Icono del sitio La Razón

Renovación

Vértigo, es la palabra que mejor puede calificar al año que se nos va. Parecía, en algún momento, que el país no iba a poder evitar la confrontación social ni la exacerbación de la crisis múltiple. Pero, al final, las urnas y algunas capacidades políticas que teníamos por ahí escondidas nos han abierto un escenario de renovación de la gobernabilidad.

La principal tarea de la política es construir certidumbres para los ciudadanos. Marcos de estabilidad y previsibilidad que permitan a los ciudadanos planificar su economía, su vida personal y proyectarse en el futuro. Por supuesto, ese orden tiene que contar con algún grado de legitimidad y autoridad para que pueda sostenerse.

Eso era lo que estuvo en juego en este año agitado y lo que se había resquebrajado severamente desde la crisis electoral de 2019. Contexto agravado por la aparición posterior de la pandemia y de la brutal contracción económica que la acompañó.

Son momentos en que se precisa de mucha autoridad y legitimidad política para mantener el barco a flote. Cualidades que el gobierno transitorio de Áñez no pudo desarrollar y que tampoco se perfilaban en el horizonte posterior a unas elecciones que muchos consideraban que solo iban a reproducir los bloqueos y conflictos que estaban paralizando al país desde el año pasado.

Frente a ese panorama patético, me parece que evitamos lo peor. Hoy contamos con un gobierno elegido democráticamente con una mayoría suficiente que le permite desarrollar su programa y un sistema político que contiene nuevos elementos que han introducido dosis interesantes de pluralismo y complejidad en su funcionamiento.

El triunfo del MAS ha ratificado que hay ciertas orientaciones que no están agotadas y que siguen estructurando el funcionamiento de gran parte de la sociedad, dato no menor que las oposiciones deberían reflexionar. Pero, al mismo tiempo, se ha hecho evidente que no hay retorno al tiempo de la hegemonía azul: hay nuevas fuerzas en la cancha política y el propio MAS parece condenado a manejar su propia diversidad interna con mayor cuidado. No son pocos ni intrascendentes cambios.

Hay pues necesidades y sobre todo posibilidades para un aggiornamento del modelo político y socioeconómico que hemos desarrollado desde el gran quiebre de inicios de siglo. Hemos aprendido que las rupturas desordenadas y el “borrón y cuenta nueva” no solo son inviables, sino que son peligrosas para la estabilidad social, al igual que la fosilización y el conservadurismo de los que le tienen miedo a cualquier innovación o cuestionamiento del poder establecido.

Por supuesto, esta potencial renovación estará acompañada de tensiones, conflictos, incomprensiones, retrocesos y hasta sonados fracasos en algunas de sus dimensiones. También, sus alcances y desenlaces transitorios son aún incógnitas que recién se irán develando más adelante. Lo importante es que estamos ya transitando ese camino y que quizás estamos abandonando poco a poco la parte más espesa y oscura de la niebla que cayó sobre el país y todos nosotros en este extraño 2020.

   Armando Ortuño Yáñez es investigador social.