Segunda ola ¡No bajar la guardia!
Cursa la gestación de un nuevo ordenamiento mundial. La aspiración de la mayoría seguramente es que el nuevo tiempo y su orden, a priori, sean pospandemia. Tristemente, ese deseo no es realidad aún en Bolivia ni en el mundo.
Cuando corría la mitad de 2019, en medio de la agobiante pandemia, uno de los deseos más recurrentes de las familias tenía que ver con un futuro de vuelta a la normalidad. En Bolivia la angustia, además, estuvo acentuada por la incertidumbre que provocaba la pésima y corrupta gestión de la salud por parte del gobierno de facto. Las ansias por salir de ese agujero negro fueron tan fuertes como las ganas de reunirse con los seres queridos. La cotidianidad boliviana está marcada por la importancia de las familias ampliadas reunidas entorno a una olla, que fue rota por doble filo: pandemia y dictadura.
Estas dos condiciones hicieron una sumatoria de miedo en Bolivia. La pandemia, de corte global, pero con acento local dado por la corrupción en compras y contubernios —por ejemplo—, no permitía muchas opciones de ruptura del miedo. La dictadura, por su parte, condición violenta y represiva, encontró su mejor asiento en el miedo a un virus casi desconocido y, por tanto, muy temido. Ante la primera condición, más que la solidaridad y el movimiento colectivo para intentar atenuar los efectos del virus, casi nada pudo hacerse. En cambio, ante la segunda, la respuesta radicada justamente en la organización colectiva y en el instinto de supervivencia, fue el motor para recuperar la democracia; y se logró.
Con la esperanza de nuevos tiempos políticos en Bolivia sincronizados con las fiestas de fin de año, muchos tuvieron la necesidad de volver en torno a la olla. Pero no solo eso. Las fiestas decembrinas y el nuevo año convocan históricamente a mayor movimiento y no solo económico, tanto en los escenarios formales como en los informales. Bancos, mercados, terminales aéreas y terrestres —por mencionar algunos espacios— registraron movimientos usuales en estas fechas. Lo lamentable es que la sumatoria de los factores anteriormente mencionados, entre otros varios, significan hoy un alza en las cifras de contagio por COVID-19.
En el mundo la coyuntura de la segunda ola de contagios es evidente. El pasado octubre se registraron una serie de medidas en países europeos, destinadas a evitar el colapso de los centros de salud. En noviembre la BBC hablaba del importante número de contagios descontrolados en Estados Unidos. Por su parte, la OMS manifestó hace unas semanas su preocupación particular por las cifras en países como Brasil y México.
La diferencia trascendental entre la primera y la segunda ola de contagios es el avance científico que alcanzó el desarrollo de vacunas contra el virus. Las negociaciones entre los países productores y los compradores están siendo muy intensas en estas semanas. La carrera por la vacuna se hace cada día más competitiva y, ciertamente, esta competencia está enmarcada en la plenitud del libre mercado.
Aquella premisa enunciada durante la primera ola que planteaba al virus como un detonador de brechas sociales parece verse cuajada hoy en día, también a nivel geopolítico. Como fuera, los Estados debieran verse obligados a resolver la demanda de sus pueblos en lo respectivo a la vacuna; y esta obligación debiera resolverse bajo el criterio de vulnerabilidad en primer orden y de la universalidad y la gratuidad. La buena nueva en Bolivia es que la ruta actual parece ser correcta.
El nuevo orden en gestación viene con una nueva normalidad. El llamado unánime es a no bajar la guardia. Los Estados deberán cumplir sus tareas, con transparencia y pertinencia y las sociedades, además de fiscalizar al aparato público, están en la obligación de mantener las medidas de sana distancia, uso de cubrebocas, lavado de manos y sanitización constante. Evitar el colapso de los centros de salud es tarea de todas y de todos.
El concurso de los pueblos es fundamental para este nuevo tiempo, sobre todo considerando que las tendencias conservadoras no reparan límites para romper cualquier principio democrático. Prueba de esto es la más reciente demostración fascista en la “toma” del Capitolio en Washington por parte de grupos irregulares que añoran la sociedad de castas y de razas. En términos sencillos, operan hoy en día poderes capaces de destruir la institucionalidad democrática y la vida con el fin de ir en contra ruta a la ampliación de derechos y la justicia social. Lo anterior encuentra alto riesgo en una coyuntura de pandemia.
Valeria Silva Guzmán es analista política feminista. Twitter: @ValeQinaya