Un cambio en la marcha
Un país roto, así titulaba mi primera entrega como columnista de La Razón. En el tiempo que siguió a ella, durante este 2020, cada entrega fue construyendo una resistencia en palabras y pensamiento a quienes decidieron quebrar la democracia. La vida te arrastra por caminos inimaginables, pero éstos van condicionados por tus convicciones. Lo que fue un golpe de Estado no se podía callar. Produjeron muertos, hirieron a bolivianos que solo gritaban angustiados su indignación. A otros los condujeron detenidos y los apresaron. Aún hoy inexplicablemente algunos no alcanzan el camino a la libertad. Quienes necesitaban del golpe, lo disfrazaron de una ficcional narrativa que habló de sucesión constitucional. Sucesión constitucional es una figura jurídica que no puede emparentarse con la muerte, la violencia y la represión. ¿Cómo se podía estar indiferente ante un hecho histórico que terminó siendo la puesta en marcha de una maquinaria de producir dolor en los bolivianos? Un texto de Gramsci lo explica todo: “Odio a los indiferentes. Creo que vivir es tomar partido. Quien verdaderamente vive no puede dejar de ser ciudadano ni de tomar posición. La indiferencia es abulia, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso, odio a los indiferentes. La indiferencia es el peso muerto de la historia”. El 4 de julio de 1928 Antonio Gramsci fue condenado a 20 años, cuatro meses y cinco días en prisión. El fiscal Michele Isgró, que fue quien dictó la condena, ejecutó un infame pensamiento para respaldar su sentencia: «Tenemos que impedir que este cerebro funcione durante 20 años». En esos años de ausencia de libertad, Gramsci legó al mundo sus mayores escritos.
En un tiempo de obligado paréntesis democrático (noviembre de 2019-octubre de 2020) donde los valores referenciales de libertad; participación irrestricta en la vida política; libre manifestación; interpelación a las injusticias y respeto por la dignidad por el otro iban diluyéndose, había que levantar la voz y delatar la violencia inusitada y la intención de canceladora a nuestra democracia. Claramente había que hacerlo.
Ha sido un año de escribir y decir. Hablar con la palabra. Caracterizar, analizar, categorizar, describir y reflexionar. Decir que “Defender a los pobres no te convierte en comunista”, que el poder se estaba deshumanizando, que se convertía en una fuerza miserable, que se complacía en la expulsión de aquel que es distinto. Decir que avanzábamos “Del orden necesario al autoritarismo deleznable” siendo testigos de conferencias de prensa utilizadas como advertencias represivas y de cuidado, como si las formas democráticas hubiesen sido derogadas: “Que quede claro, tengo una orden expresa de salvar vidas, no de jugar con nadie. El que venga a jugar conmigo, gobernador, alcalde, lo voy a meter preso. No estoy jugando, la Presidenta me ha dado orden de meter preso hasta al ministro que no trabaje (…). Este no es un tema de ‘por favor’, este es un tema de ‘se acata, se obedece’ y punto”, avisaba la autoridad descontrolada. Escuchar el relato oficial de pacificación fingida y solo discursiva y anteponer a ello, clara y enfáticamente la evidencia de “La NO pacificación”, donde importaba señalar que Pacificar era construir, y construir es un proceso dialogado por unir y ensamblar. Que lo social, político, cultural y étnico exigía una articulación inclusiva entre distintos —distintos ideológicos, distintos en origen— sentenciados a coexistir en espacios de tensión mínimos en un primer momento hasta evolucionar a periodos de aceptación habitual y complementación positiva.
Hoy la columna Controversias ingresa en pausa indefinida. Pensar, escribir y analizar, eso seguirá vigente hasta el fin, no podría detenerse ya. Este objetivo personal y de vida, de insistir y secundar el desarrollo de una consciencia crítica sobre nuestra realidad social y política no conseguirá interrumpirse. Hay un giro en la marcha y en el escenario desde el cual hablaré. Pero no hay un cambio en el compromiso y tampoco en la intención.
El periódico La Razón siempre tendrá mi agradecimiento por ser la muestra irrestrictica de la libertad de expresión. Ahí quedan amigos y gente hoy muy querida por mí. Dejo mi columna, pero mantengo el cariño por quienes encontré acá.
Jorge Richter es politólogo.