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La silla y las mil flores

Ser una amplia y flexible coalición nacional de organizaciones sociales, personalidades y liderazgos que comparten algunos valores y objetivos políticos es una de las grandes fortalezas del MAS. Sin embargo, esa estructura parece tener dificultades para adaptarse a unos comicios subnacionales en los que hay mayor competencia dirigencial, intereses locales divergentes y orientaciones programáticas diversas.

A una semana de la inscripción de candidaturas para las elecciones departamentales y municipales, se apresuran las decisiones en todos los partidos y se exacerban las tensiones internas. Esto es particularmente visible en el oficialismo, habiéndose producido incluso situaciones tragicómicas como el ya famoso “sillazo” de Lauca Ñ.

Esto se habría generado, en buena medida, por el intento del líder masista de conseguir candidaturas unitarias, mientras que en las oposiciones parecería que se ha perdido desde hace ya un tiempo cualquier esperanza de buscar algún consenso o estrategia común.

En el caso del MAS, estos conflictos no necesariamente reflejan la mayor o menor satisfacción con el liderazgo de Evo Morales, sino que son un reflejo de los límites estructurales de las formas organizativas y decisionales que caracterizan a ese partido. Cuestiones que están bastante naturalizadas en su interior y con las que han aprendido a convivir.

El nodo de la cuestión está en que el MAS no es y no fue nunca un partido con una estructura clásica, sino una coalición de organizaciones sociales, personalidades, activistas y líderes locales que coinciden en algunos principios de la izquierda nacionalista y en una forma populista de hacer política. Red potente que se activa en las elecciones nacionales y que no suele tener una organización demasiado formalizada ni exigir adhesiones ideológicas rígidas.

La virtud de esa arquitectura radica en la posibilidad que ofrece a los ciudadanos de “ser masista” de muchas maneras, pudiendo coincidir colectivamente en ciertas cosas, las más trascendentales, sin necesidad de sacrificar sus puntos de vista o intereses en varias otras. Por supuesto, la contracara de esta flexibilidad es la debilidad de sus estructuras partidarias formales y cierta sobrevaloración del peso de las organizaciones corporativas en sus decisiones. Fragilidad que se expresa en dirigencias departamentales y nacionales poco efectivas, que deberían fortalecerse si se desease construir una mayor organicidad.

Los problemas se producen cuando este artefacto tiene que resolver cuestiones en las que los factores de cohesión son menos relevantes y en los que prima más bien la diversidad de intereses, ambiciones y espacios de poder que se desea ocupar. Es lo que suele pasar en las elecciones subnacionales, de ahí los conflictos internos, la aparición de listas disidentes “cuasi-masistas” en muchos municipios o la selección controvertida de candidatos poco competitivos en algunas contiendas debido al sectarismo de grupos corporativos que solo piensan en sí mismos.

Hay que aclarar que, en la gran mayoría de municipios rurales, en los que la articulación entre la organización social y el instrumento político es casi consustancial, las cosas se resuelven razonablemente, los líos más grandes suceden en espacios de mayor agregación y diversidad: gobernaciones y grandes municipalidades.

Por tanto, quizás la principal equivocación de Evo ha sido su intento, medio frustrado, de construir una cohesión artificial de sus adherentes en todos los espacios, como la que se esperaría en un partido tradicional, cuando lo mejor era “dejar que florezcan mil flores”, en palabras de Mao. Es decir, no complicarse ante la multiplicación de candidatos y corrientes, que deberían poder competir entre sí, internamente en primer lugar e incluso dejando que sean los propios votantes los que certifiquen su real representatividad si no hay acuerdo posible. Total, al día siguiente de los comicios, la mayoría de ellos se reencontrarán en el mismo bloque nacional-popular, al cual seguirán perteneciendo en la ausencia de otras alternativas.  

Armando Ortuño Yáñez es investigador social.