Icono del sitio La Razón

¿Inclusión?, ¿inclusión educativa?

Para bien de la sociedad comienza a abrirse puertas para la inclusión en todos los ámbitos y de manera específica en el sector educativo. Sin embargo, cuando la inclusión no se comprende menos se asume en su real significado y trascendencia puede convertirse en exclusión o simplemente en integración.

La inclusión parte de la concepción de ser humano. En principio, la inclusión asume la diversidad de las personas. Basta mirar a nuestros semejantes para darnos cuenta que no hay un ser humano que es igual a otro, somos diversos. Diversidad que tiene que reconocer desigualdades en el ejercicio de derechos pero de ninguna manera puede ser motivo para establecer una supuesta “normalidad” al que todos tienen que aspirar “para igualarse”. Esa concepción nos lleva a un dilema, ¿actuamos considerando al ser humano por sus limitaciones o por sus capacidades y potencialidades? En general, con la mejor intención, muchos actúan a partir de las limitaciones. “Pobrecito, malito está, hay que ayudarle…” es una expresión muy común en estos casos. Pero, ¿cómo se podrían, por ejemplo, desarrollar procesos educativos si se concibe al ser humano a partir solo de sus limitaciones y no se visibilizan sus potencialidades? La inclusión, más la inclusión en educación, parte de la diversidad, capacidad y potencialidad de todos los seres humanos, así se convierte en un derecho y no solo en una actitud de buena voluntad.

Otro aspecto a considerar podría explicarse a partir de las respuestas a las siguientes preguntas: ¿quién incluye a quién?, ¿las personas que se consideran “normales” y que en buena actitud incorporan en sus actividades a la persona que supuestamente no es “normal”? Tomemos como referencia lo que ocurre en algunas instituciones educativas. Directivos y docentes, que quede claro con la mejor intención, “incluyen” a una persona con discapacidad a la unidad educativa y afirman “ya somos inclusivos”. Mirando con detalle, admitieron la inscripción, por ejemplo, de una persona ciega, y pasa clases conjuntamente todos los estudiantes de su curso. Si es así, ¿basta inscribir y dejar que pase las clases la persona ciega? A partir de ese importante avance hay que tomar muchas más acciones para desarrollar a plenitud la educación inclusiva, entre otros, equiparar condiciones materiales (infraestructura, mobiliario, materiales educativos, etc.), además de generar igualdad de oportunidades (ajustes en los proyectos educativos, programas de estudio, metodología, evaluación, formas de comunicación, capacitación a directivos, docentes y familias, etc.) Es decir, corresponde adecuar la institución educativa a la nueva situación de diversidad. Entonces, la educación inclusiva supone cambios participativos en la educación (gestión, currículo, formación, rol y desempeño de maestros/as, y contexto) a fin de asegurar la calidad y pertinencia de los aprendizajes, no solo de las y los estudiantes con discapacidad (o de otras personas en situación de vulnerabilidad), sino de todos los estudiantes. Así la institución educativa se convierte en un centro que desarrolla aprendizajes a partir de la diversidad y para beneficio de esa diversidad en igualdad de oportunidades y con equiparación de condiciones, Nadie, como persona, puede decir “yo incluyo al otro”, eso parece expresar “yo, que me considero normal y te acojo porque eres anormal”. Cuando nos referimos a inclusión, nosotros, absolutamente todas las personas, valoramos la diversidad, reconocemos los derechos de todos y adecuamos nuestros espacios de acción a la diversidad.

Un tercer aspecto a repensar. Imaginemos a una unidad educativa que trabaja en bien de la educación inclusiva pero las familias, el entorno social y el país consideran la sociedad desde una visión monocultural y homogénea, desde la imposición de unos sobre otros grupos sociales. Si es así, por supuesto las acciones en bien de la inclusión y la educación inclusiva serán un buen testimonio pero no podrán alcanzar el impacto esperado. La inclusión y con ella, la educación inclusiva, tienen un mayor efecto en una sociedad, economía, cultura y Estado que reconoce la diversidad y actúa en consecuencia para desarrollar la equidad e igualdad social.

Inclusión social y educativa exige reconocernos y asumir acciones desde una posición ética sobre nuestra naturaleza de seres vivos, la diversidad de la humanidad y la constitución de un país y un mundo pluricultural.

Noel Aguirre Ledezma es educador popular y pedagogo. Fue ministro de Planificación del Desarrollo y viceministro de Educación Alternativa y Especial.