El Diego: cuatro silencios
Silencio uno: cada vez que Maradona agarraba la pelota en San Mamés, la hinchada del Athletic Club guardaba un extraño silencio, muy parecido al que se produce en el circo segundos antes de un triple mortal sin red
Dice Charly García que lo importante en una pieza musical no son las notas sino las pausas entre ellas. No hay música sin silencios. La vida del Diego fue un permanente cántico de barra interrumpido por silencios abismales.
Silencio uno: cada vez que Maradona agarraba la pelota en San Mamés, la hinchada del Athletic Club guardaba un extraño silencio, muy parecido al que se produce en el circo segundos antes de un triple mortal sin red. El bullicio propio de la vieja “Catedral” se transformaba en una ausencia de ruido expectante ante cualquier posibilidad de milagro. Esa tarde de septiembre de 1983, lo único que escuché desde el fondo norte fue el tobillo partido del Diego tras una durísima entrada de “Goiko”. Después se calló la tribuna bajo un espeso manto de nada.
Silencio dos: volví a ver a Maradona cuando regresó a Bilbao nueve años después, en octubre de 1992, para debutar con el Sevilla de Bilardo tras su paso como nuevo dios por Nápoles. Con la camiseta blanca impoluta, 32 años y sobrepeso, el Diego alabó al estadio donde había sufrido su peor lesión: “San Mamés es precioso, divino”. Horas antes del “match”, tomó un café en el hotel de concentración con Andoni Goikoetxea, su “verdugo”. El silencio volvió cuando agarró una pelota para ejecutar una falta al borde del área que acabó en gol. El primer abrazo que recibió fue de un “cholo”, el Simeone.
Silencio tres: cuando a mediodía del pasado miércoles, la noticia de la muerte de “Maradó” nos despertó a todos, la primera sensación después del estupefacto fue una rara ausencia de palabras. La incredulidad recorría el planeta. Cuando la mala nueva comenzó a ser asimilada, los cánticos entre lágrimas y nudos en la garganta lo inundaron todo. Jamás un entierro estuvo rodeado de tanta pasión, de un sufrimiento colectivo del tamaño del cielo.
Silencio cuatro: el cementerio privado de Bella Vista está custodiado por la policía. A lo lejos se va apagando la última barra emocionada. La vida del Diego, el futbolista más grande, se ha callado para siempre. Fue y es mito popular, símbolo de rebeldía contra los poderosos y encarnación de la magia del talento que cultivó como nadie el arte del silencio, el grito más fuerte. Ahora que duele respirar, queda la gratitud. No hay música -ni cántico ni marcha triunfal- ajena a los silencios. Gracias, compañero Diego.