Hace poco, el presidente Donald Trump tuiteó que “el Departamento de ‘Justicia’ y el FBI no han hecho nada en relación con el fraude electoral de las elecciones presidenciales de 2020”, seguido por estas líneas más siniestras: “Nunca se rindan. Todos atentos a D.C. el 6 de enero”. La referencia inequívoca es el día en que el Congreso contará los votos del Colegio Electoral, bajo la batuta del vicepresidente Mike Pence. Trump confía en que el vicepresidente y sus aliados del Congreso van a invalidar las elecciones de noviembre, al desechar votos a favor de Joe Biden debidamente certificados.

Hasta ahora, Pence no ha dicho que haría algo así, pero las palabras del presidente son preocupantes. La semana pasada, dijo: “Vamos a seguir luchando hasta que se cuenten todos los votos legales. Vamos a ganar Georgia, vamos a salvar a Estados Unidos”, mientras una multitud gritaba: “Detengan el robo”. Y algunos republicanos no se dan por vencidos. El propio Trump ha criticado la opinión de casi todo el mundo sobre la elección, pero nunca ha atacado a Pence, lo cual sugiere que tiene esperanzas en el vicepresidente. Sin embargo, como una cuestión de constitucionalidad e historia, todo esfuerzo el 6 de enero está condenado al fracaso. Además, sería profundamente antidemocrático e inconstitucional.

Ninguna parte del texto de la Constitución ni de la Ley de Recuento Electoral otorga al vicepresidente un poder sustantivo. Tiene facultades ministeriales y ese papel circunscrito tiene sentido general: el objetivo de una elección es dejar que el pueblo decida quién lo gobernará.

En esta elección, la certificación es clara. No hay impugnaciones legales que tengan mérito alguno en los estados.

Todas las impugnaciones perdieron, de manera espectacular y, muchas veces, en los tribunales. Los estados y los electores han manifestado su voluntad. Ni el vicepresidente Pence ni los fieles seguidores del presidente Trump tienen bases válidas para impugnar algo.

Los líderes republicanos —incluidos los senadores Mitch McConnell, Roy Blunt y John Thune— reconocieron el resultado de las elecciones, a pesar de la ira del presidente. McConnell lo puso en términos claros: “El Colegio Electoral ha hablado. Así que hoy, quiero felicitar al presidente electo Joe Biden”. Pence ha guardado silencio. Ahora se encuentra en el filo de la historia al comenzar su acto de liderazgo más importante. La pregunta para el vicepresidente Pence, así como para otros miembros del Congreso, es de qué lado de la historia quieren estar.

Exhortamos a Pence a que estudie a nuestro primer presidente. Después de la Guerra de Independencia, el artista Benjamin West informó que el rey Jorge le había preguntado qué haría el general Washington ahora que Estados Unidos era independiente. West contestó que Washington dejaría el poder y volvería a la agricultura. El rey Jorge respondió con palabras en el sentido de que “si lo hace, será el hombre más grande del mundo”.

En efecto, Washington así lo hizo; cedió el mando del Ejército al Congreso y regresó a Mount Vernon donde permaneció durante años hasta que fue electo presidente. Y ocho años después volvió a renunciar al poder, aun cuando a muchos les habría gustado que se mantuviera en la presidencia de por vida. De esta manera, Washington materializó por completo la República estadounidense, porque no hay República sin la transferencia pacífica del poder.

Y ahora le toca a Pence reconocer justo eso. Como todos sus predecesores, debe contar los votos tal como se certificaron y hacer todo lo pueda para oponerse a quien pretenda hacer lo contario. No es momento de ser espectador, nuestra República está en juego.

Neal k. Katyal y John Monsky es columnistas de the new york times.