran problema. Después de todo, los mercados financieros no están en crisis. De hecho, en un desafío a la predicción de Trump de que “sus planes de ahorro 401(k) se irán al diablo” si perdía, las acciones han aumentado desde la victoria de Biden. Además, buena parte del dinero asignado a esos programas, de hecho, nunca se usó. Entonces, ¿cuál es el problema?
Pues bien, la Reserva Federal, que administra esos programas, se ha opuesto enérgicamente, con justa razón. Verán, la Reserva Federal sabe mucho sobre crisis financieras y lo que se necesita para detenerlas, y Mnuchin está privando a la nación de herramientas que podrían ser fundamentales en los meses o años por venir.
En los viejos tiempos, lo que llamamos crisis financiera por lo general se denominaba “pánico”, como el Pánico de 1907, el acontecimiento que condujo a la creación de la Reserva Federal. Las causas de los pánicos varían mucho; algunos no tienen una causa visible. En todos hay una pérdida de confianza que congela el flujo de dinero en la economía, a menudo con efectos catastróficos para el crecimiento y los empleos. Los pánicos no necesariamente reflejan la psicología popular, aunque algunas veces ésta tiene que ver. Con mayor frecuencia hablamos de profecías autocumplidas, en las que las acciones individualmente racionales producen un resultado colectivo desastroso.
Ahí es donde entran las agencias como la Reserva Federal. Sabemos desde el siglo XIX que tales agencias pueden y deben prestar dinero a los actores que lo necesitan con urgencia durante el pánico financiero, a fin de detener la espiral de la muerte. ¿Cuántos préstamos se necesitan para frenar un pánico? A menudo, no son tantos. De hecho, muchas veces los pánicos terminan con la sola promesa de que se proveerá el efectivo de ser necesario, sin la necesidad de firmar los cheques en realidad.
Tal vez la nueva ola de coronavirus no provoque una segunda crisis financiera; después de todo, ahora sabemos que una vacuna está en camino. No obstante, el riesgo de que haya una crisis no ha desaparecido y es una tontería privarnos de las herramientas que podríamos necesitar para luchar contra esa crisis. La afirmación de Mnuchin de que el dinero ya no es necesario no tiene sentido, y no está claro si su sucesor podrá revertir con facilidad sus acciones. Dado todo lo demás que está sucediendo, es difícil ver la decisión de Mnuchin como algo más que un acto de vandalismo, un intento de aumentar las probabilidades de un desastre con el sucesor de Trump.
El asunto es que, hasta esta última jugada, parecía que Mnuchin podría ser uno de los pocos funcionarios que se las ingenió para acabar su servicio al mando de Trump sin destruir su reputación por completo. Bueno, olvídense de eso: ya forma parte de las filas de los leales a Trump decididos a destrozar al país antes de irse.
*es Premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times.