Un año para el olvido
Así las cosas, el sector productivo está en crisis, de manera particular el sector minero formal del país.
Para usar el término futbolero del título hay que estar realmente sobrecogidos por los resultados, y creo que todos nos sentimos sobrecogidos de espanto, estrés, desaliento y un largo etc., que puede pintar sin tapujos lo que hemos vivido cada uno de nosotros en un año atípico donde los buenos deseos con que se suele empezar cada gestión, pasaron a segundo plano para enfrentar un enemigo nuevo, desconocido y atroz. Sobrevivir la pandemia ya era un triunfo, seguir con la familia completa y con cada componente estable física y emocionalmente era para congratularse. No todos pudieron hacerlo, hubo muchísimas pérdidas a nivel global y también mercaderes del sufrimiento que lucraron y bastante; pero eso es harina de otro costal que no corresponde analizar aquí.
Con dos transiciones políticas en un año, solo se podían esperar medidas gubernamentales de coyuntura centradas en el sector salud, en mantener la capacidad mínima de sobrevivencia de los sectores menos favorecidos de la sociedad y maquillar el sector productivo que se paralizó por meses, reaccionó poco y mal y cuya estructura de reacción resultó ineficaz para operar en condiciones de alta presión. Pasado el primer sofocón de la pandemia —ya se anuncia un segundo que tendría características de mayor gravedad—, los funcionarios gubernamentales y los políticos de gestiones oficiales anteriores se dan a la tarea de acusarse mutuamente de la paupérrima situación económica del país, no solo por efecto de la pandemia sino también por la pésima administración que deviene ya de años anteriores, cuando la época de las vacas gordas había pasado. En una anterior columna (La Razón 04.09.20) detallo por qué considero a Bolivia un país de gastadores, esta cualidad llevó al país y a través de su historia a crisis existenciales cuando la plata escaseaba y a parafernalias apoteósicas cuando ocurría lo contrario; nunca pensamos más allá de la coyuntura y los políticos, con honrosas excepciones, son los magos de la improvisación y del cálculo. Así las cosas, el sector productivo está en crisis, de manera particular el sector minero formal del país, ejemplos hay muchos: El proyecto de litio, la fábrica de úrea y amoniaco, el Mutún que vende «al raleo» y a precios de gallina muerta su esmirriada producción de hierro para mantener su planilla básica pero no el avance del proyecto de acería, Amayapampa, Mallku Khota, Karachipampa, etc.; mientras tanto los políticos de turno se pelean por sobresalir en un inédito casting para acceder a candidaturas para las elecciones subnacionales; nadie debate sobre la crisis económica, peor sobre la pandemia que a esta altura de los acontecimientos ya tiene visos de descontrol, todos o casi todos bailan la fanfarria electorera, total de lo demás se ocupará en última instancia la Divina Providencia.
En estos días que deberían ser de paz a pesar de la pandemia, meditemos estas cosas, sin acudir a cifras ni a estadísticas como es la costumbre en esta columna; solo pensemos cómo el inmediatismo y la anomia resultante degradan lenta pero inexorablemente nuestros valores morales como sociedad al anteponer intereses personales y/o corporativos a los de la sociedad, como nos limita el horizonte y como llegamos a asombrarnos del poder como nos asombran los sahumerios y espejitos de colores de los gitanos; y así nacen los áulicos del poder. “El asombro es la base de la adoración”, decía Carlyle en uno de sus escritos y la adoración no tiene límites cuando de amor o de poder se trata. Solo un delgado hilo de racionalidad queda todavía para hacernos reaccionar como nación; ojala lo logremos y ojala empecemos 2021 con nuevos bríos y con energía renovada. FELICES FIESTAS.
Dionisio J. Garzón M. es ingeniero geólogo, exministro de Minería y Metalurgia.