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2020 fue una broma

Marshall Berman fue un filósofo y crítico de arte estadounidense que nació y creció en uno de los barrios más pobres de aquel país, el Bronx, durante los años 70: una época de decadencia económica e impronta desarrollista que levantaba superautopistas sobre comunidades enteras, principalmente afroamericanas, convirtiéndolas en ruinas y antros de vidas miserables. Su obra más conocida, Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad, es una reflexión sobre el mundo inaugurado por el capital, donde tendencias opuestas se encuentran y unen, prometiendo y amenazando a la vez al ser humano. Es también un libro que puede servirnos para despedir este año.

Ser modernos, para Berman, es vivir bajo una perpetua vorágine de fuerzas contrapuestas que someten a las personas a un mundo siempre cambiante, donde impera la angustia y la incertidumbre. Para abordarlo, se sirve del Fausto de Goethe, quien según cuenta la leyenda, le habría vendido su alma al diablo a cambio de placeres terrenales y conocimiento infinito, construyendo a partir de ese momento una tierra donde todos son verdaderamente libres, pero donde nadie está nunca seguro, y eliminando todo lazo con el pasado premoderno y su predecible cotidianidad. Es un mundo fascinante y peligroso, que debe destruirse y recrearse perpetuamente, siempre en constante modernización.

2020 pasará a la historia como uno de los años más turbulentos en lo que va del siglo y, por ello mismo, como uno de los más modernos. Un virus, forma de vida diminuta, logró detener durante algunos meses ciudades enteras y la mismísima economía mundial; pero al detener el planeta solo aceleró sus cambios: La economía digital, que ya estaba en auge antes de la pandemia, es hoy la fuente de empleos con mayor crecimiento, e irónicamente la mayor amenaza para millones de trabajadores que podrían ser barridos del mercado laboral por esta transformación tecnológica; al mismo tiempo, la disrupción provocada por el COVID 19 dejó patente que la naturaleza no es la dócil e indefensa dueña de casa que creíamos que era, y que puede desatar plagas desconocidas si seguimos talando árboles sin pausa alguna. 

Y los cambios y las ironías no se detienen ahí. En Bolivia: quemando wiphalas, las “pititas” izaron las banderas que le dieron la victoria al MAS; Trump dejó la Casa Blanca con la reputación de su país en los suelos, después de haber prometido hacerlo grande otra vez; y al igual que en nuestro caso, la cuarentena lanzó a las calles de Perú y Colombia a miles de descontentos que prometen nuevas transformaciones y resistencias a futuro, mientras Chile, modelo conservador latinoamericano y que sí se quedó quieto por el virus y las armas, hoy se prepara para discutir una nueva Constitución.

Este mundo, envuelto en crisis económicas, políticas y climáticas es el que debemos habitar y resolver nosotros, una generación sumida en la ironía: la mejor informada, pero la más fácil de engañar, con sus fake news y sus posverdades; la más tecnológica, pero también más primitiva, con sus ojivas nucleares y sus desplazados por guerras civiles. Galeano solía decir que, si la contradicción es el pulmón de la historia, la paradoja es el espejo que utiliza para tomarnos el pelo. Apreciemos su sentido del humor.

De acuerdo al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, la ventana de oportunidad para evitar la degradación total de nuestros ecosistemas se cierra en 2030. Hasta entonces, brindo por este año que pasa, las lecciones aprendidas y las oportunidades que todavía nos quedan.

Carlos Moldiz es politólogo.