John Le Carré: novelista, diplomático y espía
Ninguna pluma como la suya para describir el fascinante mundo de la Guerra Fría, que, con tanto ímpetu, crueldad y entusiasmo, enfrentó a las dos superpotencias: los Estados Unidos y la Unión Soviética, durante más de cuatro décadas. Quienes vivimos y trabajamos en la diplomacia en esa época, nos sentíamos como émulos de George Smiley, el héroe epónimo en los relatos escritos en una veintena de obras por el británico David Cornwell, más conocido por su pseudónimo de John Le Carré. Su muerte acaecida el 12 de diciembre pasado, a sus 89 años, deja un legado copioso de anécdotas, modalidades y astucias en el entretenido universo del espionaje. No escribió sus memorias, porque la creación de sus personajes de ficción era el reflejo autobiográfico de situaciones y gentes que cruzó en su vida personal y profesional. El resto correspondía a su fértil imaginación nacida desde el momento en que su madre desapareció misteriosamente cuando él no había cumplido aún cinco años. Entonces comenzó a admirar a su padre, a quien describe como un magnifico bandido que de todas sus estafas salía siempre inmune.
Su primera juventud transcurre en Berna, donde emprende estudios de Cultura Alemana. Es allí en 1949 donde los servicios secretos británicos lo reclutan como novicio operador, para implantarlo en Oxford, donde la KGB se nutría de futuros agentes. De 1959 a 1964 se desempeña como Segundo Secretario de la embajada en Bonn, una máscara para laborar simultáneamente en el MI5, al servicio de Su Graciosa Majestad. Por coincidencia, yo también cumplía en ese tiempo idéntico rango diplomático en la misión boliviana en Londres y más tarde en 1964, ya de diputado, viajé a Berlín y crucé el famoso puente que conducía a la parte oriental de la ciudad, separada por el infame muro, para acceder al “Checkpoint Charlie” evocado en su opus magna El espía que vino del frío, publicada en 1963. Eran tiempos en que se vivía la vida de peligrosa aventura, casi cinematográfica, donde pululaban los espías, los agentes dobles y las hermosas mujeres como cebo para atrapar adversarios y sus valiosos secretos. La violencia no estaba ausente y el fin justificaba los medios empleados sin escrúpulo alguno. Por ello John Le Carré, en reflexiones posteriores dirá 50 años más tarde que sigue vigente la vieja pregunta: ¿hasta dónde somos capaces de ir en nombre de la legítima defensa de los valores occidentales? El comunismo soviético fue enterrado en 1989, pero hoy en día surgen otros enemigos para batirlos, llámense estos terroristas del islamismo radical o narcotraficantes. Y nuestro autor recorre el mundo con temas recurrentes que dan ocupación a los espías, sea en América Central con El Director nocturno (1994) o El sastre de Panamá (1997) y El canto de la misión (2007) en el África. En otro nivel, las maquinaciones de las multinacionales farmacéuticas son fustigadas en La constancia del Jardinero (2001).
Premonitoriamente, John Le Carré dijo alguna vez “Yo desearía que me recuerden como un buen narrador que vivió con las pasiones de su tiempo”. Así sea.
Carlos Antonio Carrasco es doctor en Ciencias Políticas y miembro de la Academia de Ciencias de Ultramar de Francia.