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Lazzarato

Michael Löwy señalaba que el poder de la clase dominante no es solo el resultado de su fuerza económica y política, o de la distribución de la propiedad, o de la transformación del sistema productivo, sino siempre implica un triunfo histórico en el combate contra las clases subalternas. Por ello todo repunte del neofascismo, el racismo y el sexismo es percibido como una derrota escalofriante.

En 1977 Friedrich Hayek, una de las voces defensoras de la libertad, visitaba Chile y declaraba que “con Pinochet la libertad es mayor que con Allende”, es decir la dictadura puede ser necesaria para detener, si no matar, todo aquello que no se someta a la aparente libertad de mercado, la única manera de crear las condiciones para disciplinar a los gobernados que tengan la osadía de pensar en la revolución o en el socialismo. Chile pudo avanzar en un programa económico neoliberal con Pinochet porque allí, como señala Löwy, había una subjetividad devastada por el golpe militar.

Apartándose de los análisis del neoliberalismo que llevaron a cabo Foucault, Boltanski y Chiapello, el profesor italiano Maurizio Lazzarato, en un libro reciente titulado El capital odia a todo el mundo, emprende un análisis de los orígenes fascistas del neoliberalismo y la derrota de la idea de revolución que se suscita después de 1968. La derrota convirtió a los vencidos en gobernados y endeudados. En un texto anterior titulado La fábrica del hombre endeudado. Ensayo sobre la condición neoliberal, Lazzarato había empezado el análisis de la gran apuesta del neoliberalismo: endeudarnos a todos, hacernos culpables y responsables de esa deuda frente al capital, que aparece como el gran acreedor universal. El crédito termina siendo el arma más abstracta y formidable del capitalismo. Lazzarato nos recordaba el trabajo de Nietzsche, quien encontraba las cercanías etimológicas entre deuda y culpa en sus trabajos de genealogía de la moral.

Entonces, el neofascismo, el racismo y el sexismo patriarcal, para Lazzarato, solo se despliegan a partir de una serie de tecnologías y aparatos que precisan de una subjetividad derrotada. El nuevo fascista claro que hablará de libertad, de democracia, pero cuando se le reclame el uso de estas palabras —si es que después de la derrota se las puede reclamar— aclarará que se trata de otra libertad, de una otra democracia que fue negada por la masa de la población, esa masa que calificará de salvajes u hordas. El horror siempre estará disfrazado de otra cosa, y al igual que Hayek, que se desdijo del apoyo a Pinochet pero no reprochó las muertes que causó y causa el neoliberalismo, tendremos a sonrientes presentadores de noticias, diciéndonos que es una pena la muerte de tanta gente, y que tal vez se dispararon entre ellos mismos, pero que igual es una pena.

Farit Rojas T. es abogado y filósofo.