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2020, el año de la peste

El año que concluye, caracterizado en sus extremos por la irrupción de la pandemia del COVID-19 al comienzo y por el inicio en algunos países de la vacunación al final, será recordado seguramente como uno de los momentos críticos del cambio en los hábitos básicos del relacionamiento social cotidiano, de las formas de trabajo, de los métodos de aprendizaje y enseñanza, así como de la manera en que se llevan a cabo los espectáculos culturales y deportivos en el mundo.

El día que escribo esta columna las cifras de infectados y decesos ocasionados por el COVID-19 han alcanzado un total de 73.613.809 de personas infectadas en el mundo, y 1.638.565 decesos. En primer lugar se ubica Estados Unidos con 16.984.580 infectados y 307.543 decesos; en segundo lugar está India con 9.956.557 infectados y 144.451 decesos, y tercero Brasil con 7.040.608 infectados y 183.735 decesos. Para las comparaciones internacionales de la letalidad diferenciada de la pandemia, se debe examinar el número de decesos por cada 100.000 habitantes. En esta medición, en los tres primeros lugares del mundo se ubican Bélgica con 159 casos, Perú con 115 e Italia con 109. Entre los países latinoamericanos, Argentina registra 93 decesos por 100.000 habitantes, México 91 y Bolivia 79, ocupando el país el octavo lugar de la región latinoamericana.

Dichas cifras muestran los impactos sobre las condiciones sanitarias y de letalidad del COVID-19, pero también hay que considerar entre los damnificados a personas que han perdido sus empleos debido al cierre de empresas, a los niños que no han recibido educación, y a las familias que han retrocedido a condiciones de pobreza debido al confinamiento.

De acuerdo con el informe anual preliminar de CEPAL, en 2020 se espera la mayor contracción del PIB mundial desde 1946, como consecuencia de una caída generalizada de la actividad económica en todos los países. En tal contexto, América Latina es la región más golpeada del mundo, debido a las brechas estructurales históricas de la región y a la escasa cobertura de la protección social, que explican, entre otras cosas, las enormes dificultades de algunos países para enfrentar la actual crisis sanitaria.

El COVID-19 ha sacado a la luz la desigual calidad de los liderazgos políticos y de las instituciones del sistema de salud en todos los países, pero también ha mostrado varios aspectos de la cultura y los valores de la sociedad civil, que se traducen, entre otras cosas, en diversas maneras de incumplimiento de las prohibiciones sanitarias, en muchos casos atribuibles a la necesidad de generar ingresos para la subsistencia misma de las familias más pobres.

En Bolivia, la cuarentena impuesta para evitar la propagación del contagio ha determinado la suspensión de actividades productivas, comerciales, educativas, deportivas y culturales, algunas de las cuales han recurrido a diversas plataformas digitales que permiten reuniones a distancia. La evidencia empírica demuestra sin embargo que las innovaciones tecnológicas en la esfera de la educación a distancia y del teletrabajo requieren de sistemas de conexión digital y acondicionamientos de las viviendas, que no están disponibles para todas las personas, lo cual amplifica por supuesto las desigualdades sociales.

Con su triunfo en las elecciones del 18 de octubre, Luis Arce y David Choquehuanca tienen la responsabilidad de hacer frente a una agenda pública con las siguientes prioridades: preparar la distribución de la vacuna de una manera segura y equitativa; impulsar la recuperación económica y la creación de empleo, y emprender la reforma de la Justicia.

A diferencia de las prácticas pasadas, para encarar la crisis nacional en el nuevo contexto político se requieren algunos acuerdos y pactos, cuya adopción podría mejorar la calidad de la democracia, severamente dañada en el año de la peste.

Horst Grebe es economista.