Agárrense los corazones

(‘In memoriam’, Iván Aguilar Murguía)
La última vez que te vi fue en una cancha de fútbol. No podía ser de otra manera, don Iván Aguilar Murguía. Habías subido a Villa Ingenio para charlar con Fernando Costa, presidente de la Federación Boliviana de Fútbol. Cargabas uno de tus libros no publicados, aquel que tiene todas las estadísticas habidas y por haber de la “verde” y fotografías inéditas, recolectadas durante tus viajes por toda la patria grande. Y pensar, don Iván, que ahora engrosas la larga lista de escritores nacionales que se quedaron con valiosos libros en los cajones por falta de apoyo y plata.
Aquella tarde de diciembre charlamos en las gradas del estadio alteño sobre tu nuevo proyecto, un abecedario de personajes del club The Strongest. Me preguntaste por mi fecha de nacimiento y por el día exacto en que llegué a La Paz. Y mientras veíamos el “match”, jugamos otra vez a nuestro “deporte” favorito. Arrancaba así: “Don Iván, hablemos del tetracampeonato de la década de los 20, ¿quién era el presidente del club?”. Aguilar no dudaba —nunca— ni un segundo: “El primer año, 1922, era Humberto Montes”. Y seguía la detallada biografía de un hombre clave en la primera época de The Strongest, excapitán y primer “player” boliviano en un equipo del exterior (en Colombia merced a su trabajo en la embajada boliviana en Bogotá).
No había manera de agarrarte en curva y menos cuando contragolpeabas con preguntas hasta que uno sacaba la bandera blanca y se rendía. Pocas veces he tenido el placer de charlar con alguien con una capacidad de memoria tan grande como la tuya. Tu pasión siempre me dio y me dará ánimos en los momentos de flojera. Siempre pensé que no te merecíamos. ¿Con quién voy a jugar ahora, don Iván?
Lo peor de tu repentina muerte son esos proyectos soñados que se truncan ahora para siempre. Íbamos a viajar a la tierra de tus antepasados vascos (con el arquitecto comparto un apellido materno en común, Murguía) para honrar el recuerdo del coronel Ildefonso Murguía, héroe de la batalla del Alto de la Alianza. En la entrada de tu casa, en el mirador de Killi Killi, todavía luce un retrato del Comandante de Batallón 1ª de Línea. Siempre te dije que tu sangre guerrera y stronguista (valga la redundancia) había que buscarla en el valor y las palabras de tu bisabuelo: “Rotos de espantajo, agárrense los calzones que ahora entran los Colorados de Bolivia”.
Te gustaba charlar con un singanito durante horas de fútbol e historia. Hablabas de la Guerra del Chaco y del aporte ya olvidado de tu querido club Atlético Alianza, al que llegaste a presidir. Te emocionaste cuando te llevé un banderín de la selección italiana porque te recordaba los colores de tu poderoso Atlético. Te daba bronca la desaparición del museo/salón del Tigre en Achumani y el abandono de nuestro trofeo más lindo, el plateado “Buque Quinteros”.
Te daba rabia que algún colega mío visitara la sala de los recuerdos en tu oficina de la calle Indaburo esquina Junín y no te devolviera alguna antigua revista deportiva prestada. Te enojaba que el periodismo te sacara datos históricos de tu chistera y no te citara. Te recuerdo con tu nieto Alan, en oro y negro, llegando a las butacas de la Preferencia del “Siles”, me acuerdo de ti colgado del teléfono fijo llamando a tu hija Diana hasta Santa Cruz para preguntar por la wawa y sus estudios.
La penúltima vez que nos vimos fue en El Prado hace un mes con motivo de la Feria de la Biblioteca Stronguista de Pamela y Oswaldo, que ahora llevará tu nombre y apellidos. Extrañamente llegaste tarde y rápidamente vendiste un par de libros autografiados. Jugamos por última vez a nuestro “deporte” favorito: me volviste a ganar a la tercera pregunta.
El mejor homenaje a tu vida y obra sería levantar de una vez por todas el museo del club The Strongest y recuperar todos los trofeos diseminados en domicilios de exdirigentes y/u olvidados en una sala oscura del estadio Rafael Mendoza Castellón. Cuando ese museo dedicado al club con más grande historia sea una realidad, en este siglo o en el próximo, vamos a poner tu nombre en letras gualdinegras pues nadie ha hecho ni hará tanto por recuperar y registrar nuestro pasado más glorioso. Agárrense los corazones, este es legado/ajayu de don Iván, ¡hurra, hurra!
Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo.
La sirena y el hombre muerto
El blanco y negro de ‘Sirena’ viene a retratar un lago Titicaca diferente, sombrío, telúrico.
Ricardo Bajo, periodista
Imagen: Archivo
Vine al Lago porque me dijeron que acá vería al hombre muerto. Así podía arrancar Sirena de Carlos Piñeiro Pinelo —actualmente en cartelera— pero no lo hace. La primera toma podía ser una sirena en una fachada de una iglesia de la región lacustre del Titicaca pero no lo es. Ninguna imagen es neutra o simple, la “sirena” de Piñeiro susurra tanto como calla bajo las aguas. Las primeras secuencias de su ópera prima son un bote con cuatro hombres que llegan a una orilla en busca de un cadáver. Quieren al hombre muerto —el ingeniero Morgan Cabrera— que el Lago ha entregado a la comunidad como augurio tras ahogarse. Ni los unos ni los otros van a quedarse con el cuerpo.
Los “cuatro del Lago” son “el Inge Peralta” (un circunspecto Daniel Aguirre); su colega Kunurana que fuma y fuma (un culposo Kike Gorena) y los dos actores naturales que se roban el show: el oficial Rilber Silva, “bueno para nada” y cruel retrato de la Policía Boliviana (un genial Bryan Ramírez) y Saturnino Poma (Benjamín Pari) —el balsero/guía en el laberinto.
La sirena no está esculpida ni tejida, no está en ningún retablo ni kero, ni siquiera es una pintura o una platería (como bien descubrió doña Teresa Gisbert). Está fuera de campo, como está todo lo esencial, como lo está la mirada. Es memoria viva y reprimida, es Quesintuu o Umantuu. Está seduciendo al hombre muerto para desatarlo de pies y manos. Dice Barnes que “en todas las expresiones artísticas suelen darse dos cosas al mismo tiempo: el deseo de hacer algo nuevo y una conversación ininterrumpida con el pasado”. Piñeiro reconstruye un relato sobre el ayer en un esfuerzo por entroncarse con lo nuestro, en un acto de resistencia.
Sirena es una película de sonido (verdadero protagonista en un gran trabajo de Sergio Medina y Kiro Russo), de gestos y de silencios, esos silencios que inventó el cine sonoro (maestro Bresson dixit). Es un western al revés: los blancos asoman la cabeza en lo alto de la colina para observar qué traman los indios y sus lenguas de fuego. Es una cueca de Simeón Roncal. Es una colección de planos, mimados como si fueran cuadros en un montaje de lujo de Amanda Santiago: los cenitales rodados con drones estáticos sobre las piedras grises y las aguas son de una belleza extraña nunca antes vista en el cine boliviano. El dron no es colocado para engrandecer el ego del cineasta o para adular con efectismos pa(sa)jeros sino para exhibir la pequeñez absurda de los personajes frente al mito, frente al lago.
Sirena es una road movie, un camino de regreso, un viaje de búsqueda, un sendero de hallazgos y extravíos, un pasadizo y un embrujo. Es un thriller clásico con guion de Juan Pablo Piñeiro (también productor junto a su hermano menor) y Diego Loayza: ¿cómo cayó al agua el hombre muerto? Es un tratado de antropología sobre el choque de civilizaciones: ¿”de qué se ríen”? Es un cuento uru-chipaya/aymara sobre una deidad femenina acuática y fecunda.
El blanco y negro de Sirena—con una gran fotografía de Marcelo Villegas— viene a retratar un lago Titicaca diferente, sombrío, telúrico. Y trae consigo esa complementariedad de opuestos, conflictivos pero recíprocos: blanco/ negro; indios y blancos; imaginario/real; muerte –no como hecho trágico- y vida. Los hombres son vulgares y brutos; y las mujeres, sinónimos de poder y misterio.
Sirena es un texto visual, es un juego de perspectivas soñado para fabricar extrañas atmósferas que demandan un espectador alejado de un rol pasivo y sumiso. Es una película de esperanza tras el desembarco/golpe: en la mejor escena del filme —plagado de primeros planos y angulares— el Inge—después de rechazar la papa helada del balsero— se sienta junto a él y disfruta el mejor plato que ha comido en mucho tiempo para terminar compartiendo bicicleta con el “otro”.
Sostiene Jarmusch (las semejanzas entre Sirena y Dead Man no son casualidad) que “un director que solo sabe de cine es un pésimo director”. Este no es el caso. Después de cuatro “cortos” a cada cual más prometedor, Piñeiro nace a la dirección de largometrajes como la más esperanzadora luz del cine boliviano de los últimos años. El desarrollo de la personalidad de un cineasta es una larga paciencia, como la que tiene Sirena, la película del año.
Ricardo Bajo es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le Monde Diplomatique. Twitter: @RicardoBajo
Queremos la Copa
Ricardo Bajo, periodista
Imagen: Archivo
Un equipo de 700.000 dólares de presupuesto elimina a un club de 600 millones. El modesto e histórico Alcoyano –de la provincia de Alicante, donde residen muchos bolivianos y bolivianas- dejó afuera al Real Madrid. La Copa es el torneo donde el romanticismo todavía da pelea, donde David puede lanzar un contragolpe y derrotar a Goliat. En un fútbol moderno predecible donde siempre ganan los mismos –a golpe de talonario y favores arbitrales-, el sistema de copa a un solo partido permite al hincha contemplar milagros, emocionarse hasta el último minuto y saber que la vida te puede dar gratas sorpresas. Los clubes de renombre en Europa sabotearon el viejo formato de la Copa –parida en Inglaterra en 1871 a partido único y en la cancha de menor categoría- e impusieron hasta hace poco el doble partido para sabotear las sorpresas.
La Copa es tan linda que todos los hinchas del mundo fuimos la semana pasada un poco del Alcoyano. También nos pusimos la camiseta de Boca Unidos cuando sacó hace unos días a Rosario Central de la Copa Argentina. O del inglés Wrexham –colista de la octava división- cuando eliminó al mítico Arsenal en los años noventa. La identificación con el equipo de fútbol más humilde es un fenómeno universal: ¿quién no desea la caída del poderoso, la victoria del humilde? Por un momento y gracias a la pelota, el mundo es un lugar maravilloso del revés donde el equipo chico humilla al grande.
La implementación de este sistema en el fútbol boliviano ha tenido varios intentos abortados por los de siempre. Cuando éstos por fin entiendan que la Copa hace más grande al fútbol y trae más plata para el necesitado balompié modesto, tendremos este torneo entre nosotros. Y ganaremos todos. La Copa es el instrumento ideal para que el hincha –que ha dejado de ir a la cancha por aburrimiento- vuelva.
¿Te imaginas un Unión Maestranza –histórico del fútbol paceño- versus Oriente Petrolero? ¿Un Quebracho vs Blooming? ¿Un Junín vs The Strongest en un “Patria” vestido de gualdinegro? ¿Un Primero de Mayo de Trinidad versus Wilstermann en el “Yoyo Zambrano”? ¿Te imaginas un Sol Radiante de Llallagua disfrazado de “giant killer” eliminando a Bolívar? El fútbol boliviano necesita de las grandes hazañas del torneo del K.O, implora por partidos épicos, goles inolvidables y derrotas increíbles. No sean miserables, señores dirigentes, queremos la Copa.
(25/01/2021)