Voces

Thursday 18 Apr 2024 | Actualizado a 02:27 AM

Las calles hablan del pasado…

/ 20 de diciembre de 2020 / 00:22

La pandemia nos devolvió muchas costumbres que habíamos archivado, una de ellas era caminar grandes trechos atravesando el centro de la ciudad. Las noches de noviembre son frescas y agradables para tal ejercicio y la poca afluencia de personas circulando nos permite sentir a la ciudad desde otra perspectiva, observar sus calles detenidamente y toda la arquitectura que devela la ocupación de estos espacios por la clase hegemónica de principios del siglo pasado, o la torrencial irrupción del cholaje y las migraciones indígenas dispuestas a copar los lugares menos apreciados, establecerse, asentar su cultura y  construir una hegemonía contestataria en permanente pulsión con una casta, cada vez más alejada de la realidad y asombrada por la “aparición” de una sociedad que —según su visión— estaba oculta entre las sombras de la historia.

 Los seres humanos somos frágiles animalitos que nos adaptamos a las circunstancias impelidos por el temor y la desconfianza, hemos erigido ciudades como fortalezas y tomamos mucha atención sobre todo a las puertas y ventanas, ambas reforzadas con armazones metálicos, mirillas para ver quién toca el timbre; como si fueran posibles delincuentes los que nos llaman del exterior. Desconfiamos de lo desconocido porque no lo comprendemos, el temor nos ciega.

Así, una noche emprendimos una larga caminata desde la plaza España, donde mora en una estatua la figura de Cervantes, hasta la otra ladera de la ciudad. 

Sopocachi, otrora barrio residencial, ahora es un hervidero de negocios incrustados en bellas edificaciones que develan el gusto decimonónico de las clases latifundistas y mineras, compelidos a parecerse a París o Londres para simular ser otros.

Se percibe que este barrio fue atendido afanosamente por los sucesivos alcaldes de la ciudad, todavía luce —felizmente— calles adoquinadas, aceras de piedra de Comanche, abundante vegetación y señalización nueva que rememora a los patricios paceños que fueron protagonistas de la Guerra Federal y promovieron el traslado de la sede de gobierno a La Paz.

Hicimos el recorrido hasta la calle Segundo Crucero, que rememora la batalla del 10 de abril de 1889, entre las tropas de Zárate Willca y José Manuel Pando contra el ejército conservador de Fernández Alonso. Momento de reconfiguración de las castas criollas que consolidó una larga noche de dominio liberal y su fortalecimiento y sedimentaron su imaginario hasta este siglo.

A medida que llegamos a las principales calles de Sopocachi, recordamos cómo la nostalgia por su viejo barrio de las tradicionales familias paceñas se manifiesta al culpar a los “cholos ricos” de su forzado desplazamiento al vender su casa o alquilarla y bajarse a la zona Sur para vivir entre “gente decente” o emigrar a Tarija o Santa Cruz, según su cacofónico reclamo.

Al recorrer El Prado, antes la Alameda, llamado así en imitación a los grandes paseos madrileños, todavía se alzan bellas edificaciones que están más allá de las fracturas étnicas y sociales que develan un Estado asimétrico y que ahora tiene su respuesta con las edificaciones de la llamada arquitectura neoandina que ya se exporta y llama la atención, pese a los comentarios peyorativos de algunos académicos apolillados.

A modo de campaña política municipal, casi sin excepción, todos los burgomaestres pulen y afinan este paseo tradicional como a la niña de sus ojos, por supuesto para que todas la vean y piensen que toda la ciudad es así. Al llegar al centro del poder y muy cerca de la plaza Murillo están las calles angostas, diseñadas durante la colonia y que estaban pensadas para el tránsito de acémilas y carromatos. Éstas, durante el día, son verdaderos infiernos por el desorden y el caos, precisamente, frente al Departamento de Tránsito. A altas horas de la noche se percibe cómo la vieja ciudad murió en manos de la codicia por los espacios abigarrados, traducidos en intrincados edificios aprovechados al milímetro.

La Paz-Chukiyawu marca es una ciudad de constantes pulsiones entre dos modos de imaginarse la ciudad, traducido en un combate silencioso por ocupar sus pliegues y espacios que todavía están en disputa con mafias organizadas coludidas con autoridades. Se supone que todos somos iguales ante la ley, por lo tanto el mejoramiento de los barrios de la ciudad debe tener los mismos derechos de atención.

Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.

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Complicidad ciudadana

/ 13 de febrero de 2022 / 00:18

Una sociedad maltratada pierde el interés por resolver los problemas cotidianos que la aquejan. Le ataca la anomia en la que cae ante el muro infranqueable y gris de la burocracia estatal. El Estado es un monstruo que devora a los más vulnerables.

Desde la colonia y durante la república, una casta impermeable heredó la burocracia estatal a través de los tiempos, convertidos en ratones que conocen los vericuetos y las mil triquiñuelas para escalar en diferentes gobiernos y aprovecharse del Estado. Desde la promulgación de la nueva Constitución del Estado Plurinacional nada ha cambiado, reciclados y convertidos, siguen incrustados en el aparato burocrático porque son “necesarios” y los novatos aprenden fácilmente todas las artimañas que se repiten desde el pasado. Estas castas todavía respiran y muestran gran vitalidad impidiendo que el Estado Plurinacional termine de nacer. Es una dolencia sumatoria: a la revolución democrática y cultural le falta la revolución moral.

El fracaso del ministro de Justicia, Iván Lima, para conformar un equipo e iniciar una reforma judicial era previsible: el problema involucra a toda la sociedad, vale decir a la universidad y su currículo de deontología, a la Policía, a las FFAA, a los colegios de profesionales, a los sindicatos y movimientos sociales. Una reforma o revolución judicial es, sobre todo, una acción moral de largo aliento.

Se educa en valores en los hogares y se instruye en las escuelas e instituciones de formación profesional. Según Gevaert, valor es todo lo que permite dar un significado a la existencia humana, todo lo que permite ser verdaderamente humano.

Si una ciudadanía da por normal que le engañen y abusen es también —por omisión— cómplice del estado de cosas en el aparato judicial del Estado; es decir, que su derecho conculcado no le permite ser humano plenamente y si lo omite es que está desvalorizado.

Los grupos sociales apoltronados por la televisión y las redes sociales terminan asumiendo la sumisión o la rebeldía cibernética sin exponerse y lanzando chismes o alguna vez un dato verificable. Así, tienden a antropomorfizar a los poderes estatales e invisibilizar a los responsables que se pierden en grafitis como estos: “El Estado nos mata”. “La Policía y las FFAA son corruptas”. “Vamos a seguir pintando (los monumentos) hasta que cesen de matarnos”. Han perdido la noción básica de que estas construcciones sociales de los poderes estales son creaciones humanas, no entes de razón, son entidades jurídicas sujetas a normas y leyes que nadie acata, empezando por sus propios miembros. En nuestro Estado y en otros con instituciones enfermas, es corriente que soldados de las FFAA, ordenados por jefes superiores de carne y hueso, masacren a ciudadanos indefensos, destruyan el orden constitucional junto con los policías coludidos con políticos civiles que buscan lo mismo: proteger sus intereses.

En las prácticas rutinarias de muchos ciudadanos se devela ausencia de cultura ciudadana, por ejemplo: muchos conductores no respetan las leyes de tránsito y los policías tampoco; así, al lado de la Cancillería del Estado, dónde está situado el grupo policial UMOPAR (Unidad móvil de patrullaje rápido), existe un letrero que ordena: “Prohibido Estacionar” y todos los oficiales de esa unidad lo hacen. Si los encargados de mantener las disposiciones de tránsito las infringen, entonces no existe límite para las anomalías que son admitidas y reproducidas por la ciudadanía. Estos sucesos se adosan a la vida habitual y la frecuencia en los medios de comunicación las convierten en algo digerible, por eso no es raro que abogados que ocupan altos cargos en la judicatura hagan lo mismo que un policía volteador de droga o sea chantajista de los delincuentes. Es una cadena humana, con nombres y apellidos que se reproduce porque los poderes estatales están plagados de ellos.

El Poder Judicial está contaminado desde sus notarías de Fe Pública, institución que legitima los tratos y convenios entre los ciudadanos, como representantes privados del Estado elegidos por cinco años. Como en todos los aparatos burocráticos, existen servidores atrabiliarios que sonsacan dinero a ciudadanos del área rural, no acatan sus aranceles ni emiten factura. Denunciar actos de abuso, con nombres y apellidos y la institución a la que pertenecen, es un diagnóstico y una contribución de la ciudadanía para impulsar la reforma judicial.

Edgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.

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Recuento de daños

/ 2 de enero de 2022 / 01:07

No existe un solo calendario en el mundo, hay varios que desplazan el comienzo del año a otras fechas, pero desde la instauración del calendario gregoriano, en muchas partes del mundo occidentalizado se inaugura el 1 de enero. Un año dura 365 días, en los cuales la vida de los habitantes se ocupa —la mayor parte del tiempo— en conseguir dinero para mantenerse vivo en las ciudades que engullen sueños, deseos y proyectos. Pocos son los que acometen un plan y les sale como pensaban. Estos, la mayoría de las veces, con ayuda de la corrupción y con los valores morales archivados en un rincón. Bolivia sigue figurando entre los países más corruptos de la región y todo parece indicar que seguiremos en los primeros lugares del ranking.

La peligrosa desilusión que repta sigilosamente en las conciencias de las clases populares que votan en cada ejercicio democrático para elegir a sus representantes, es cada vez más alta. Uno de nuestros ejercicios semanales es recorrer los mercados, trasladarnos en transporte público y conversar para enterarnos de cómo piensan y actúan aquellas mayorías que no leen prensa escrita, pero ven noticiosos de televisión, radio, redes sociales y acuden luego a corroborar en los periódicos sobre algo dudoso. Para las amas de casa el mejor noticiero son los mercados, desde chismes calientes sobre la vida amorosa clandestina de los políticos, hasta los relatos más horrorosos de feminicidios e infanticidios, además de las consabidas operaciones de los políticos en actos de corrupción sin límites, son el alimento comunicacional que nutre la vida comunitaria de los qha’tus en los que caseritas y clientela esgrimen sabrosamente los comentarios.

La confrontación MAS versus el resto de las fuerzas conservadoras no les afecta mucho, ruegan que la estabilidad económica no tenga fluctuaciones fuertes y no les permita acceder a préstamos y a jugar el pasanaku sin la presencia del Estado. Les divierte las peleas de los parlamentarios y abominan cómo un gobernador aullador y un proctólogo chillón ajaron la wiphala en Santa Cruz, develando que tenemos un Estado dentro otro Estado, manejado por un grupo de familias y comparsas desde hace mucho tiempo sin que las clases populares reaccionen ante el asalto frente a sus narices a las arcas departamentales.

Senkata, Sacaba, Huayllani, les llena de tristeza y no pueden asimilar que una mujer que es madre diera la orden para la matanza y dejara viudas, huérfanos y discapacitados. Alguna de ellas es pariente de un masacrado y llora por sus sobrinos que quedaron desamparados.

Sobre la Ley 1386 aseguran que “…el Luchito (el presidente) no informo bien, no le acompañaron sus ministros… tal vez si hubieran explicado bien otra sería la situación”.

No confían en la Policía Nacional, les inspira temor, pero aseguran que “con unos billetitos todo se arregla, es mejor arreglar con el ladrón porque así te sale más barato”, arguyen, y se tapan su risa. Saben al detalle, las tropelías delincuenciales del general Iván Rojas y se sorprenden de cómo nunca lo atraparon y permitieron que escape con su enorme fortuna, fruto del dolo y el chantaje. Tampoco las FFAA gozan de prestigio, un capitán resultó ser un avezado asaltante que, a punta de arma reglamentaria, sembraba el terror en los negocios de Cochabamba, o el accidente de carretera, protagonizado por dos generales en estado de ebriedad no ayudan, precisamente, a restaurar su imagen que se desportilló otra vez en las masacres de 2019.

Concluyen que la pandemia nos cambió la vida a todos, que nuestro país necesita una limpia porque hay mucho ke’ncha que le hace daño y que la tierra está enojada por su causa. Esta manera de entender la conflictividad social, donde el sentimiento es parte de la construcción del imaginario ignorado por la mayoría de los políticos que viven en su burbuja de vidrio barato que se rompe muy fácilmente. Antonio Damasio, el neurocientífico, elaboró un texto extraordinario sobre cómo la vida y los sentimientos configuran una visión de la historia cultural y política, como una advertencia a los actores políticos para que se preocupen en prepararse antes de asumir representaciones sociales y no causar más daño y evitar baños de sangre que generan violencia y dolor.

Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.

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Entre pitos, pitas y Diógenes

/ 19 de diciembre de 2021 / 01:23

Los recurrentes escándalos de corrupción han develado, otra vez, que los grupos de poder encaramados en las instituciones estatales devienen de viejas trenzas familiares, encarnados en políticos aventureros y sin escrúpulos. Monstruo de mil cabezas que se reproduce tanto en etapas democráticas como dictatoriales, sobre todo cuando la economía tiene signos favorables de crecimiento.

La costumbre ilegítima de fabricar ítems fantasma es una vieja práctica para favorecer a personas y familiares vinculados al grupo de poder. Así, a nombre de legitimidad democrática, estas catervas delincuenciales manejan los dineros del Estado como si les perteneciera. Alcaldías, gobernaciones y otras reparticiones, con débiles cadenas de control, también sucumben a esta maña; no se salvan las FFAA y ni la Policía nacional.

Hemos llegado a tal extremo de vileza moral que los implicados en el escándalo de los robos del dinero del Estado boliviano vociferan autocalificándose de honestos y acusan a los acusadores de cinismo. Usan las palabras como garrotes, en un auténtico carnaval de acepciones arbitrarias que inducen, peligrosamente, a deslegitimar la práctica democrática cuando la población verifica que los representantes que fueron elegidos con nuestros votos no son más que individuos corruptos, irresponsables y zafios. Los hay en ambos bandos y son pocos los asambleístas que ponen freno a su locuacidad y reflexionan antes que se les presente una caída del azúcar, tal como se excusó un diputado de la oposición que no supo responder una pregunta sobre una ley, pero rugía contra ella soplando a la vez un pito, razón por la que se ganó el mote de diputado zucaritas. Otro de sus colegas se presentó ebrio y se acostó con los pantalones mojados en pleno recinto camaral.

Estos individuos se olvidaron que la sociedad boliviana les paga un buen sueldo para que fiscalicen celosamente las acciones del oficialismo y, sobre todo, aporten con ideas y programas alternativos o complementarios al desarrollo integral de los bolivianos y no para escudarse usando la palabra cinismo para desvincularse del “monumental fraude”, como gusta repetir a su jefe cuando se le acaban los argumentos contra el oficialismo. Fue gracias a las disputas judiciales por dinero y bienes de una pareja divorciada que se develaron estos actos de corrupción, mientras las secretarías anticorrupción jugaban en sus computadoras solitario y delatando su sospechosa inoperancia de fiscalización temprana.

Diógenes (c.a 413-327), discípulo de Antístenes, el fundador de esta escuela filosófica cínica, debe estar sorprendido cuando esta comparsa de bribones usa la palabra cinismo para escudarse y atacar a sus oponentes. En el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española se define esta como sigue: “Desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables. 2. Obscenidad descarada. 3. Doctrina de los cínicos, que expresan su desprecio hacia las convenciones sociales y a las normas y valores morales”.

Francovich, el filósofo boliviano, escribió un ensayo titulado El Cinismo (1963), en cuyo texto destaca el cinismo de los políticos: “La política es uno de los campos más propicios para la infección cínica. La política es el arte de aprovechar los beneficios emergentes de la vida en común. Pero en la comunidad, en la sociedad políticamente organizada, actúan todos los elementos humanos, tratando de imponer sus hegemonías”. Más adelante hace una digresión: “(…) De cualquier modo, el cínico político no solo cree que hay que emplear todos los medios, por muy viles que sean, para conseguir sus objetivos, sino que a su juicio solo esos medios son eficaces. El cinismo político parte del principio de que el hombre es sórdido, cobarde, rutinario y que no se mueve sino cuando actúa sobre sus vísceras, y trata de sacar de ello todo el provecho posible. Maquiavelo es considerado, y efectivamente lo es, el teórico por excelencia del cinismo político”.

La tradición conservadora, originada en la Colonia, tuvo a su mejor expresión oportunista en Casimiro Olañeta, que intentaba justificar su deslealtad y transfugio con esta frase. “No soy yo quien cambia, sino los gobiernos”.

Así, entre pitas, pitos y oportunistas, el ejercicio democrático y político se devalúa. La habilitación a individuos carentes de formación ideológica y ética, pero con alta preparación criminal, abre las puertas a la corrupción y a la indefensión de la sociedad.

Edgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.

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Wist’u Estado

/ 21 de noviembre de 2021 / 00:48

Torcido, chueco, significa esta palabra en aymara y quechua, es parte del vocabulario cotidiano que postula varias significaciones, más bien con un aire de benevolencia y empatía. De tal manera que hicimos un símil para advertir que la mayoría de los Estados de Abya Yala sufrimos esta torcedura que nos cuesta enderezar.

Ante la avalancha de solemnidad y pesimismo sobre la pérdida de horizonte del Estado boliviano, nos planteamos con nuestro compadre Teo las flaquezas y potencialidades de nuestras sociedades que nos conducen siempre hacia la confrontación y nos acercan a esa frase manida de: ¡Hasta las últimas consecuencias! Estas consecuencias vienen acompañadas de odio, violencia y sangre; siempre son los mismos los que mueren masacrados, y sus ejecutores protegidos por oscuras fuerzas que manejan los hilos del poder heredado desde la Colonia, reproducido y perfeccionado en la República. Ahora buscan erosionar el Estado Plurinacional porque un indio que llegó a la presidencia tuvo la herética idea de perturbar la jerarquía de clases canonizada desde la conquista para incorporar a un grupo invisibilizado y despreciado por la historia oficial: la indiada. Así, desde el tortuoso alumbramiento de la República, como aconteció con otras regiones, nuestros Estados con fuertes componentes de naciones originarias nunca resolvieron tempranamente la fractura subyacente que aflora y resalta en cada intento de ordenamiento institucional.

Las fuerzas oligárquicas escogen territorios ricos en recursos naturales, sin asentamientos indígenas masivos y poca presencia del Estado para instalar sus centros de poder, así en Ecuador es Guayaquil, en Perú es Lima, costeños versus serranos.

En Bolivia, la mayor concentración de la riqueza está en Santa Cruz, le siguen de lejos La Paz y el resto de los departamentos. Ahora el centro de la oposición está desplazada a esa región porque allí están asentadas las principales industrias que manejan una parte importante de la economía y los principales medios de comunicación, como sucede en enclaves territoriales en Ecuador y Perú. La migración de estas riquezas fue constante a partir de la dictadura de Banzer (1971-1978) que promovió, con el Banco Agrícola, préstamos blandos y que luego de su quiebra (el precio del estaño estaba a $us 8 la libra fina) tuvimos que pagar créditos que nunca fueron honrados. Los grupos de poder serbio-croatas, sirio-libaneses y las logias locales sin indios consideran Santa Cruz su territorio; empero, hay intereses que no están definidos claramente y estas discrepancias generan roces entre ganaderos que exportan a China y se pasan por el forro las normativas estatales, a costa de Beni, que tiene tres millones de cabezas y menos de 400.000 habitantes; este departamento permanece postrado por estos grupos que le impiden desarrollar sus potencialidades.

Mientras en el occidente, muchos cooperativistas mineros cambiaron de clase al hacer una finta al ordenamiento jurídico y alquilar sus concesiones a empresas extranjeras que exportan y contrabandean oro. Estos disfrazan su estratagema, apropiándose del discurso medioambiental con el propósito de ubicar y posibilitar la concesión de áreas fiscales para la explotación aurífera y escabullirse del control estatal.

Para ambos grupos, su horizonte, aparte del encumbramiento económico, es comprarse propiedades en Miami o Europa como requisito sine qua non de ascenso social.

Estas asimetrías se tornan escandalosas a la hora de confrontar el trato discriminatorio y aberrante, sobre todo cuando se trata de hacer analogías entre los diferentes estratos sociales que dependen del erario nacional; así los militares se jubilan con el 100% de su sueldo, mientras un maestro no llega ni al 40%. ¿El trabajo de los militares es mucho más importante que la instrucción y la educación? ¿Por qué? Es muy simple, desde la República se amamantó a una casta con el propósito de cuidar los intereses de esa clase hegemónica, son los guardianes de las jerarquías canonizadas y hay que mantenerlos contentos para que todo siga igual. Cuando algún militar “traiciona su misión” es eliminado.

Estos son apenas algunos rasgos de la complejidad del tejido social boliviano que originan las recurrentes convulsiones por acumulación de frustraciones sociales, económicas y culturales. Enderezar estas anomalías que arrastramos casi dos siglos tendrá un precio muy doloroso si no apelamos a nuestra creatividad, inteligencia y desterramos la codicia, principal cáncer que destruye la convivencia humana.

Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.

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Las vacas comunistas

/ 7 de noviembre de 2021 / 00:50

Mi compadre Teo considera que es oportuno hacer digresiones sobre este tema de la ecología, las vacas y el comunismo, tema que lo vinimos postergando hace varios meses: —Es el momento—, reclama.

Hace muchos años compré un libro de casi tres kilos que titula La ciencia de la vida (1958), cuyos autores Julián Huxley, HG. Wells y GP Wells defienden la posición evolucionista ante el creacionismo religioso. Es un texto que estudia prolijamente cada aspecto de la vida, ilustrado con fotografías en blanco y negro y dibujos a la tinta, que describen desde la amiba hasta el ser más complejo que habita la tierra: el hombre depredador, su relación con la naturaleza y las vacas.

Teo y yo no consumimos carne de res hace más de una década, así que cuando anunciaron que ésta subiría de precio no nos afectaba; pero sí a la mayoría de la población que todavía considera como un artículo de primera necesidad la ingesta de carne vacuna. Para mi compadre esta costumbre arraigada en el comportamiento de la mayoría de los seres humanos, dará la razón a Marx y el comunismo llegará por el peso de la necesidad de precautelar la vida como “razón de Estado”. Tal aseveración me llamó la atención, toda vez que mi compadre — un ser humano singular y que se ha entusiasmado con un texto de Foucault sobre el nacimiento de la biopolítica— asevera que esto puede ser posible sin la necesidad de partidos políticos e insurrecciones sangrientas; supone que los marxistas ortodoxos deben estimular el consumo de carne vacuna desde el desayuno, si fuera posible, de esa manera la destrucción de la naturaleza y el planeta obligaría a cambiar de una sociedad de consumo a otra de sociedad de cooperación colectiva para no morir.

Sabemos que cada vaca requiere de 1,5 a 1,8 hectáreas para desarrollarse y que los predios tecnificados pueden albergar de tres a cuatro vacas. A nivel mundial, el ganado es responsable de emitir cada año el metano, equivalente a 3,1 gigatoneladas de dióxido de carbono a la atmósfera. Según datos de universidades especializadas en el tema, durante los últimos 50 años suman en promedio unos 25 millones de rumiantes domésticos más sobre la tierra, lo cual supone mayor presión al fenómeno del calentamiento global. Es decir que no solamente el consumo de combustibles fósiles es el causante del incremento del dióxido de carbono (CO2) y la reducción de éste no será suficiente para revertir el calentamiento global. Mi compadre Teo vive con un pie en la ciudad y con el otro en el área rural, donde siembra papa, cebada y tiene dos vacas (Florencia y Raquel), y está alarmado porque este año las lluvias se adelantaron y perturbaron el calendario agrícola; para algunas regiones es bueno porque adelantarán la cosecha, en otros casos, se perderán.

Un reporte de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) estima que al menos el 25% del calentamiento global en la actualidad es impulsado por el metano generado por acciones humanas, entre ellas, la crianza de ganado y la agricultura extensiva y de monocultivo. Para eso, los agroindustriales requieren tierra y en Bolivia, desde principios del siglo XX, territorios enormes, sobre todo en el oriente, fueron avasallados a punta de bala, expulsando a los indígenas a lugares inhóspitos y sectores improductivos o simplemente, eliminándolos.

Los rumiantes son herbívoros salvajes y domésticos que comen plantas y las digieren (en la actualidad ya no ocurre eso, ahora se alimentan de maíz y soya transgénicos), y lo hacen a través del proceso de fermentación en un estómago de cuatro cámaras. El metano se produce como un subproducto de procesos digestivos que tiene lugar en la primera cámara.

Para Teo, los pollos y los chanchitos, como son monogástricos, es decir que tienen estómagos de una sola cámara, no son contaminantes, no requieren de tanto espacio para su desarrollo; por tanto, son medioambientalistas y retardarán las predicciones de Marx.

La reunión contra el cambio climático en Glasgow concluyó con un gran documento lírico, como siempre, por eso las grandes corporaciones capitalistas las fomentan cada cierto tiempo porque saben que, finalmente, ellos tienen el control y no pasará nada. Tal vez las vacas hagan algo antes de la catástrofe.

Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo.

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