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¿Parto humanizado en Bolivia?

/ 26 de diciembre de 2020 / 03:00

Actualmente el debate público está siendo sistemáticamente influido y modificado por las discusiones autodeterminativas. Las agendas legislativas y las políticas públicas se están discutiendo en clave feminista a escala global. Bolivia no ha sido la excepción. Sin embargo, no es posible afirmar que las posiciones progresistas estén ganando las pulsetas o al menos no la totalidad de éstas. Claramente el conservadurismo individualizante está jugando también sus mejores naipes. Un ejemplo de lo anterior es la disputa por el parto humanizado o respetado.

UNICEF define al parto respetado o humanizado como el respeto a los derechos de las madres, los niños y niñas y sus familias en el momento del nacimiento. Refiere al respeto a las particularidades de cada familia sin distinción por etnia, religión o nacionalidad, centrando su accionar en la toma de decisiones seguras e informadas. Básicamente, la diferencia trascendental con respecto de los nacimientos convencionales de la actualidad es que en el parto humanizado el protagonismo es de la madre y la o el recién nacido y debe desarrollarse de la forma más natural posible. Del otro lado, en el parto convencional actual el protagonismo pertenece al médico ginecólogo y el nacimiento es propiamente un acto medicalizado. Con esta diferencia marcada, cabe preguntarse si es posible pensar en la práctica del parto respetado en Bolivia.

A priori, la respuesta a la pregunta es que sí. El portal web miraquetemito.org ha realizado una evaluación a los Estados en materia de parto respetado. Dicho estudio asigna un 75% de garantía a Bolivia. Este porcentaje, muy elevado respecto de los otorgados a otros Estados también juzgados, responde a una serie de parámetros tales como la normativa vigente, la existencia de plataformas de denuncia y la capacitación del personal de salud.

El marco legal boliviano en esta materia recibe la puntuación máxima que asigna este estudio. Igualmente, la no existencia de barreras normativas para la práctica del parto respetado recibe excelencia en la valoración; esto refiere, por ejemplo a la no criminalización del trabajo de las parteras. En lo referido al marco operacional la calificación recibida desciende a 83% y a 67% en sistema de evaluación y denuncias. Finalmente, el parámetro verdaderamente preocupante es el de capacitación al personal de salud, pues en esta materia, la calificación es cero.

Es a posteriori donde la respuesta a la pregunta planteada anteriormente cambia. Están dadas las condiciones legales y el diseño de la política pública, pero el personal médico no está capacitado para la práctica, ergo, no la realiza.

Lamentablemente los partos en Bolivia se realizan al margen de la idea del parto humanizado. Por ejemplo, las posiciones adoptadas para dar a luz suelen ser las impuestas por el médico, en función de su comodidad y no así a la de la parturienta. O los altos índices de cesárea actuales responden a una cuestión tan irrelevante en el nacimiento como lo es la agenda de los médicos. En resumen, es muy inusual que alguien conozca a una mujer madre que haya dado a luz de forma natural.

Está dado el marco legal, la política pública está planteada y, sobre todo, el conocimiento y los saberes de las parteras bolivianas están muy vigentes. De existir voluntad política será posible pensar en la práctica de parto humanizado en Bolivia. Los sistemas de seguridad social, los servicios de salud públicos y privados y el personal médico deben darle a cualquier mujer embarazada la posibilidad de decidir cómo vivir y desarrollar su embarazo.

   Valeria Silva es analista política feminista. Twitter: @Valeqinaya

 

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Una elección de jóvenes

Bolivia dará un examen de democracia en febrero, los jóvenes deberemos estar a la altura

/ 15 de noviembre de 2015 / 04:05

El bien mayor de los países latinoamericanos en este joven siglo XXI es sin duda la democracia. Los jóvenes de hoy tenemos la dicha de habernos criado y formado en los marcos de la libertad de expresión, la movilización y la mayor fortaleza del poder de la organización comunitaria-colectiva, volcada también a la administración de la relación estatal. Aunque es fundamental decir que todas estas categorías de balance político y democrático valen cero, si no están precedidas por algo tan elemental como la noción de Patria, de amor a la casa. Es esta noción, uno de los focos más interesantes de análisis, por ejemplo, en las ya encaminadas campañas rumbo al referéndum de febrero 21.

Es el amor a Bolivia uno de los factores de mayor crecimiento en nuestra sociedad durante los últimos diez años. Seguramente lo anterior tiene relación directa con el haber dejado el anonimato en la comunidad internacional y con el hecho inédito en nuestra historia de ocupar sitiales importantes en los podios de premiación de gestión, por ejemplo económica. Vamos acumulando triunfos como gotas de agua, hilos hídricos, riachuelos, lagunas, lagos y luego mar. No parece posible plantear una propuesta de futuro a un país si no se demuestra la convicción profunda y no instrumental de sentirse, en el caso nuestro, bolivianos. Pero antes habrá que entender lo que significa ser Bolivia —para nosotros y para la otredad internacional— en términos identitarios, esto es prevalecencia de las formas comunitarias económicas y sociopolíticas hechas hoy hegemonía, no racializada pero, sin dudas, indianizada.

A este respecto, ante nuestros ojos se presentan ya en sus primeros pasos dos propuestas de país. Por un lado, una propuesta positiva, vale decir la que busca el Sí, que no pretende folklorizar la responsabilidad de administrar el Estado de todos —administración exitosa—, pero que tiene como imperativo el reconocimiento de la realidad histórica de Bolivia y el continente, vinculándola al rechazo de las fórmulas de blanquitud, en términos de Bolívar Echeverría, o de capital étnico blanco, desde Bourdieu.

Al frente está otra propuesta negativa, es decir la que quiere posicionar el No, planteando en su vocería aquella misma pretensión, hoy maquillada, de mayo de 2008 en Sucre por ejemplo, ideal en el que básicamente hay dos Bolivias. Una Bolivia blanca, rica y petulante que tiene a su servicio a la segunda Bolivia india, campesina y trabajadora. Sin embargo esta Bolivia blanca, con jefes de partidos políticos definidos, no precisa relacionarse con la segunda, pues para eso ya tiene operando a actores políticos que claramente responden a la clasificación de la Bolivia de abajo, quienes luego de sentir asco de su piel y de un proceso de desclasamiento, buscan parecerse a sus patrones, aún sabiendo que siempre para ellos serán “de segunda”.

Queda claro que la convicción por Bolivia no puede estar mediada por la fragmentación del país, ni cultural, ni económica, ni étnica. No tiene Patria aquel que pone por delante de su país —país que se muestra exitoso ante el mundo— a sus obsesionados intereses personalísimos, por acabar con un proyecto político que por primera vez le permite a Bolivia soñar con la infinidad del mar.

Es entonces el reto de las fuerzas políticas en pugnas, de los partidos que encabezan las propuestas positivas y negativas, mantener a Bolivia, primero, unida. Bolivia tendrá que enseñarle a los partidos, sobre todo a sus jóvenes militantes, quienes se han apropiado de la pugna en campaña, que como diría René, de Calle 13, “el que no quiere a su Patria, no quiere a su madre”. Sin duda, Bolivia dará un examen de democracia en febrero, para el cual los jóvenes deberemos estar a la altura de la época y no enojados con la vida, no anquilosados en el pasado.

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